REPORTAJE
Rescata investigadora de la UNAM la obra del modernista mexicano
José Juan Tablada, escritor en el limbo
La historia literaria ha sido injusta con el escritor y periodista mexicano, sostiene Esperanza Lara con motivo del reciente hallazgo y rescate de 144 textos del polifacético autor. "Es el mayor exponente de los modernistas y también de los vanguardistas'', afirma. Su influencia se manifiesta en Ramón López Velarde, los estridentistas, los contemporáneos e incluso Octavio Paz
ANGEL VARGAS
Esperanza Lara, adscrita al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, ha dedicado 34 años al estudio de la obra literaria de José Juan Tablada.
En ese tiempo ha logrado reunir prácticamente la totalidad de la creación poética y prosística del escritor y catalogar 2 mil artículos periodísticos aparecidos en diversas publicaciones.
Su trabajo ha permitido conformar la colección de Obras completas de Tablada, publicada por la UNAM, en su colección Nueva Biblioteca Mexicana, y que actualmente consta de seis volúmenes, pero que a final de año se proyecta llegue a ocho.
A la investigadora se debe también una página Web dedicada al artista (www.tablada.unam.mx), así como la edición en cd-roms de La Babilonia de hierro. Crónicas neoyorquinas de José Juan Tablada (1920-1936) y México de día y de noche. Crónicas mexicanas de José Juan Tablada (1928-1944), ambos títulos apoyados por el Conacyt y realizados al alimón con el investigador Rodolfo Mata, con quien, por cierto, afina detalles de un tercer disco compacto, con archivo gráfico.
Simpatías políticas y falta de difusión, motivos del olvido
La especialista afirma que la poesía del modernista Lara supera a la de Amado Nervo y Salvador Díaz Mirón, pues se presta a la recitación, fácil, como la de ellos, sino es para el gozo intelectual".
No obstante, agrega, "su nombre es prácticamente desconocido para la población, ¡ni qué decir su obra!".
La también catedrática universitaria atribuye tal hecho a las afinidades y los titubeos políticos de Tablada, quien simpatizó con el porfirismo, el huertismo y, en el caso de Venustiano Carranza, cambió de facción al manifestarse primero en contra y luego en favor de él.
Pero esa es sólo una de las causas, precisa. Otra muy importante ha sido la falta de difusión de su obra, pues, amén del escaso tiraje que siempre hizo de sus libros, nunca se han reditado.
El más reciente hallazgo de Lara es de marzo y consta de la ubicación y el rescate de 144 artículos periodísticos realizados por el escritor entre 1897 y 1900 en el diario El Nacional.
Estos textos se suman a los 1866 de diversas épocas que había descubierto diseminados en cerca de 20 publicaciones periódicas en las cuales colaboró Tablada durante su medio siglo de oficio.
"La importancia de este nuevo material es que cubre la etapa modernista tanto de Tablada como de la literatura mexicana, porque son las crónicas del momento. El contenido de los textos es misceláneo: informativo, nota roja, reseña de época y crónicas social, política, económica y cultural. El estilo es muy cuidado, erudito y culto", explica la profesora de la Facultad de Filosofía y Letras.
"Muchos de estos documentos, desconocidos para la mayoría de los investigadores interesados en el autor, en la producción artístico-cultural del periodo y en la literatura mexicana en general, permitirán ampliar informaciones anteriores y corregir opiniones hasta ahora consideradas como verdad última".
Del total de artículos, 142 aparecen firmados con el nombre del autor y dos con el de Le Horla. Este seudónimo aparece en otro centenar de textos, los cuales son aún analizados detenidamente para ver si son o no de la autoría de aquél, ya que gran parte no corresponde a su calidad y estilo.
La investigadora estudia también minuciosamente otros cien artículos, publicados en aquellos años en El Nacional bajo la firma de Lahor, con la presunción de que algunos, "muy pocos", fueron obra de Tablada.
La mayoría de este material apareció como columna con el título Notas de la semana. Aunque, esporádicamente, se publicó con el nombre de Cuentos mexicanos, México artista, Notas de arte, Los modernistas mexicanos, Notas literarias y Notas biográficas.
Lara comenta que el hallazgo permitió aclarar una laguna en la vida personal y laboral de Tablada, pues hasta antes de la aparición de estos artículos los escasos escritos que se conocían de esa época, sobre todo publicados en la Revista Moderna, hacían pensar que el autor había sufrido una recaída en su problema con las drogas, mismo por el que fue ingresado en 1895 al hospital de San Hipólito:
"Es una época difusa, oscura, y este hallazgo confirma que, tras una breve crisis, se reintegró a sus labores de escritos y periodista más rápido de lo que creía".
La investigadora subraya la información fragmentada que existen de la vida de Tablada hasta antes de 1914, cuando se exilió a Nueva York.
Es algo que se debe al propio autor y a su segunda esposa, Nina Cabrera, apunta: "Expurgaron el diario personal para borrar toda su época de farra, de su búsqueda de los paraísos artificiales, como el la definía, y que comenzó a la par de su inicio en la escritura, en 1891, y que se atemperó en los veinte".
