SABADO Ť 21 Ť JULIO Ť 2001
Andrés Aubry
La Cocopa antes de la Cocopa: ejercicio de memoria
Muchas voces autorizadas señalan que el estancamiento del diálogo de paz, después de la votación del dictamen de la ley indígena, nos regresa a la coyuntura tensa de los inicios: no cuando estalló la guerra, el primero de enero, sino cuando la ruptura de un primer diálogo alejaba peligrosamente la paz. Estaríamos entonces como en diciembre de 1994, en la situación desesperada que incitó al mediador, don Samuel, a ayunar en su catedral para conjurar la degeneración del conflicto.
Entonces, nueva coincidencia, se despertó el Congreso de la Unión. En aquellas fechas tan significativas, un senador hoy difunto, Heberto Castillo, habló al Congreso y a Los Pinos sugiriendo que el Poder Legislativo no dejara el problema de la paz en las solas manos del Ejecutivo. Es cuando nació la madre de la Cocopa: la Comisión Legislativa para el Diálogo y la Conciliación, llamémosla Codico. Esa nueva institución se presentó a la nación el 5 de enero de 1995 con una Declaración, que hoy podría proyectar algo de luz en la ansiosa búsqueda de la Cocopa para desatorar el diálogo.
Entre sus firmantes estaban algunos que hoy repiten en la Cocopa (como César Chávez, entonces diputado, y Jaime Martínez Veloz) y otros egresados de ella que ahora desempeñan papeles claves: Luis H. Alvarez y Pablo Salazar Mendiguchía, entonces senadores, y Rodolfo Elizondo, quien era diputado.
Se presentaron con una frase todavía vigente: "a un año del levantamiento, la paz ausente sigue siendo solamente anhelo, demanda y tema de interés nacional. No hemos logrado hacerla realidad". Seis años y medio después, Ƒno le suena?
Luego se definieron. Eran, y son todavía, pero ahora por ley, "una instancia plural, republicana, con representación nacional, que incorpora a la solución del conflicto un elemento novedoso, con posibilidades de hacer aportaciones significativas a la parte sustantiva del proceso". Después de preguntar por qué y para qué se crea la Codico, explican que "nació por la necesidad de buscar un cambio en la situación que prevalecía en Chiapas... La propuesta inicial fue modificada, ampliada y mejorada sustancialmente por las cámaras: de una comisión de partidos se convirtió en una comisión legislativa... Quienes la componen tienen un compromiso superior con México, con la paz de la República. Es preciso enfatizarlo: la comisión está haciendo un esfuerzo de lealtad a México y no subordinado a intereses de partidos". Insistencia instructiva para desmemoriados.
Es que, a invitación del nuevo obispo de Chiapas, don Felipe Arizmendi, los senadores Aguilar Bodegas, del PRI, y Demetrio Sodi, del PRD y de la Cocopa, se explicaron en un pueblo tzeltal de los Altos sobre su aprobación del dictamen. Cuestionados sobre su olvido de la gravedad del momento histórico y del proceso de paz, confesaron que esos no habían sido sus criterios, porque, como sus principales operadores, su afán primero era construir consensos de partidos.
La opción de Codico explicaba de antemano los éxitos de la futura Cocopa en sus grandes momentos; aun siendo una comisión paritaria, ninguna de las dos tenía criterios partidistas, sino intereses que las trascendían; decía la Codico: "su objetivo es favorecer el diálogo, no entorpecerlo... (porque), hay que decirlo, las causas que generaron el conflicto están ahí todavía, pero ahora agravadas por una nueva realidad política y económica que hace más urgente la búsqueda de la ansiada paz, condición necesaria para iniciar šya! las reformas profundas que reclama el pueblo... La paz es un clamor nacional. El reclamo de la paz no es patrimonio de ninguna de las partes ni bandera de facción política; es demanda de todo el pueblo". El 5 de enero de 1995 ya daba a la paz los mismos nombres concretos que le había dado la hoy difunta Conai: transición a la democracia, diálogo nacional, reforma de Estado.
Atinó en uno de esos objetivos: el diálogo nacional se dio, una vez convertida Codico en Cocopa, porque este firme propósito fue promulgado en la memorable sexta sesión de San Andrés (5 a11 de septiembre de 1995) en una nueva Declaración, pero ahora común (Cocopa-EZLN-Conai), leída en conferencia de prensa. Pero no se escuchó, como había temido la antigua Codico nueve meses antes: "los mexicanos queremos el cambio democrático en paz y por ello es preciso que se dejen oír los que en este país están a favor de ella. Que se escuche (esa) voz".
El Congreso desmemoriado, incluida la actual Cocopa, se olvidó el 28 de abril del clamor millonario revelado por la marcha de la dignidad de 24 zapatistas. El consenso que buscaba Codico, fundadora de la Cocopa, no era el de los partidos de Aguilar y Sodi, sino "un amplio consenso nacional en torno a la urgencia de construir la nueva democracia, de realizar una reforma del poder y del Estado, de la transformación democrática de las relaciones económicas, políticas y sociales. Las condiciones están maduras para una gran reforma política. No hay tiempo que perder".
En vez de lo anterior (que se debía conseguir sin apartar organismos no gubernamentales y todas las fuerzas sociales de la sociedad civil), hoy, en la alternancia sin transición, sigue la misma urgencia para exigir la paz.
La Codico concluye su declaración con la letanía de los nombres concretos de la paz: "el nuevo federalismo (que está ya en los acuerdos de San Andrés), un intenso diálogo nacional para impulsar las reformas que tienen el consenso nacional... las leyes de la reforma política... llevar al Congreso de la Unión todas las iniciativas que emanen de los acuerdos de paz".
Al convertirse Codico en Cocopa con la ley del 11 de marzo de 1995, le tocó promulgar el 16 de febrero de 1996 los primeros acuerdos de paz (en voz de Martínez Veloz) y se comprometió a llevarlos a las instancias de debate nacional para formalizarlos. Pero el 28 de abril de 2001 se equivocó de tarea y olvidando el compromiso anterior, sustituyó esos acuerdos no negociables por otros nuevos.
Que se permita a un archivista este recordatorio de los llamados de la memoria cuando los enredos del presente aconsejan reabrir viejos documentos fundadores, de aguda actualidad, pues otro nombre concreto de la paz es la fidelidad a la palabra empeñada (no por personas, sino por instituciones): en Codico y en San Andrés.