MARTES Ť 17 Ť JULIO Ť 2001
Ť Nora Patricia Jara
Etnias del DF
Xóchitl Gálvez Ruiz, responsable de la Oficina para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de la Presidencia de la República, realizó en días pasados su primera gira de trabajo por el Distrito Federal al recorrer comunidades de triquis, mazahuas, mazatecas, zapotecas y purépechas asentadas en la delegación Venustiano Carranza. Durante su encuentro con mujeres, niños y demás representantes de estas etnias en la capital, la funcionaria de Los Pinos observó el estado en que viven los indígenas que han emigrado al centro de la República, y ante la miseria que encontró éstas eran las preguntas que hacía insistentemente: ƑTienen algún tipo de servicio asistencial o de ayuda pública? ƑEstán inscritos en programas de vivienda? ƑTienen Progresa, tal vez Liconsa, programa para la compra de tortilla? ƑEducación?
Cuál sería su sorpresa al escuchar respuestas negativas a casi todas sus interrogantes, y es que la realidad de las etnias indígenas que viven y trabajan en esta ciudad es lacerante. Para estos poco más de 140 mil indígenas, según datos recientes del INEGI, no existen programas ni servicios asistenciales, no poseen ingresos fijos, son los marginados de los marginados, son los que están fuera del círculo verde que tanto interesa a nuestros gobernantes, como también están lejos de los beneficios que promete el Plan Puebla Panamá a millones de mexicanos y muy distante su inserción como sujetos de derecho en la casi aprobada ley indígena, ley que pasó en blanco para las etnias en la capital por no contar con un órgano representativo facultado para su aprobación o rechazo. Para ellos no hay padrón confiable ni contabilidad que los refleje en los datos duros de los beneficiarios de los programas sociales. Según fuentes como Cáritas Arquidiócesis de México la población indígena en el DF está subnumerada, por lo que pueden fluctuar entre los 200 mil y 500 mil indígenas divididos en 49 etnias, tal vez pueden ser más, hay organizaciones no gubernamentales que hablan de 2 millones, si ampliamos el criterio de cuantificación más allá del de la lengua para determinar quién es indígena o quién no lo es, sumando así a grupos de gente que tiene tradiciones y que responde aún a patrones culturales dentro de un marco étnico y que hablan solamente español.
Lo que sí queda claro es que aquí en la ciudad de México se concentra el mayor número de indígenas procedentes de todo el país, que esta es la capital indígena de la República y que subsisten con la población indígena originaria; aquella que existía antes de que se constituyera la megaurbe que hoy conocemos. Además, las estrategias de supervivencia de los grupos étnicos que arriban a la ciudad no permiten contabilizarlos fácilmente, muchos de los indígenas llegan a edificios abandonados, algunos están en edificios públicos que luego se convierten en casa-habitación para un sinnúmero de familias. Sse tiene conocimiento de asentamientos donde hay más de 200 familias, pero tampoco aún así se incluyen en los censos ya que no son ubicables en lugares habitacionales. Existen asentamientos en espacios como predios baldíos, ahí donde aparentemente sólo hay una barda o a veces nada más una lámina, atrás se esconde un mundo que contiene una gran cantidad de familias indígenas que se reproducen y recrean su cultura en medio de la pluralidad y la diversidad que puede permitir la vida urbana.
Estos conglomerados pluriétnicos tienen distintas historias y una forma propia de ver su entorno: si mencionamos el Centro Histórico en sus calles encontramos mazahuas vendiendo dulces o frutas de la estación en la vía pública, en la Alameda y en sus calles circunvecinas vemos triquis con sus vitiales rojos vendiendo muñecas y grandes grupos de varones mazahuas aseando calzado, otros se van hasta Insurgentes. En los semáforos observamos niños otomíes de Santiago Amezquetitlán, Querétaro, que venden chicles a los transeúntes y automovilistas. En la colonia Del Valle o en San Angel hay mujeres mixtecas y mixes que se dedican al trabajo doméstico. Los policías auxiliares y los vigilantes son triquis de Chicahuastla; y entre los artesanos de la Ciudadela, los asentamientos al lado del Metro Candelaria, frente al Congreso de la Unión o junto al Teatro Blanquita nos topamos con otros grupos indígenas que muestran diversidad y riqueza cultural, pero también la compleja realidad a la que están sujetos estos mexicanos.
Las familias indígenas viven la ciudad de México con mucha agresión, violencia, discriminación y con extorsión, al no poseer ingresos fijos sus principales fuentes económicas son las que dejan el comercio informal y esto las coloca en una trinchera permanente para sufrir toda clase de agresiones. Algunas encuentran en la periferia el lugar ideal para asentarse sin tantos problemas, Valle de Chalco es ejemplo de ello, es un lugar que se construye y constituye con población migrante y una parte importante de ésta es migración indígena; son gente tlapaneca, mixteca, mixe, zapoteca, náhuatl, purépecha, triqui, lacandones, tarahumaras y huicholes. En estos enclaves pluriétnicos se vive el mundo indígena contemporáneo, comparten y preservan su cultura, al igual que en los pueblos del sur de la ciudad, como en Xochimilco, Milpa Alta o Tláhuac.