VIERNES Ť 20 Ť JULIO Ť 2001
Ť Alberto Dallal
Rimbaud y Sabines en movimiento
Lo que más atrae en el espectáculo de Erika Torres (Danza con Rimbaud y Sabines) es una referencia visual: las sensaciones del "ser en danza" que irradian las protagonistas, únicas integrantes del grupo: Erika y Maud D'Angelo. Más que una danza conceptual o intelecutalizada -ideas de las que Torres aprovecha al máximo sus elementos dramáticos, "escenificantes"- la de Erika y Maud constituye un juego de mujeres risueñas, una conversación amistosa o amorosa entre cómplices que deciden olvidarse del mundo para seguirlo observando sin las consideraciones de directores, funcionarios, maestros, coreógrafos o policias. Ambas bailarinas convierten su diálogo en poesía, una poesía visual que surge al presentarle al espectador los más superficiales o profundos acontecimientos. Danza joven en el sentido de ligereza, ausencia de peso y solemnidad, alejamiento de norma y mensaje. Erika y Maud entregan movimientos y sonidos particulares de los que se han borrado cualquier interrogante, cualquier extrañeza. La niñez, la escuela, los proyectos profesionales son meras imágenes que "se traen a colación" entre risas y desparpajo; Rimbaud y Sabines son pretextos. La historia de una relación -Ƒuna amistad amorosa?- que se realiza mientras se cuenta y que va narrándose mediante movimientos ingenuos -no-movimientos escénicos sobados- mientras se lleva a cabo: el foro como prolongación de una realidad cotidiana que adquire importancia en la mente y en los cuerpos de los verdaderos protagonistas: la gente común y corriente. Los movimientos, naturalmente, se ofrecen acompañados de sonidos "incidentales", sintonización de palabras que se repiten nada más porque sí, enseres que han perdido toda significación y que, como los espacios, van adquiriéndola en la medida en que las protagonistas obligan al público a hacerlo, a "interpretar" lo que "ocurre" en el escenario. ƑPero ocurre algo realmente? Nos percatamos de que las bailarinas improvisan aparentes improvisaciones: sentadas -así ya lucen sus vestimentas, mitad a la Carmen Miranda, mitad trajes de baño, con holanes, bifurcaciones, arrugas y todo-, que son niñas y balbucean y que aún bebitas estaban programadas la una para la otra en sus respectivas "patrias". Acuden al idioma universal de los niños para extender sus pies, casi tocarse, identificarse mediante sus cuarpos, trabajos que, como explica la coreógrafa, llegan a "sugerir múltiples presencias que utilizan la voz, el movimiento en el espacio..." En el escenario ya son México y Francia, Sabines y Rimbaud: se ha llegado a todos ellos mediante la trivialización de los posibles símbolos imperantes. Presencias y ausencias en movimientos que resultan homenajes, desacralización, "articulaciones con base creativa y evolutiva..." El gran logro se sitúa en la construcción dramática (de escenificación ante un público heterogéneo, amistoso) que prevalece. Los temas son meras imágenes. Pies, cuerpos, gestos, sillas bailan con sonidos esporádicamente emitidos por las protagonistas, quienes van construyendo juegos de palabras alrededor o a través de una yuxtaposición de los himnos nacionales que pierden longevidad y trascendencia para entremezclarse -Ƒen un juego que llega a ser simbólico para disiparse?- con lo que verdaderamente quieren decirle al espectador: las relaciones son reales, humanas, regocijantes, con disposición plena a la musicalidad del cuerpo. En el espectáculo resultan más que importantes los diseños de escenografía, iluminación y vestuario, los cuales pertenecen a la misma Erika. El conjunto es un paseo de saludable sarcasmo y burla que nos conduce a un reconocimiento-base de esa danza: lo más dramático de la existencia, la representación más importante de las "patrias" se halla en lo inmediato, en personas de carne y hueso que juegan, apuntan, rompen códigos, cansan y se cansan y nos hacen descansar a los espectadores.