QUIEN SIEMBRA VIENTOS...
Quienes
anularon el derecho constitucional italiano de libre circulación
y el Tratado de Schengen, cerrando las fronteras; quienes allanaron --según
ellos preventivamente-- las casas de opositores a la reunión del
Grupo de los Ocho en diversas ciudades y provincias peninsulares; quienes
clausuraron virtualmente una gran ciudad, prohibiendo el uso de su puerto,
de sus principales estaciones ferroviarias y hasta de los taxis y el transporte
público; quienes ayudan a reaparecer la "estrategia de la tensión"
con sus sospechosas bombas infaltablemente atribuidas a "anarquistas";
quienes enviaron a una ciudad de 600 mil habitantes 20 mil soldados de
todas las armas (¡hasta de la artillería coheteril!) para
enfrentar a 100 mil manifestantes, en su inmensa mayoría pacíficos
y pacifistas, esperaban y tuvieron heridos, detenidos y un muerto.
Estos les servirán sin duda para justificar tanto
su desproporcionado y anticonstitucional secuestro de una gran ciudad,
como el aislamiento y miedo de los integrantes del Grupo de los Ocho, reunidos
ahí para decidir la suerte y el destino de millones de personas.
El despliegue militar y propagandístico representa
en sí mismo una violencia que no se puede justificar, cualesquiera
sean las intenciones positivas que pudieran tener los mandatarios allí
reunidos, o al menos algunos de ellos.
El dispositivo militar y la anulación de libertades
actuaron por sí mismos como un desafío: ¿qué
pueden pensar los expulsados de Italia que no cometieron ningún
delito, los retenidos en las fronteras, los impedidos de ir a Génova,
los griegos apaleados en Ancona al desembarcar? Esa represión estatal
y el clima de terror que la acompañó fueron el caldo de cultivo
que permitió la violencia demente de pequeños grupos sospechosos,
desde hace rato repudiados por la mayoría de los participantes,
quienes habían demostrado durante varios días de conciertos
y debates multitudinarios que hablaban en serio cuando sostenían
que su acción no sería violenta.
Ahora que las autoridades tienen su muerto (muerto de
un balazo a quemarropa en la cabeza y arrollado posteriormente por un vehículo
policial que pasó dos veces sobre él), tendrán también
sin duda una enorme manifestación de protesta en Génova y
otras en muchas ciudades, con nuevos heridos, destrozos y ojalá
que no más muertos. Quien siembra vientos recoge tempestades.
Es imposible que los especialistas en seguridad no sepan
que nadie pretendía matar a los líderes políticos
que duermen en un barco, en medio de la rada del puerto. Las manifestaciones
sólo intentaban repudiar su política y ridiculizarlos, mostrando
cómo tienen que esconderse de los pueblos a los que dicen representar.
La represión sirve para desviar la atención
y permitir que los ilustres prisioneros reunidos en el Golfo de Génova
traten de limar, en privado, las grandes diferencias que existen, por ejemplo,
entre la Unión Europea y Estados Unidos sobre el problema de la
protección ambiental, de los productos transgénicos, de la
carrera armamentista desatada por las pruebas estadunidenses con su "escudo
estelar" o las propias entre Rusia y EU, o las que hay entre la Casa Blanca
y Japón sobre la política económica de este último
y la seguridad en el Extremo Oriente, puesta en cuestión por el
aventurerismo de George W. Bush en lo que se refiere a China, Taiwán
o Corea.
Surge la sospecha de que se provocó la violencia
de unos pocos anarquistas para justificar una posterior violencia masiva
--no sólo en Génova y en Italia-- que permita la adopción
de medidas liberticidas, juzgadas necesarias ante las protestas sociales,
la inmigración masiva y la crisis económica que tiende a
profundizarse.
Surge también la sospecha de que esta llamada globalización
dirigida por 200 empresas trasnacionales, que constituyen una verdadera
oligarquía, no puede permitirse el lujo de la democracia, del reconocimiento
de las voces disidentes y de los derechos de todos y, por el contrario,
debe respaldar con la fuerza el decisionismo del puñado de gobernantes
que asumen por su cuenta la representación de la humanidad.
Si así fuere, la combinación entre globalización,
recesión y violencia estatal podría llevar a una fase política
y socialmente muy oscura. Hay quienes ya, como el gobierno israelí,
al rechazar a los observadores propuestos por el G-8, le apuestan a este
escenario y a la impotencia de los supuestos omnipotentes. Existe el peligro
de que otros, en otras partes del globo, sigan ese ejemplo nefasto. Hay
que detener a tiempo esta espiral funesta.
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