TOROS
Ť Tediosa inauguración de la temporada novilleril en la Plaza México
Por fin "los actores de la fiesta" se compadecieron del público
Ť Novillos mansos y dóciles de La Guadalupana Ť Alternantes sin entrega ni oficio
LEONARDO PAEZ
En tiempos no lejanos, el término jugársela equivalía en nuestro país a hacer algo que implicaba ganar o perder todo, y en el argot taurino significaba arriesgarse, voluntariamente y en serio, a sufrir una cornada, si no es que a perder la vida delante de un toro.
Como Joselito Huerta tantas y tantas tardes en México y en España, o como Eulalio López El Zotoluco, tantas y tantas tardes en México y en España, incluida la del sábado pasado en Pamplona, donde salió a hombros de una multitud a la que de repente se le quitó lo relajienta, cuando un indio mexicano de baja estatura supo hacerle fiestas a dos descompuestos e impresionantes ejemplares de la ganadería de Miura, meterles la espada y cortarles sendas orejas.
En la fiesta de toros eso es jugársela, lo demás es jugar al toro y al torero.
Por eso, cuando luego de dos meses y medio de sesudas deliberaciones, "los actores de la fiesta" -como bautizó el ex comisionado taurino del DF Guillermo H. Cantú, a empresarios, ganaderos, matadores y subalternos- llegaron a trascendentales acuerdos mediante los cuales la empresa de la Plaza México siempre sí daría novilladas, algunos aficionados, de los pocos que asistieron ayer al festejo inaugural, se preguntaron si había tenido caso tamaña decisión.
Porque si este es el nivel de espectáculo taurino que el otrora escenario más importante del continente le tiene reservado al franciscano público capitalino, más les hubiera valido a "los actores" ahorrarse los pesos y convertirlos en dólares, para cuando Hermoso, Ponce y El Juli regresen a inundar de torerismo -¿ante qué ganado?- la devaluada plazota.
Se recoge lo que se siembra, y como hace muchos años que no sembramos -ni en los toros ni en lo demás-, pues apenas si recogemos las migajas de una cosecha, ya vitalicia pero no vitalizadora para el espectáculo taurino.
Pereza de luces
Ha de ser bonito vestirse de torero, pero ha de ser terrible serlo deveras.
Con la calma chica que en México se cargan "los actores de la fiesta", ya podrán salir 20 novilleros carismáticos, valientes y con posibilidades que, por lo menos en este país, no cuajarán, ya por percances, ya por novias y juergas, ya porque se les agotó la paciencia ante tanta cerrazón.
Hicieron el paseíllo el poblano José Rubén Arroyo (24 años, seis de novillero y 55 novilladas toreadas, quien perdiera la visión del ojo derecho a consecuencias de una cornada en una tienta), el potosino Mario Zulaica (19 años, dos de novillero y 50 festejos) y el neoleonés Juan Antonio Adame (17, 2 y 45 tardes), para estoquear un decoroso encierro de La Guadalupana, que ha cosechado repetidos triunfos en plazas de provincia, al aunar sus astados bravura y nobleza.
La tarde de ayer abundó la docilidad pero escaseó la bravura, por lo que se hicieron más evidentes las limitaciones de los muchachos o, si se prefiere, su medida vocación y escasa asimilación luego de medio centenar de novilladas toreadas cada uno.
Si bien José Rubén Arroyo pechó con el lote menos manejable, también fue notoria su falta de sitio, de soltura para estar en la cara de sus novillos. Afanoso con su primero, con su segundo Arroyo ligaría por fin tres derechazos desmayados y un pase de trinchera, pero sin evitar caer en la sosería del guadalupano. ¿Sello mata deficiencias?
Por contra, Mario Zulaica se llevó el mejor lote, al grado de que en su primer novillo su apoderado le gritaba que se lo llevara a los medios, sin que la recomendación fuera escuchada. Débil de remos, pero suavote y repetidor, el astado exigía a gritos una gran faena derechista, si no estructurada por lo menos de tandas ligadas. Pero el potosino trae el mal ejemplo de los que figuran actualmente: dos o tres muletazos y el remate, para luego sonreír al tendido y perder el ritmo de la faena. Con su segundo repitió color, por lo que de plano fue pitado cuando se atrevió a salir al tercio.
Y José Antonio Adame, sin decir nada con el capote, se vio esforzado con las banderillas llevando el par hecho, para caer, como sus compañeros, en el detallismo insípido -ni cabeza ni entrega-, con aislados momentos de inspiración.
Pero por una barrera de 169 pesos, ¿qué más querían?, han de haber dicho los autorregulados "actores de la fiesta".