lunes Ť 16 Ť julio Ť 2001
Samuel Schmidt
Todos contra el PRI
Todo era más fácil cuando la vida política del país giraba alrededor del PRI. O se odiaba o se quería a ese partido, mientras que el idealismo tenía refugio en instituciones menores que eran muy útiles para la conciencia, pero poco efectivas para la influencia societaria.
El PRI no era un partido político, sino un sistema de vida social, económica y política. Durante décadas fue un mecanismo de movilidad social y hasta una bolsa de trabajo. Pero hoy en día, solamente por haber perdido la Presidencia, las cosas han cambiado con una velocidad sorprendente y no se ve su remplazo --por suerte-- en el horizonte.
El PRI está tratando de convertirse en partido político, lo que implica en primerísimo lugar reclutar cuadros, que necesariamente tendrán que mostrar su distancia respecto al pasado, y aunque sea muy complicado tendrán que involucrarse en un proceso de refundación ideológica. La ideología de la Revolución Mexicana ha quedado atrás y no le funciona ni a la nación y mucho menos a ningún partido político. Para los jóvenes que difícilmente leen libros de historia, éste es solamente un evento más y si acaso el nombre de una calle. Para su sistema valorativo es irrelevante.
El sistema del PRI se caracterizó por una suerte de doble personalidad. Por un lado era incluyente y en ocasiones hasta muy tolerante, mientras que por el otro reprimía brutalmente a los enemigos del "sistema", o sea, de ellos.
En su interior se libraron grandes batallas ideológicas, porque allí cabían los grandes extremos: había desde miembros del Opus Dei hasta ex comunistas. Por eso el presidente priísta era tan poderoso y era un factor clave para la estabilidad. Era el gran árbitro en las pugnas ideológico-políticas y las resolvía con la lógica del control del conflicto, la estabilidad política y la continuidad del sistema.
El gabinete presidencial era funcional porque servía para equilibrar grupos políticos, regiones y posturas ideológicas. Esto fue lo que no entendieron los neoliberales, que pensaron que era un instrumento simple en manos de un reyezuelo sexenal, y por eso el sistema se les desmoronó. No solamente no supieron corregir los vicios y fallas, sino que crearon otros vicios que profundizaron escandalosa y peligrosamente los factores de la inestabilidad.
Las derrotas (en plural) del PRI terminaron con ese sistema. Los partidos en el poder están ante la disyuntiva/tentación de intentar crear un nuevo sistema que puede girar alrededor de un nuevo partido o tener bases completamente nuevas, esto es, buscar un nuevo sistema de partido único o un sistema nuevo, que todavía no se ve surgir por ningún lado. Por eso tratan de equiparar el triunfo de Fox con la revolución, pero en la realidad no existe ningún acto fundacional como la revolución y la declaración de un político, por muy presidente de partido que sea, es insuficiente para eso.
Lo lógico sería que el fin del sistema del PRI necesariamente llevara las grandes batallas al escenario público, pero éstas siguen lidiándose abajo de la mesa. Y es por eso que el gran reto de la nación consiste en encontrar la forma de llenar el gran vacío que deja la desaparición del sistema priísta.
Pensar en un cambio simple donde otro partido puede remplazar ese sistema puede no solamente ser utópico, sino que puede convertirse en un diseño perverso que sustente un gobierno autoritario e intolerante.
Hoy hay una postura de todos contra el PRI y la alianza que se registra en varias partes para derrotarlo a toda costa, inclinará el país hacia situaciones inéditas y posiblemente indeseadas. Entre otras cosas, porque la alianza contra el PRI carece de una agenda político-social y se reduce solamente a derrotar a un partido político -Ƒse acuerda del sacar al PRI de Los Pinos?
Los resultados pueden llevar al poder a grupos que se quedaran en la retórica al carecer de visión para avanzar en condiciones de justicia y equidad, mientras que su intolerancia los hará duplicar los peores vicios del pasado.
Muchos priístas continúan estupefactos y creen que las derrotas son un mal pasajero; otros están reaccionando frente a la posibilidad de perder una fuente de sustento y buscan aferrarse al poder, como bien decía Max Weber, porque viven de la política, desviación que se está presentando en otros partidos. Ya hasta parece que no nos sorprendemos frente a los candidatos que se postulan para puestos de elección popular para llevarse la ganancia que les da el apropiarse de las prerrogativas electorales.
En el todos contra el PRI no gana la democracia, porque ni el sistema ni el régimen cambian y la sociedad está perdiendo la partida, porque no se desarrolla una nueva visión de la política y los espacios que deja el PRI podrían ocuparse con los instintos más bajos y las intenciones más aviesas.
Idealmente, el fin del sistema del PRI requiere una refundación del sistema de partidos que incluye formulaciones ideológicas profundas y, por supuesto, la generación de espacios societarios para que los ciudadanos se apoderen de la política. De otra manera, el riesgo de caer en las manos de políticos ambiciosos y con una gran glotonería por el poder político y económico, nos puede llevar a un retraso que no hemos tenido ni en nuestras peores pesadillas.