DOMINGO Ť 22 Ť JULIO Ť 2001
Jenaro Villamil
Génova, la otra cara de la tiranía mediática
šVaya paradoja para el recién estrenado magnate de los medios y primer ministro italiano Silvio Berlusconi! El pensaba convertir la reunión del G-8 realizada en Génova en un enorme set televisivo, conocido como la zona roja, resguardado militarmente de los incómodos globalifóbicos devenidos en "terroristas urbanos" para algunas agencias internacionales de noticias, y su sueño de poder virtual estalló hace dos días cuando la propia televisión italiana dio a conocer al mundo las imágenes del primer muerto de la cumbre de los poderosos, el joven Carlo Giuliani, romano de 25 años y a partir de ahora estandarte de la cumbre de los desobedientes, de los sin poder.
En su propio rostro les estallaron sus propios símbolos mediáticos a los mandatarios del selecto club de los ricos. Giuliani bien podía ser un simple mono blanco o un joven intransigente de aquellos que el actual asesor globalifílico de Union Pacific y Procter & Gable, Ernesto Zedillo, fustigó en Seattle, pero a partir de ahora es un émulo del Espartaco y del Gladiator que Hollywood coronó con oscares y loas a la rebelión antimperial... sólo que ahora no se trata de la era del Imperio romano sino del de los grandes consorcios multinacionales.
Las máscaras antigás que con tanta profusión difundieron las cadenas televisivas occidentales durante la guerra del Golfo Pérsico, como símbolos de la amenaza de guerra química del "tirano" Saddam Hussein, de desmasificación y de crisis ideológica de la posguerra fría, ahora se han convertido en emblemas de rebeldía y resistencia de los ciudadanos globalizados que protestan en las calles de Génova, que se agrupan en el estadio Carlini, dispuestos a atravesar el muro de la zona roja de Berlusconi, que escuchan a Manu Chao en la Plaza Martín Luther King y que emulan también el pasamontañas del subcomandante Marcos, el otro icono antineoliberal.
En las crónicas de Luis Hernández en La Jornada sobre las manifestaciones de Génova se percibe puntualmente esta transfiguración de los símbolos del poder y de la rebeldía. El testimonio de Matteo, el de Trieste, es sintomático: "Es curioso cómo la Guerra de las Galaxias ha influido en nuestro imaginario social. Ayer en el tren había gente que hablaba de la película y decía que la primera vez que la vio había sido sólo por diversión, pero que ahora les parece una prefiguración" (La Jornada, 21 de julio de 2001, p. 19).
Los desobedientes de la globalización unilateral son también personajes encarnados de ese mundo mediático occidental que se paseaban por las pantallas como cómics, como héroes virtuales de series televisivas, pero hoy se volvieron sujetos reales, le robaron cámara y atención a los mandatarios de las siete naciones más ricas del planeta. No son los rebeldes sin causa que tanto ha mitificado Hollywood. Son los desobedientes con muchas causas (ecológicas, sociales, económicas, étnicas, de género y generacionales) que hoy están presentes con toda la fuerza de la tragedia ocurrida en Génova.
Lo más sintomático es que ni todos los intentos de censura o descalificación han evitado el interés periodístico por los desobedientes de Génova. El periodista Ignacio Ramonet escribió en La tiranía de la comunicación que "ni el Reino Unido cuando la reconquista de las Malvinas en 1982, ni Estados Unidos cuando la ocupación de Granada en 1983, ni Francia en el Chad en 1988, ni Estados Unidos durante la invasión de Panamá en 1989, dejaron a los periodistas seguir los acontecimientos. Ninguna imagen se vio de todas estas guerras, o en todo caso algunas tomas bajo el control de los ejércitos. La lección de Vietnam ha sido asimilada por los estados mayores. Nada de permitir que las imágenes-shock de los sufrimientos humanos de la guerra vayan a erosionar la moral de la retaguardia y dar una impresión detestable del ejército en campaña... En el conflicto del Golfo Pérsico esas prácticas de censura se convirtieron en reglas explícitas" (pp. 135-136).
Ahora, en Génova, estas reglas se rompieron. Quizá porque, por primera vez, los no poderosos "invadieron", irrumpieron en la cumbre del G-8, a los poderosos invasores de ayer y hoy, con sus propias armas simbólicas y con toda la fuerza mediática del primer civil muerto en la batalla por la desobediencia globalizada.
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