MIERCOLES Ť 18 Ť JULIO Ť 2001
Ť La reconstrucción, en condiciones de precariedad
Guadalupe Tepeyac renace, pese a la constante intromisión del Ejército
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Guadalupe Tepeyac, Chis., 18 de julio. El renacimiento de este pueblo ha sido casi tan trabajoso como habrá sido su fundación hace medio siglo, aunque esta vez los obstáculos en la selva son otros. Después de seis años en exilio, los pobladores van dejando de ver extraña su propia tierra. Recuperaron la mayor parte del terreno que les habían quitado con la ocupación militar, pero todavía no está listo para que sea casa donde vivir.
Les sobran motivos para seguir desconfiando. El gobierno no deja de vigilarlos, por aire y por tierra. Mientras mantiene un cuerpo policiaco privado en el hospital de IMSS-Solidaridad, aviones de rastreo, militares, o de aspecto civil sobrevuelan el área y soldados vestidos de paisano pero con gorra del Ejército federal incursionan en las inmediaciones de la comunidad para espiar, y quizás intimidar.
"Nosotros sólo queremos que nos dejen regresar bien", dice don Nicolás, uno de los representantes del ejido. "Todavía no tenemos terminado el trabajo para poder estar aquí", agrega, e interrumpe su labor en las zanjas para la tubería del agua.
Por eso mismo, manifiesta extrañeza ante el anuncio de que se realizaría próximamente el precongreso ciudadano en esta comunidad. "Ahora nos vinieron a decir unos de la sociedad civil, pero nosotros no estábamos avisados. Hoy tuvimos una asamblea para discutir eso. Las condiciones no están aquí ni para nosotros. Faltan las letrinas, y las casas a puro techo, no tienen paredes", dice el representante ejidal. El panorama circundante confirma sus palabras: grupos de hombres trabajan en los predios de casas a medias y por todas partes se distinguen el lodo removido y las zanjas que conducirán las mangueras del agua y el drenaje, pues la instalación original fue completamente destruida durante la ocupación castrense.
"Los de la sociedad civil también preguntaron si estamos listos para la fiesta que va a haber en el viejo Aguascalientes, pero ese es un terreno donde nosotros no entramos. Lo expropió el gobierno para los soldados, ahora lo tienen los de la Sedeso y con ellos no nos estamos hablando", se extraña don Nicolás, acompañado de sus hijos, quienes de tanto alzar suelo con los zapapicos tienen sus gorras salpicadas de lodo.
Motivos para mantenerse alerta
El fin de semana llegaron a El Carmen, anexo de Tepeyac, cuatro soldados procedentes del cuartel instalado en el rancho Momón. Descendieron del microbús que hasta ese día hacía un servicio de Las Margaritas a San Quintín (por cierto, a partir de entonces se suspendieron estas corridas y la gente, a lo largo del trayecto, se queja por la escasez de transporte). Sin hablar con los indígenas, los militares hicieron compras en las tiendas y al parecer se internaron en la vegetación. En todo caso no los volvieron a ver, pero tanto en El Carmen como en Guadalupe Tepeyac la "visita" provocó preocupación.
Los agentes de policía "privada" que se supone vigilan el hospital del gobierno ya no visten uniformes como lo hacían hasta hace un par de semanas. Después de que se denunció su presencia, les quitaron el garrote, pero no de los tanques de gas lacrimógeno al cinto. Y ya no se muestran. Según pudo corroborar La Jornada, ahora permanecen detrás de las puertas de vidrio del edificio y sólo asoman brevemente.
Además, los indígenas refieren que en los días recientes sobrevuelan la comunidad distintas aeronaves de rastreo. Aseguran que el avión que vino a patrullar este domingo era militar.
No será por esas presiones que este pueblo de tojolabales en resistencia suspenda las obras de reconstrucción. Curtidos en las penurias de la persecución, siempre están construyendo algo. Muchas familias permanecen algunas noches aquí, sin regresar al que todavía es su lugar de residencia en las montañas. Se van turnando. Una mitad queda en el nuevo poblado, como llaman a su refugio, y la otra mitad baja al viejo -y otra vez nuevo- Guadalupe Tepeyac. Los grupos familiares salen del mismo modo como van a las labores agrícolas, con su itacate de pozol y tortillas, y sus herramientas al hombro, preparados para permanecer varias jornadas en el lugar de la faena.
Un pueblo sin muros
Las familias en sus casas se distinguen de lejos, transparentadas. Cuentan que la lluvia nocturna los moja mientras duermen; luego, los trabajos y el calor de la mañana les secan los huesos.
Desde una loma Juan saluda agitando el brazo, junto con sus dos niñas. Hace algunos años, a la vista del nuevo poblado que por entonces construían para esconderse en la montaña, ese mismo Juan dijo a este enviado: "Este pueblo ya pasó a la historia. ƑA poco no?". Sin jactancia, se rendía ante evidencias que hoy debe seguir viendo desde allá donde finca su nueva casa.
Las preocupaciones y afanes no mellan el entusiasmo de los guadalupanos. Y en relación a las ganas que la sociedad civil manifiesta de mostrarles su solidaridad, otro hombre, que acompaña a don Nicolás durante la plática, comenta: "Si nos quieren ayudar, que apoyen nuestra construcción. Es lo único que estamos pensando orita".
Por último, don Nicolás señala que los ejidatarios no han definido una fecha para su retorno. "Falta mucho trabajo todavía".