martes Ť 17 Ť julio Ť 2001
Alberto Aziz Nassif
Transición sin pacto
Es muy común escuchar que el desfase entre las promesas no cumplidas y los bajos resultados de la primera alternancia presidencial afectan las expectativas ciudadanas. Sin embargo, hay un enfoque del problema poco explorado que tiene que ver con el diseño de las instituciones políticas y con la dinámica de un gobierno dividido. Más allá de las voluntades políticas en juego, de la habilidad o de las "visiones" y "misiones", el nudo radica en la mezcla conflictiva de un poder dividido y un modelo político en el que no existen incentivos para cooperar y pactar.
ƑPor qué razón no hay un pacto político que haga posible consolidar la democracia y estabilizar un nuevo sistema institucional? Scott Mainwaring formuló una hipótesis interesante que puede servir para el caso mexicano: la combinación entre un sistema presidencialista y un formato multipartidista es un problema importante para lograr una democracia estable. Otras combinaciones muestran estabilidad, ya sea el presidencialismo con un bipartidismo o un multipartidismo con un régimen parlamentario. Mientras en el país hubo un formato de presidencialismo y un partido hegemónico y dominante, el viejo régimen funcionó con una lógica autoritaria. Ahora tenemos gobierno dividido, un presidencialismo sin los recursos del viejo régimen y un sistema multipartidista sin capacidad de pactar las reformas para consolidar la transición democrática. Los problemas más importantes de la mezcla mexicana son básicamente la polarización ideológica, la parálisis y las dificultades extremas para formar coaliciones parlamentarias.
Veamos los actores de un posible pacto. El caso más notorio de desajuste se da entre la Presidencia y su partido: el PAN; no logran encontrar la ruta de una relación de cooperación y, al mismo tiempo, de autonomía relativa, como decía el marxismo en los años setenta. Cada reunión del panismo termina con la consigna de cerrar filas en torno al Presidente; sin embargo, la terca realidad sigue imponiendo las fobias de los dirigentes, la competencia entre grupos y la incapacidad panista para asumirse como un partido en el gobierno. Los otros partidos no tienen incentivos para cooperar.
El PRI no sale de su crisis, en cada elección pierde un pedazo de sus votos y en las internas se hacen evidentes las rupturas que día a día expulsan militantes del partido por no encontrar un lugar. Por otro lado, el perredismo se debate entre sus grupos dedicados a golpearse de manera permanente; la opción de una izquierda moderna se ha desdibujado; el perredismo en el gobierno del Distrito Federal no logra traducir el famoso proyecto diferente contra el neoliberalismo, y se dedica a reproducir prácticas populistas y posiciones de enfrentamiento cotidiano con el gobierno federal.
Veamos a los poderes institucionales. Ha cambiado la distribución del poder, lo cual genera una actuación más dinámica de las partes, pero no existen los vínculos y los incentivos para establecer el pacto y las reformas que se necesitan en una consolidación democrática. El Presidente tiene una activa presencia en los medios de comunicación y ha generado un perfil excesivo: informar permanentemente tanto él como su gabinete. La estrategia de "ir al público" todos los días tiene límites y riesgos muy claros; la volatilidad de estar en los medios no garantiza mayor gobernabilidad y sí desgasta la figura presidencial.
El Congreso de la Unión es ahora muy celoso de su nueva liberación del Poder Ejecutivo y en el afán de marcar distancia ha modificado las iniciativas presidenciales más importantes, como son los casos de la ley indígena y el proyecto fiscal. Al parecer se ha generado en el Congreso una suerte de coalición legislativa de corte conservador que previsiblemente dominará en la actual legislatura. Bajo este supuesto, hipotéticamente no es factible esperar que de este Congreso salgan reformas importantes, como la reforma del Estado.
El Poder Judicial y su órgano rector, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, han tenido en los últimos tiempos una presencia muy destacada, y se ha convertido en el árbitro del país. Ha emitido sentencias en todos los grandes temas, desde lo electoral, pasando por lo económico, hasta lo laboral.
Tenemos un país con una alternancia que se generó por la reforma de las reglas electorales, un gobierno dividido, una estructura de los poderes con mayor autonomía, pero un proceso político con pocos márgenes para pactar las reformas y las nuevas instituciones.
En el ir y venir de todos los días se construye la historia de nuestra incipiente democracia, lo urgente y la coyuntura del día se comen las posibilidades de planear y hacer un proyecto de mediano plazo y un cambio institucional. El gobierno de alternancia se dedica a conducir y operar la nave, pero no se ven en el escenario los pactos ni los proyectos para consolidar la democracia.