domingo Ť 22 Ť julio Ť 2001
Rolando Cordera Campos
El campo arde
"Maíz, azúcar, café... el campo, un desastre". Así nos recibió el miércoles pasado La Jornada en su primera plana. No se necesita exagerar ni hablar de armas y violencia, como infortunadamente lo hace el gobernador de Chiapas, para admitir que el país vive de nuevo en el campo una situación muy grave. Viene de lejos, dirán los que saben y guardan memoria, pero ello no hace menos actual la crisis larga y dramática del agro mexicano.
No son sólo ni principalmente los maiceros pobres los que portan la desgracia rural de México. Ahora son los productores de bienes de alto valor comercial los que con furia y energía lanzan las primeras llamadas de alerta. No son los campesinos cercanos a la autosubsistencia los que hoy conmueven la escena política con sus reclamos de tierra y apoyo estatal, sino los hombres de la caña y el café acostumbrados a firmar contratos y a demandar mediante la acción directa su cumplimiento. Nada nuevo bajo el sol, cuando hablamos de azúcar o del aroma, salvo por el hecho de que ahora el sol calienta más.
La de la caña es crisis vieja, tanto que suena más a maldición gitana que a hija de la frivolidad neoliberal, pero hay de todo en su desplome. Pésimas administraciones públicas y privadas, peores rescates, abuso persistente; edificios en Reforma, ingenios en quiebra y campo cañero hecho trizas. No es la nota de Matilde Pérez del miércoles, aunque podría serlo, sino la memoria un tanto imprecisa de lo que en su tiempo dijo el presidente Echeverría, antes de emprenderla con los barones del cañaveral y buscarle a la industria una solución pública que nunca pudo cuajar, entre otras cosas debido a la oposición y el sabotaje desde dentro del propio Estado.
Los industriales de esta enésima privatización ofrecen a los cañeros una extraña comandita y desde luego los agricultores la rechazan. De lo que se trata, dicen sus voceros, es que los empresarios paguen lo que deben, pero no sólo de eso. El de la caña, dicen, debe ser considerado cultivo de interés público, y para eso es indispensable que el Presidente escuche y conozca el punto de vista de los productores y no sólo el de la empresa. Por lo pronto, ante la sordera de los inmediatamente responsables, el único camino sigue siendo, como antaño, el de Los Pinos. Sabrá Dios, hoy tan cerca de nosotros, si lo que seguirá sea un nuevo fideicomiso del azúcar, una Finasa rediviva, nuevos, más chivos expiatorios, como los que la temible Secodam inventó en estos días infaustos para la primera industria del Nuevo Mundo.
El azúcar fue el último caballo de que se dispuso en la ardua negociación del TLC. Entregada la prenda, sólo restaba esperar que el castillo de dominó cayera. Nada se hizo, salvo apapachar empresarios desde las alturas del poder, arrinconar lo poco que quedó del sector público azucarero, esconder bajo una alfombra sucia y rota los descalabros anteriores, y los que pronto emergieron de una privatización sin sentido ni rumbo. De aquí en adelante todo puede venir, desde el incendio de los campos hasta la resurrección de algún Zapata de ocasión.
Lo que no se ve por ningún lado es una visión de Estado que se haga cargo de la dificultad enorme y encuentre veredas para que la industria transite y las regiones vastas del azúcar adquieran un mínimo de tranquilidad. Luego vendrá lo serio: la rehabilitación del campo y la sustitución de cultivos; los desarrollos locales, con ingenios y sin ellos; la cuestión del empleo. Por encima de todo, los invisibles de siempre: los miles de jornaleros migratorios y avecindados, sus familias y comunidades para quienes no hay perspectiva tangible fuera de la zafra. Hablamos de cientos de miles, tal vez millones, de personas afectadas por un colapso más que anunciado y siempre rehuido.
De los maiceros de Sinaloa habrá mucho que decir y discutir. Subsidios han ido y venido, pero no una política racional que produzca frutos desde las tierras más favorecidas del país. Quitar los apoyos e inventarse una virtud empresarial para el cambio de cultivos es absurdo, así venga el remedio del Mago de Oz de los productos de exportación. Lo que está en el aire es la capacidad de concertación e inducción del Estado con unos grupos poderosos a los que no se puede desestimar a partir de éxitos individuales. Riego y orientación productiva son las coordenadas, pero no se van a modificar al gusto. Hay que sudarle, más que aguantar vara.
Al último pero no al último: del café vino, en parte, el alzamiento del Año Nuevo. La historia no tiene por qué repetirse, pero la matriz endiablada que la produjo sigue entre nosotros. No hay necesidad de hablar del petate de los muertos para dar una idea de la magnitud del problema, vuelto a plantear por el mercado internacional y la casi total ausencia de instituciones para compensar y "cachar" productores en desgracia. El cuento del lobo ya nos lo contaron y, en verdad, hay que reconocer que el lobo ya llegó. A ver quién lo domestica.