lunes Ť 16 Ť julio Ť 2001

Elba Esther Gordillo

"Politizar" y politizar

Una de las muchas prácticas cada vez más frecuentes y que rayan en el absurdo es la de pretender trivializar todo debate a partir del argumento de que el asunto se ha "politizado". Si hay un hecho real o pretendido de corrupción, basta con que el denunciado recurra al argumento de que el problema está "politizado" para llamarse mártir y colocarse en posición de enfrentarlo desde una perspectiva completamente distinta, aun si resulta culpable en efecto.

En el otro extremo, que todo exceso propicia, está el hecho de que para desprestigiar o por lo menos generar una duda razonable acerca de la probidad de alguien, basta con acudir a presentar una denuncia, sin prueba alguna como sucede en cada vez más frecuentes ocasiones, a condición de que dicha acción sea recogida por los medios de comunicación, lo que se traducirá en una condena prácticamente inmediata, excepto en los casos en que prevalece el profesionalismo informativo.

A partir de estos elementos básicos, hay todo un menú de opciones para actuar, que van desde la contradenuncia al denunciante original hasta recurrir a mítines de apoyo en los que la "sociedad" expresa su confianza en el acusado, pasando, obviamente, por la movilización de "leales" que terminen agrediendo físicamente a quienes se ostentan como denunciantes.

Esta fenomenología produce múltiples efectos, todos ellos de enorme daño para la vida social. Por un lado, golpea de lleno a una de las instituciones que menos credibilidad tiene, que es precisamente la encargada de procurar justicia. Si con un requiebre discursivo o con un acarreo de simpatizantes se puede descalificar una denuncia, es una forma de recurrir a lo que tanto ha dañado y sigue dañando a dicha institución: la impunidad.

Otra de sus consecuencias es que sea este despliegue el que más tiempo y recursos ocupe de partidos políticos, representantes populares y funcionarios públicos. Más que privilegiar el espectáculo que se genera con el círculo vicioso de la denuncia y la contraofensiva, tenemos que atender temas relevantes como el de la recesión económica que ya padecemos y que nos hará perder medio millón de empleos antes de que termine el año, o el incremento de la inseguridad pública, que parece no tener fin, o la concentración del ingreso y el aumento de la pobreza, entre muchos asuntos de urgentes resolución.

Por si fuera poco, este recurso efectista daña a la única institución capaz de convertir esta etapa de la vida nacional, caracterizada hasta ahora por el desorden y la incoherencia, en la del cambio cualitativo que nos permita actualizar el aparato público y su forma de operar: la política.

Al insistir en que todo lo que carece de fundamento, lo que se elabora desde la superficialidad, lo que emplea desplantes espurios es política, se está enviando al mensaje de que no tuvo sentido lo que con mucho trabajo se construyó y que consistió en hacer de ella la vía para impulsar el cambio.

El alto abstencionismo registrado en la pasadas elecciones estatales, junto a otros datos recogidos en diversas encuestas, nos habla del hartazgo que hechos políticos empiezan a generar en el cuerpo social. Sin que la discusión libre, seria, fundada de las ideas, aun opuestas, sea la piedra angular de nuestra incipiente democracia, lo hasta ahora avanzado será irrelevante e iremos en franco retroceso en la aspiración de hacer de la política la fuente de creatividad y de consenso que con tanta urgencia requerimos. Con ella operando, el cambio será posible; sin ella, el desorden prevalecerá con los enormes costos que implicará. Aún estamos a tiempo de politizar la discusión de los grandes temas nacionales.

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