Lunes en la Ciencia, 16 de julio del 2001
Empresarios prepotentes y científicos cómplices Globalifilia y ciencia Héctor Reyes Definitivamente, entre las principales aportaciones del ex presidente Ernesto Zedillo a la cultura mexicana moderna está el haber popularizado (Ƒacuñado?) los términos "globalifobia" y "globalifilia". La globalifilia (en el sentido etimológico estricto, si es que se puede aplicar) es una tendencia no sólo sana sino harto recomendable en todo científico, ya que nuestro trabajo consiste en ampliar los límites del saber y esto no respeta fronteras. Sin embargo, tomando el concepto bajo otra perspectiva, es un tanto preocupante que los titulares de la política científica nacional quieran hacernos globalifílicos por decreto, siguiendo la más fina y pura tradición tlatoaniesca mexicana. Siento que hay que recordar al ingeniero Jaime Parada y a su cuerpo de asesores y "cazadores de cabezas" que su plan de estrechar los lazos entre industria y academia no representa una novedad. Por ejemplo, actualmente en México tenemos un buen número de científicos que llevan a cabo colaboraciones estrechas con las industrias alimentaria y pesquera, y que no necesitan empujones oficiales para hacer su trabajo. También hay muchos estudiosos jóvenes y del mejor nivel que se incorporarán al quehacer productivo del país por convencimiento propio. Lo malo es que igualmente hay que aceptar que muchos miembros de la comunidad científica nacional no podrán afrontar los retos de la globalización, simplemente porque difícilmente califican como practicantes de la ciencia en términos estrictos. Pero con todo, no hay que olvidar que para bailar un tango o un rocanrol se necesitan dos, y la comunidad empresarial mexicana, tan exigente a veces, tampoco es perfecta. Cierto que entre sus integrantes debe haber muchos individuos que sean el equivalente industrial de un SNI III, pero también existe un buen porcentaje de pésimos empresarios, análogos metalizados de los malos científicos, cuya influencia no facilitará la consolidación de este proceso. Para no hablar en abstracto, platicaré un par de "anécdotas" sobre recientes interacciones científico/empresario en el ámbito de las ciencias del mar, que es con el que estoy más familiarizado. A principios de 2001, un grupo de muy competentes científicos mexicanos jóvenes recibió una notificación positiva de parte del Instituto Nacional de la Pesca respecto de su solicitud de un permiso de pesca de fomento de pepino de mar. Este equinodermo fue objeto de un esfuerzo de extracción tan intenso que llegó a ser declarado en peligro de extinción en 1994, aunque actualmente ya se le considera sólo "amenazado", lo que posibilita el llevar a cabo su aprovechamiento comercial una vez que se hayan realizado estudios poblacionales que determinen el nivel que alcanzará la pesca. Tales evaluaciones iban a ser realizadas por los personajes citados una vez recibido el banderazo oficial, y con base en capturas patrocinadas por el permisionario interesado, quien además pagaría las investigaciones por un año. Otorgado el permiso, el empresario alegremente lo guardó y acto seguido hizo caso omiso de las condiciones del trato original, manifestando que "en Ensenada alguien le hacía el mismo trabajo por 30 mil pesos". Luego, terminó su relación con aquéllos que invirtieron su esfuerzo en este trámite. Platicando con otros compañeros que estudian sistemas marinos y terrestres, salta a la vista que este ejemplo clásico de gandallismo (por no usar los calificativos que realmente se merece), es típico del trato del empresario al científico mexicano. Mi hipótesis es que este problema proviene de dos fuentes: primero, los empresarios mexicanos están acostumbrados a pagar y a que se haga su voluntad y por otra parte, los científicos pertenecientes a la academia y al gobierno los tenemos muy mal condicionados al haber participado en su juego por décadas. Siendo estudiante de licenciatura tuve la "suerte" de colaborar en dos proyectos de evaluación de recursos, uno de almeja catarina y otro de camarón. En ambos casos fui testigo (y cómplice, faltaba más) de los trabajos de "muestreo y evaluación" más sesgados y pésimamente ejecutados de los que tengo memoria. Básicamente el asunto consistió en hacer censos al vapor de las poblaciones y en zonas donde los individuos eran abundantes, obviamente, para que los promedios de abundancia estimada fueran altos. Aún así, las autoridades aceptaron sin chistar las cuotas sugeridas por el "investigador independiente y su grupo de trabajo". Estas son las condiciones como los empresarios mexicanos están acostumbrados a trabajar: yo pago, tú dices lo que yo quiero.
La conclusión es que si queremos que en el futuro haya una relación sana y productiva entre científicos e industriales, tenemos que encontrar la manera de romper con la deplorable forma como los tratos han sido conducidos. Difícilmente el plan gubernamental funcionará si se mantiene el contrato social tradicional, y lo peor es que como el gremio empresarial del país está muy consentido y el Estado cierra los ojos ante sus deficiencias, seguramente la culpa de un potencial fracaso de esta política va a ser achacada al establecimiento científico. Para que esta cuestión funcione la responsabilidad es de ambas partes, e incluso del gobierno federal.
El autor es biólogo, estudiante doctoral en la Universidad de Miami y asistente de investigación en el laboratorio de arrecifes coralinos (bajo la dirección del doctor Peter W Glynn)
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