martes Ť 17 Ť julio Ť 2001
Luis Hernández Navarro
De los Balcanes a Los Pinos
Vicente Fox es un presidente con amplia popularidad que tiene grandes dificultades para sacar adelante sus propuestas de gobierno. La simpatía de que disfruta en importantes sectores de la población no le sirve para ganar la voluntad de la mayoría del Congreso a favor de sus propuestas.
El proyecto de reforma indígena que presentó fue deshecho hasta convertirlo en una caricatura por la alianza de su partido y el PRI. Su iniciativa a favor de un nuevo sistema tributario no pudo aprobarse en el pasado periodo ordinario de sesiones y está siendo negociada con las fracciones parlamentarias en "lo oscurito". Las modificaciones a la ley eléctrica han tenido como respuesta un juicio de controversia constitucional.
Dentro de su gabinete las cosas no marchan mejor. Aunque todos sus miembros lo reconocen como su jefe indiscutible, han desatado una lucha fratricida para ganar posiciones y políticas. La sucesión presidencial se ha iniciado y los bloques han comenzado a agruparse. La nueva estructura de toma de decisiones alrededor de coordinadores de área no ha hecho más eficiente la toma de decisiones; por el contrario, los conflictos entre éstos y secretarios son frecuentes e inolcultables.
Parte de los costos de esta batalla los ha tenido que pagar el Presidente de la República, al punto de que su aceptación en la opinión pública ha comenzado a disminuir. El comportamiento crítico de los medios de comunicación no sólo proviene de su distancia del nuevo poder o de veleidades para ganar mercados, sino que es expresión de la intensidad de las pugnas dentro del equipo del jefe del Ejecutivo. La lucha contra la corrupción es una moderna espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los priístas y de los mismos miembros del gabinete.
La dificultad para construir mayorías políticas no es exclusiva de Vicente Fox. Los grupos parlamentarios y los partidos políticos con registro también la sufren. Todos los partidos realmente existentes son hijos -unos rebeldes, otros integrados- del viejo régimen. Sus diferencias internas son públicas; su unidad, frágil. Tan pronto como terminen las contiendas electorales de este año sus dirigentes comenzarán los ajustes de cuentas. El riesgo de la escisión es real.
El PAN enfrenta la amenaza que representan los Amigos de Fox y el proyecto de algunos integrantes del gabinete de dotarse de un instrumento político propio. El PRD se debate entre el dilema de colaborar estratégicamente con la nueva administración o no hacerlo. En el PRI el malestar en contra de los "cuatro magníficos" -los precandidatos presidenciales de la pasada contienda- se extiende, mientras sus fracciones parlamentarias se han conformado como fuerzas relativamente autónomas de la estructura partidaria y distintas tendencias trabajan en una ruta en la que la escisión es inevitable. El pleito por el registro del Partido Verde sigue.
Simultáneamente, 23 nuevos institutos políticos que reivindican identidades sectoriales (no estatales ni territoriales) como campesinos, obreros, indígenas y hasta universitarios, muchos de ellos membretes a la caza del presupuesto, esperan su reconocimiento legal. Entre tanto las asociaciones políticas siguen proliferando. Cuatro gobernadores no tienen adscripción partidaria reconocida, pero han constituido coaliciones temporales para administrar sus estados e incursionar en asuntos nacionales.
La clase política está más fragmentada que nunca, a pesar de la sobrevivencia de la partidocracia. La disputa por la "renta diferencial" que se obtiene por el hecho de contar con un registro partidario propio se ha intensificado. Muchas de las diferencias internas que la dividen no son de proyecto, sino de poder. Aunque hay quienes rechazan la inclusión subordinada en el nuevo gobierno, lo que busca ahí una parte muy importante de ella es, básicamente, acomodo en la administración de manera independiente, es decir, sin depender de otros dirigentes.
En esta etapa los acuerdos para construir mayorías estables no son imposibles, pero sí bastante difíciles. La política nacional, incluyendo la que se hace desde Los Pinos, se ha balcanizado y no se ven, a corto plazo, posibilidades de recomposición. Sin una reforma del Estado real y profunda, esta tendencia, lejos de disminuir, se profundizará en los próximos meses. No importa la popularidad del político en turno ni lo que digan las encuestas. Las simpatías en la opinión pública fuera de los periodos electorales no son garantía suficiente para conducir el país.