miercoles Ť 18 Ť julio Ť 2001
Arnoldo Kraus
Medicina y empatía
La empatía es un término en desuso. No por viejo, no por ambiguo, no por incomprensible. Su desuso, así como el de otros valores vinculados con la ética, es más bien producto del ascenso de otras metas que marcan los derroteros de las sociedades contemporáneas, sobre todo de aquéllas en las que priva la bonanza económica. Buena parte de las políticas inherentes a los éxitos tecnológicos, financieros o aquéllas en las que la fama y el poder son leitmotiv, ignoran el valor de la empatía. La globalización es una forma de exclusión universal que ni por asomo incluye en su léxico términos como empatía o moral. La falta de apego -empatía- de un individuo hacia otro afecta a las personas por no incorporarlas al entramado social o por no ayudarlas a confrontar sus problemas. La mezcla de ambas omisiones, colectiva e individual, es una de las razones fundamentales de los desencuentros y las diferencias entre las personas.
Si bien la empatía -"el efecto emocional que las personas u objetos despiertan en nosotros como proyección de nuestros sentimientos y pensamientos"- no es consustancial a todas las profesiones, en medicina sí debe serlo. Por ejemplo, un plomero o un electricista pueden ejercer su trabajo sin saber nada acerca de la persona que solicita el servicio. Su meta, que fluya agua, que haya luz, es independiente de las características de quien contrata. Otras profesiones, como peluquero, arquitecto o presidente, necesitan conocer algunas peculiaridades de las personas para ofrecer un servicio adecuado. En cambio en medicina la empatía acentúa las cualidades del doctor humanista y debería ser una de las destrezas fundamentales de todos los profesionales que tratan pacientes. Idílicamente la relación empática entre médico y enfermo debe oscilar de "yo y tú" a "yo soy tú" o, al menos, "tú podrías ser yo". En ese entramado es donde se deposita o se juega buena parte de la curación. La receta como corolario sólo es puente entre la experiencia negativa de la persona por sentirse enferma y la experiencia positiva del doctor que sabe, hasta donde es posible, lo que el afectado siente o piensa acerca de su mal, independientemente de la gravedad del diagnóstico.
La empatía es una expresión personal, intrínseca, que difícilmente se enseña. Existen, por supuesto, las vías para estimularla -en algunas universidades lecturas humanistas y filosóficas, actuación en otras escuelas y discusión de casos-, pero la semilla debe ser parte del individuo. Lamentablemente, la empatía no sólo no se estimula, sino que tiende a sepultarse. Los avances sin paralelo de la ciencia y de la tecnología han deslumbrado a la profesión médica y han inclinado los fines de la educación hacia esas áreas, lo que ha relegado los aspectos de la medicina humanista hacia un segundo plano. El dinero invertido para la investigación "de punta" es inconmensurablemente mayor que el dispuesto para los rubros que estudian la relación entre el enfermo y su doctor. Aun cuando estoy convencido de que más pacientes curan por la comprensión del galeno que por las maravillas de la ciencia, la apuesta de quienes ejercen el poder médico -universidades, compañías que elaboran fármacos, centros de experimentación- se dirige hacia el conocimiento molecular y no hacia el cuidado profundo.
Se sabe, por ejemplo, que los altos puestos académicos se logran con mayor facilidad cuando se publica o se hace trabajo de investigación en el laboratorio, que cuando se pasan varias horas al lado de los enfermos. Asimismo, la remuneración es mucho mayor cuando se realiza un procedimiento médico -cateterismos, endoscopías- o una técnica rápida de laboratorio, que cuando se escucha "largamente" a un enfermo.
La mayoría de los pacientes requiere que se le cure y se le cuide. La mayoría de los médicos cura y olvida cuidar. Curar y cuidar son oficios distintos, pero no separados: uno requiere ciencia, otro personas. En la medicina contemporánea, la base de la atención, sobre todo en las sociedades ricas, se apoya en la ciencia. En cambio, para las corrientes humanistas, la compasión sigue siendo primigenia. Dibujar el hilo que ate la trilogía en cuestión -medicina, doctor, enfermo- es el reto fundamental.
La medicina, siempre se ha dicho, es una profesión que oscila entre el arte y la ciencia. Restaurar el valor de la empatía depende de mezclar ciencia y compasión. El galeno, espejo de esa dualidad, debe ejercer su oficio mezclando una dosis de razón con otra de intuición. Finalmente, si ese binomio funciona, las caras del enfermo pueden ser entendidas.