jueves Ť 19 Ť julio Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
ƑCapitalismo? No, gracias
Hace cinco años nadie hubiera imaginado que algún día próximo los jefes de los países ricos tendrían que acorazarse para celebrar una reunión en la cumbre. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que ocurrirá este fin de semana en Génova cuando comience la conferencia del Grupo de los Ocho. La convocatoria a "rechazar la globalización" comandada por dichas potencias será seguida por decenas de miles de activistas severamente vigilados por las fuerzas del orden, en un clima cargado de temores y violencia donde cualquier cosa puede ocurrir. Como quiera que sea, el momento confirma la sospecha de que ha concluido de una buena vez el ciclo de paz social inaugurado con la derrota del socialismo y la expansión universal de la revolución neoliberal.
La protesta se origina en los países más desarrollados, apoyándose en una generación más educada, dispuesta a luchar con las armas puestas en las manos por la revolución tecnológica que hace posible, justamente, el avance de la globalización. Gracias al uso universal de la Internet, los globalifóbicos, así nombrados con acento despectivo por el ex presidente Zedillo (ahora superasesor de empresas trasnacionales), han probado ser muy eficaces para solidarizarse con ciertas causas del Tercer Mundo (en vías de integración a la modernidad) como pueden ser el EZLN o el movimiento de los Sin Tierra de Brasil.
Sin embargo, el objetivo primario de las protestas es la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que simbólicamente atribuyen todos los pecados del neoliberalismo. En virtud de esa obsesión por las agencias del poder económico, pero también por la radicalidad de sus protestas, se ha comparado a estos nuevos rebeldes con los primitivos opositores a la industrialización, a la que espontáneamente se enfrentaban rompiendo las máquinas y otras herramientas de trabajo. Seguramente hay de todo en ese caldero hirviente, pero en realidad, los activistas se parecen mucho más a la izquierda extraparlamentaria de los años sesenta, aunque en vez de los revolucionarios maoístas, guevaristas y otros vanguardistas de la época, ahora predominan los neoanarquistas, las posturas eticistas y otras sin vínculos ideológicos con los postulados de la izquierda tradicional.
En realidad, la fuerza del movimiento globalifóbico radica en su capacidad de convocar a los grupos más diversos de la sociedad civil para actuar con un mismo objetivo antineoliberal, pero esa aparente espontaneidad no significa que la protesta sea sólo una reacción conservadora, y por tanto inútil, ante la expansión inevitable del mercado mundial. "No nos oponemos a la globalización per se. No nos oponemos al comercio. A lo que nos oponemos es a un tipo de relaciones globales que otorgan un poder cada vez mayor a las grandes corporaciones al mismo tiempo que debilitan naciones y pueblos enteros", escribe Michael Albert, uno de los líderes del activismo estadunidense, en una carta dirigida al Foro de Porto Alegre y publicada en Znet.
Algunos observadores fascinados por la negatividad anticapitalista de la protesta hacen de la necesidad virtud, pues convierten deliberadamente los medios de la protesta en fines, convencidos de la máxima aquella de que "el movimiento lo es todo". Creen que la alternativa al neoliberalismo vendrá sola, sin necesidad de un proyecto procesado en y por la sociedad planetaria. Significativamente, las críticas más lúcidas, como las del mismo Michael Albert, van justamente en el sentido de preservar el carácter abierto de las movilizaciones sin clausurar por ello sus posibilidades transformadoras. En otras palabras, no basta con repetir la frase acuñada en Seattle: "ƑCapitalismo? No, gracias" y pasar a la lucha callejera."El primer factor en dificultar nuestro éxito organizativo 'post Seattle' -dice el ya citado Albert- es nuestra falta de objetivos a largo plazo en cuestiones económicas y políticas, así como en otras esferas de la vida, que sean convincentes y sugerentes". Y concluye: "hasta que no les presentemos (a los ciudadanos) un buen argumento a favor de un mejor sistema, se mostrarán escépticos y poco proclives a rebelarse". Si, además, debido a la represión la desobediencia civil se transforma en una protesta violenta, existe el riesgo de que los activistas queden aislados, como un cuerpo separado de la sociedad combatiendo contra las policías por una causa justa, pero lejana de la vida cotidiana.
Paradójicamente, el movimiento puede ser víctima de su éxito si rechaza sujetarse a un programa común y, en consecuencia, a formas unitarias de funcionamiento. El problema existe, dice Albert, "porque muchos de nosotros creemos que la búsqueda de unidad conlleva el riesgo de caer dentro del autoritarismo y el sectarismo", lo cual "nos impide elaborar una visión compartida a largo plazo... o bien tenemos participación y democracia, o bien tenemos unidad, pero no podemos tener ambas". ƑLe resultan conocidas estas palabras?
Como puede observarse, estamos en los comienzos de algo nuevo y es mucho más lo que aún queda por dilucidar. Ya veremos qué otras sorpresas nos depara Génova.