sabado Ť 21 Ť julio Ť 2001
 Luis González Souza

¿Golpismo a la mexicana?

s un tema muy delicado e inclusive molesto, pero más vale encararlo a tiempo y no cuando sólo reste hacer el recuento de (más) daños y pusilanimidades. Desde el 3 de julio, un día después de la histórica derrota del PRI en las urnas, podíamos imaginar toda suerte de revanchismos e intentos por impedir la sepultura del viejo régimen. Pero no pensábamos que los coletazos de la bestia herida se acercaran al punto del golpismo, ni mucho menos que en esto participaran conspicuos militantes del partido triunfador (PAN).

Apenas un año ha transcurrido después de aquella jornada histórica, y ya se dejan ver los pelos (y las barbas) de lo que, con un descuido más, podría constituir un fujimorazo a la mexicana. De momento, aquí el golpe no parece proceder de la Presidencia, como ocurrió en Perú a principios de los noventa, cuando Fujimori disolvió por sus pistolas el Congreso. Más bien parece perfilarse al revés, en un doble sentido: golpismo desde el Congreso mexicano, y no tanto contra la Presidencia, sino contra la sociedad mexicana, incluyendo sus revigorizadas expectativas de cambio.

Tal golpismo legislativo ya cuenta en su haber con dos asomos más o menos evidentes, ambos conectados con el pisoteo del mandato nacional y hasta internacional de una paz justa y digna en Chiapas. Primero fue la ley dizque indígena aprobada en abril pasado y que dejó en calidad de caricatura a la iniciativa de la Cocopa, asumida ?mas no defendida? por Fox en cuanto comenzó su gestión presidencial. Y segundo fue el albazo del pasado miércoles, orquestado por la dupla bipartidista (PRI-PAN) y bicéfala (Bartlett-Fernández de Cevallos) a efecto de consumar el trámite para dar rango constitucional al bazucazo legislativo de abril, y sin importar que ahora sea la propia Constitución la que quede caricaturizada, incluyendo el convenio 169 de la OIT. Dos vueltas de tuerca, dos, pero en una caja de Pandora tan pestilente como el peor de los golpismos. Es decir, aquel que subrepticiamente, y en un momento culminante de la transición democrática, golpea de frente a la propia sociedad y hace añicos su único mandato claro: paz justa y digna, hoy, ya, hoy, comenzando por Chiapas. Mandato no sólo claro sino persistente e inequívoco, al menos desde el 12 de enero de 1994, movilización que impidió la masacre del EZLN. Claro que, como a todo buen golpista, a los legisladores fujimoristas de nuestro país (Bartlett, Cevallos y acólitos) les tiene sin cuidado no sólo ese mandato de la sociedad, sino la Constitución misma y las instituciones del país, Congreso incluido.

Precisamente esto último, el autodesprecio y desprestigio del propio Congreso -institución pretendidamente clave para la construcción de un régimen nuevo, con verdadero equilibrio de poderes- también conduce al laberinto del golpismo, aquí sí, a la peruana. Tanto daño causan al propio Congreso los legisladores golpistas, que parecieran empeñados (o contratados) para que su eventual disolución, en una nada improbable foxibravata, fuese bien vista y hasta aplaudida por la sociedad. Dos caminos convergentes, si de golpismo se trata. Dos caminos para las dos vueltas de tuerca y los dos asomos señalados. Por eso decíamos la vez pasada que, con el bazucazo anti-Cocopa de los paralegisladores, comenzó la antitransición de México.

Y todo, por seguir de timoratos en la imaginación y en la puesta en marcha de las nuevas instituciones y leyes que toda verdadera transición requiere. Urge, por ejemplo, una ley que permita a la propia sociedad -no podemos esperar a que Fox reaccione- vetar leyes tan provocadoras y, de hecho, desestabilizadoras, como la aprobada en abril pasado y groseramente llamada "ley indígena". Obviamente, leyes innovadoras jamás serán aprobadas por un Congreso en manos de dúos tan diabólicos como el del Dino (entre los dinos) Bartlett y el Jefe Ego. Habrá que echar a andar, entonces, y más pronto de lo previsto en el precongreso celebrado en el local del SME el pasado 7 de julio, un congreso de la propia ciudadanía.

Pero es tan grave el último asomo de golpismo legislativo, que ahora todo ello habrá que acompañarlo con un amplísimo frente en defensa de la transición democrática, comenzando con la transición hacia una cultura nunca más racista ni antiindígena. O, si se prefiere, un frente contra toda suerte de golpismos y de golpistas. Ojalá no sea tarde.

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