JUEVES Ť 19 Ť JULIO Ť 2001
Emilio Pradilla Cobos
La centralidad desplazada
La Zona Metropolitana del Valle de México es la ciudad real; su contradictoria unidad socioeconómica y territorial supera la separación político-administrativa entre el Distrito Federal y los municipios conurbados de los estados de México y de Hidalgo. Su historia ha sido la del tránsito de la ciudad a la metrópoli y a la integración en la megalópolis en formación en el centro del país. En términos de lógica de estructuración interna, la metrópoli transitó de la centralidad única a la red de corredores urbanos, pasando por una fase transitoria de centros múltiples jerarquizados.
México-Tenochtitlán se organizó en torno a su centro ceremonial. Sobre las ruinas aztecas, los españoles construyeron una nueva centralidad única, religiosa y administrativa, acorde con la organización socioeconómica que impusieron. El lento crecimiento demográfico y físico, la expansión comercial, la independencia, las guerras y las dictaduras del siglo XIX no modificaron sustantivamente esta estructura monocéntrica. El auge comercial posterior a la Revolución Mexicana, que modificó los usos del suelo en el centro, expandió su radio y empujó a los sectores adinerados hacia asentamientos periféricos, dio inicio al cambio de la estructura territorial de la ciudad.
La industrialización de la posguerra mundial impulsó profundos procesos de cambio urbano: una intensa migración de población hacia la capital; nuevos asentamientos fabriles, de trabajadores, capas medias y adineradas dispersos; el crecimiento y paulatina integración de los pueblos periféricos del DF y el estado de México, dando lugar a la metropolización; el desarrollo de la infraestructura vial y de transporte para unir a la ciudad con el resto del país, que centralizó los flujos de personas y mercancías; la construcción de grandes equipamientos sociales y culturales, y la consolidación de subcentros comerciales y de servicios de diferente importancia y magnitud, muy jerarquizados en relación con la centralidad en expansión sobre las cuatro delegaciones más céntricas.
Desde la década de los setenta, y sobre todo de los ochenta, se viene produciendo una nueva y profunda transformación estructural. La metrópoli ha alcanzado una gran dimensión física y poblacional. Las tendencias demográficas cambiaron de signo, iniciando su declive en el país y la ciudad; mientras el DF presenta saldos migratorios negativos y su tasa de crecimiento cae significativamente, los municipios conurbados crecen por arriba de la media nacional, dando como promedio una tasa similar a la del país. La crisis económica de larga duración, la caída constante del salario real, la contracción del mercado interno, la emigración de industrias a otras localidades y al norte de México, y la política oficial dieron lugar a la pérdida de dinamismo económico y desindustrialización de la metrópoli y al cambio de uso del suelo en las zonas fabriles. El Centro Histórico y las ocho delegaciones centrales pierden población, son invadidas por el comercio informal e ilegal, las viviendas son remplazadas por bodegas y otros usos comerciales, y la delincuencia degrada el ambiente social. El sismo de 1985 acentuó el deterioro, sin que la reconstrucción habitacional lo revirtiera.
La aplicación de las políticas neoliberales, sobre todo la privatización de lo público, la liberación comercial externa, la apertura a los capitales trasnacionales, profundizaron el proceso iniciado en las décadas anteriores: la consolidación, extensión o formación de corredores urbanos terciarios sobre los ejes de flujos vehiculares, de mercancías y personas. El vector ha sido la multiplicación de centros comerciales, torres de oficinas, hoteles y sedes bancarias, de diferente tamaño y complejidad, justificada por la penetración de filiales y franquicias trasnacionales, la gran extensión urbana, que dispersa a usuarios y consumidores, el cambio tecnológico y la modernización edilicia, y la degradación de las áreas centrales. Hoy, la metrópoli se estructura como una red de 116 corredores urbanos, 16 de ellos de escala metropolitana y 58 de alta densidad, que fragmentan y dividen el territorio y atrapan en su interior las zonas de vivienda subsistentes. La centralidad y los subcentros se reorganizaron en función de esta lógica y han perdido su papel estructurador global.
A pesar de los problemas generados por esta lógica de restructuración urbana, no sometida a la planeación ni a la regulación pública, el análisis riguroso muestra que no es viable ni conveniente tratar de regresar a la estructura de centralidad única del pasado. Ello quiere decir que es urgente reordenar el crecimiento urbano, establecer regulaciones socialmente concertadas, preservar y ampliar los espacios públicos, y recuperar el Centro Histórico y otras áreas degradadas; pero hay que partir de una realidad que no es posible cambiar por la complejidad metropolitana, la falta de instrumentos de intervención y el arraigo de los actores urbanos y sus intereses propios, unos legítimos y otros no, pero todos reales y actuantes.