LUNES Ť 16 Ť JULIO Ť 2001
León Bendesky

Dinero

El dinero es un signo que expresa la situación de una economía en un momento o un periodo determinados. Las variaciones en su valor muestran las distintas presiones que existen en el campo de la producción, del empleo, de los intercambios externos, ya sean comerciales o financieros, o en la distribución del ingreso y la riqueza. Por sí mismo, el peso mexicano o el argentino, el dólar estadunidense o el yen japonés no significan nada hasta que se usan. Es entonces cuando se comprueba si sirven para cumplir su función, que es, finalmente, ejercer un determinado poder de compra en el mercado, cualquier mercado. Así, el dinero debe funcionar como un medio de cambio y, sobre todo, mantener esa capacidad sin depreciarse, pues cuando lo hace cada unidad de la moneda alcanza para adquirir menos cosas, sean productos o servicios. El valor del dinero, su utilidad, sólo reside en que se pueda hacer algo con él, y no precisamente empapelar paredes.

La pérdida de valor del dinero es muy evidente cuando hay inflación, cuando los precios de lo que se quiere comprar se elevan más que los ingresos para hacerlo, y entonces ya no alcanza. Desde 1976 hemos experimentado en varias ocasiones el efecto perverso de la inflación, y tan sólo desde 1980 hasta ahora, la inflación acumulada es mayor de 90 mil por ciento, mientras el valor del peso en relación con el dólar pasó de alrededor de 22 pesos a más de 9 mil 200. El ritmo de crecimiento de los precios en México en los últimos 20 años ha sido muy grande y ello representa una indudable pérdida de bienestar para la mayoría de la población, no únicamente porque reduce la capacidad de consumo, sino porque disminuye también el valor real del patrimonio. Esa gran inflación se ha presentado con una combinación de periodos de fuerte alza del nivel de los precios y grandes distorsiones de las cotizaciones de unas cosas respecto a otras, por ejemplo, los intereses que se defienden mucho mejor que los salarios, con otros periodos de contención, pero que no han generado estabilidad duradera.

Pero esto no siempre ocurre así, como es el caso de Argentina. Hace 10 años la moneda de ese país perdía valor tan rápidamente que era incapaz de cumplir su función de medio de cambio y mantener su valor, con lo que se presentó el fenómeno llamado hiperinflación, una desbocada carrera alcista de los precios. Domingo Cavallo, que era entonces encargado de las finanzas argentinas, enfrentó el problema modificando por decreto el costo de la moneda. Eso lo hizo aplicando una regla muy estricta que hacía un peso equivalente a un dólar. La regla para crear esa nueva identidad del dinero argentino consistía en controlar la cantidad que circulaba en la economía conforme a la disponibilidad de dólares. Cuando ingresaba un dólar se emitía un peso y con ello se eliminaba la discrecionalidad de la política económica y, también, de la política fiscal, pues no podía financiarse el déficit del gobierno.

La estabilidad de los precios se alcanzó rápidamente, y al mismo tiempo se creó un entorno de estabilidad favorable al crecimiento de la producción. Pero los cambios de identidad, como el que significa tener un nuevo nombre, no necesariamente corresponden a un cambio de personalidad. La estructura de la economía no se altera cuando cambia la denominación de los precios y la estabilidad monetaria y fiscal no provocan automáticamente una mejor asignación de los recursos ni un aumento de la productividad general del sistema económico. Tarde o temprano las presiones sobre los precios resurgen y la regla que permitió el control de la inflación funciona como una olla expres que se revienta. Cavallo es nuevamente el encargado de las finanzas argentinas, pero ahora ya no puede sacar el conejo de la chistera. Enfrenta una enorme deuda externa de 130 mil millones de dólares y una situación interna insostenible en términos de competitividad, las finazas públicas están a punto de desbordarse. Ya intentó una devaluación disfrazada y se sigue exigiendo más recortes al gasto del gobierno, ¿en qué?, pues en lo único que se puede: la educación, la salud y la infraestructura. No hay mucho para dónde hacerse y, otra vez, el nivel de vida de la mayoría de los argentinos será el que cargue con la crisis. Y nadie sabe qué va a pasar si ésta estalla y se disemina por las líneas de los inversionistas globales.

Se podría pensar después de leer este pequeño relato que el caso de México demostraría hoy el reverso de la historia. Si la inflación está a la baja y el peso está cada vez más fuerte quiere decir que el valor del dinero expresa la fortaleza de esta economía. Pero eso no es obligadamente así. El peso fuerte no es consecuencia de una mayor capacidad de producción ni de una productividad más grande, o de una eficiencia creciente. Es resultado de una regla de distinto tipo que vincula también la estabilidad a la disponibilidad de dólares. El peso va a contracorriente de la evolución de las principales monedas del mundo que tienden a depreciarse frente al dólar para mantener su competitividad y el equilibrio económico interno. Incluso, en Estados Unidos hay ya quienes sostienen que la fortaleza del dólar está dañando la posición internacional de esa economía. Si la corriente de los dólares se mueve en contra del peso no sería extraño que más de un banquero, un industrial o un alto funcionario del gobierno propusiera usar las grandes reservas internacionales que se han acumulado para dolarizar la economía. No sería extraño, pero sería muy inconveniente y sólo serviría para tapar, temporalmente, la falta de políticas económicas de todo tipo para crear las condiciones de un desarrollo más eficiente y equitativo en el país.