sabado Ť 21 Ť julio Ť 2001

 Ilán Semo

Bobbio y el fascismo: preguntas abiertas

enedetto Croce describió alguna vez a Turín -Torino para los italianos- como la "capital intelectual y moral de la modernidad que anhelaba Italia desde el siglo xviii". Es una fascinación comprensible. Situada al calce de los Alpes, ascética e industrial, rigurosa y cosmopolita, "romántica y cartesiana" diría Nietzsche, que se acogió a sus pasajes varios años y besó a un caballo en sus calles, Turín es, en las primeras décadas del siglo xx, el escenario de una revolución cultural que habrá de cifrar paradigmas centrales no sólo en la épica del pensamiento que remonta al romanticismo, sino en la producción de vanguardias intelectuales y artísticas que acabarán demarcando estilos esenciales del cambio de siglo.

Si se piensa que separados por unas cuantas calles Caetano Mosca dirige la facultad de leyes de la universidad -es aquí donde publica Elementi di Scienza Politica-, Piero Sraffa anuncia con antelación el futuro keynesiano de la economía, Piero Gobetti emprende la publicación de La Revolución Liberal y Marinetti encabeza ya la Revista de Filosofía, se tiene el semblante de una sensibilidad empeñada en la fabricación de una "cultura que halló la veta filosófica y conceptual de una ruptura histórica con los espejismos de la Ilustración", siguiendo siempre a Croce.

Herederos formidables de esta ruptura son: Norberto Bobbio, Cesare Pavese, Ludovico Geymonat, Arnaldo Momigliano, Leone Ginzburg..., discípulos directos que se gradúan en los años veinte e inician su vida profesional durante la década de los treinta, el momento en que el fascismo ya ha dado el giro violento y terrible que llevará a Italia a la estación más amarga de su historia moderna. Angelo D'Orsi publicó el año pasado (2000) un minucioso estudio (La cultura de Turín entre las dos guerras) sobre este grupo de pensadores y literatos reunidos por un afán que en la época aparece como un ejercicio de excentricidad y que termina siendo premonitorio: encontrar el punto de fuga que permita remontar a la escritura y al pensamiento el incendio de la hiperpolitización de los relatos de la modernidad, un incendio que ya había victimado los confines más amplios de la tradición occidental. La pesquisa de Angelo D'Orsi desató, como una piedra lanzada en los cristales de la historia, al menos de la historia centroeuropea, uno de los debates más radicales que ha conocido Italia sobre el tema, esencial y escabroso, de la relación entre los intelectuales y la política.

Hablar de un "grupo", dice D'Orsi, no es sencillo. Bobbio, Pavese, Ginzburg, Momigliano no militan en ningún partido, no ocupan cargos públicos, son académicos en su mayoría y todos profesan una lealtad indiscutible al ejercicio de la escritura. Los reúne un pasado (estudian juntos en el liceo y en la universidad), una veneración intelectual por Gobetti, que ya ha muerto, una publicación, La Cultura, en la que Pavese será decisivo, y una casa editorial, Editores Einaudi, un punto de resistencia humanista al ostracismo impuesto por las prohibiciones fascistas. En 1932 el ministro de Educación fascista, G. Gentile, promueve un decreto que obliga a todos los docentes universitarios a jurar lealtad a un código de enseñanza fascista. Entre el "grupo", el único que acepta el juramento es Norberto Bobbio. Ginzburg y Pavese deberán pagar con el confinamiento su beligerancia, Momigliano es impedido de continuar su carrera, La Cultura es clausurada, al igual que la Editortial Einaudi. El único que conservará su posición en la universidad será precisamente Bobbio. En 1998 fue "descubierta" una carta que el célebre politólogo envió al Duce como una petición de clemencia por sus actividades radicales de "juventud".

¿Cuál fue la relación de Bobbio con el fascismo?

El mismo Bobbio se encargó de explicarla en 1999 en una confesión tardía, a sus noventa años, que ofreció al periódico Il Foglio en una extensa entrevista (documentos que la revista Fractal publica en su número 20):

"¿Me pregunta por qué hasta hoy no he hablado de nuestro fascismo?", dice Bobbio al periodista. "Pues porque nos aver-gon-zá-bamos. Nos aver-gon-zá-bamos porque era cómodo actuar así. Pasar como fascista entre los fascistas y como antifascista entre los antifascistas...Yo, que viví la juventud fascista entre los antifascistas me avergonzaba en primer lugar ante mí mismo, y luego ante los que pasaban ocho años en la cárcel; me avergonzaba ante los que contrariamente a mí no pudieron arreglársela".

La historia de un intelectual es la historia de sus ideas. La de Bobbio no parece haber sido afectada sustancialmente por su relación juvenil con el fascismo. Sin embargo es algo más: es la historia de una mirada desde la cual se fijan estas ideas. Y esa mirada está definida, al menos en el siglo xx, por la relación entre el intelectual y la política. La de Bobbio parece ser un afán definitivo por colocarse como la "conciencia de la República", al menos en la historia italiana. La pregunta es si esta posición es efectivamente compatible con un silencio que hace de la memoria de la propia República una invención de lealtades inexcusables, sobre todo ahí donde, como en la historia italiana, el precio del "centro" (y no precisamente moral) consistió en dar la espalda a la otra república: la república de las letras.