Esperanza Lara comenta que con el descubrimiento de los 144 artículos se encuentra ya en posibilidades de reconstruir "esos años oscuros en la existencia de José Juan Tablada", lo cual representará tres volúmenes más de la colección de Obras completas.
Uno de ellos, adelanta, estará dedicado específicamente a esos escritos periodísticos publicados en El Nacional entre 1897 y 1900. Manifiesta su intención de que estos libros sean editados asimismo en disco compacto.
"Discutible o no su conducta política, no sería justo valorar la obra literaria de este personaje en función de su ideología", enfatiza la académica y reitera su opinión acerca de "la gran injusticia literaria" de la que ha sido víctima Tablada, no obstante el nivel y variedad de su quehacer.
"Con la publicación de la Revista Moderna, no sólo alcanza notoriedad entre sus contemporáneos, sino también fama a nivel internacional, ya que ésta se difunde a lo largo de todo el continente. Como era una apasionado de Baudelaire, Huysmans, Richepin, fue el escritor más admirado entre los propios modernistas, pues dentro del modernismo mexicano fue él quien representó al más aventurado de los poetas, rompió los moldes tradicionales, y se lanzó a la gran empresa del lenguaje, cayendo en los excesos propios de ese momento literario: imágenes novedosas, exotismo, diabolismo, erotismo y el uso de un sinnumero de recursos idiomáticos", rubrica.
"Fue el más baudeleriano de los poetas de su generación y su obra, la más representativa del modernismo mexicano".
José Juan Tablada nació en la ciudad de México en 1871 y murió en Nueva York en 1945. Modernista en su primera etapa -de aquí tal vez hereda el gusto por la palabra, la aventura y el viaje; la noción del arte como cambio perpetuo-, Tablada defendió esta corriente en la Revista Moderna (1989-1911). En 1900 fue a Japón. Desde entonces se interesó en "el ejemplo naturalista de los japoneses", cuya estética permite no una copia sino una "interpretación plástica" de la naturaleza. En 1914, al caer Victoriano Huerta, se exilió en Nueva York. Primer mexicano que habló con discernimiento del arte prehispánico y del popular, compañero y guía de López Velarde, amigo y defensor de los pintores Orozco, Rivera y tantos otros, Tablada inicia nuestra poesía contemporánea e introduce el haikú en lengua española. Da libertad a la metáfora antes que los ultraístas, escribe poemas ideográficos casi al mismo tiempo que Apollinaire. Revela a los futuros "Contemporáneos" un nuevo sentido del paisaje, el valor de la imagen, el poder de concentración de la palabra. Su nombre está ligado además a una de las figuras centrales de la música moderna: Edgar Varèse. El compositor francoamericano escribió hacia 1922 una cantata, Offrandes, con un poema de Tablada y otro de Huidobro. Citamos este hecho --poco conocido entre nosotros-- para subrayar el interés de Tablada por todas las manifestaciones de vanguardia, tanto en la poesía como en la música y la pintura. Este poeta que descubrió tantas cosas espera todavía ser descubierto por nosotros.
Libros de poesía: El florilegio (1899, 1904 y 1918); Al sol y bajo la luna (1918); Un día (1919); Li-Po y otros poemas (1920); El jarro de flores (1922); La feria (1928); Los mejores poemas de José Juan Tablada (1943).
(Tomado de Poesía en movimiento. México, 1915-1966, editado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis. México: Siglo XXI, 1966).
El México antiguo se va; a cada golpe de la piqueta del Progreso desaparece un capítulo de la leyenda y vuela una estrofa de la tradición. Los viejos edificios caen derrumbados en unos cuantos días y en su lugar van emergiendo lentamente los suntuosos palacios modernos. Hay un típico lugar mexicano que desaparecerá en breve, temporalmente, se dice, pero hay que temer que sea para siempre. Hablamos del "Baratillo", ese hijo indígena de los rastros españoles donde se apiñaba una multitud haraposa, que tenía algo de guetta judía, algo de bazar, algo de tienda de Cro canteur. Ropavejeros, herreros de viejo, mercaderes de artículos heterogéneos y sorprendentes traficantes de artículos imposibles, hormigueaban ahí en confusión pintoresca, de rostros dignos del lápiz de un Gavarni, con notas de alegres tonalidades y de sordas coloraciones que llenaban de júbilo el pincel de los acuarelistas.
Al "Baratillo" iban a parar las prendas y los objetos inservibles, las ropas raídas y fuera de uso, los muebles desvencijados, los trastos rotos, todo lo que sucumbe en el naufragio destructor del tiempo. Era aquello también sucursal del hampa rateril y el rata encontraba ahí seguro mercado para su fraudulento botín. Los anticuarios extrañarán al "Baratillo", en cuyos puestos el amante de bric-á-brac solía encontrar maravillosos objetos de arte que la ignorancia del baratillero daba por una ínfima moneda de plata. Ahí solían encontrarse los platos, compoteras y tibores que las fábricas antiguas de Puebla fabricaban compitiendo con la Talavera española y haciendo curiosísimas imitaciones de la porcelana chinesca. Ahí se encontraban la armas arcaicas, los trabajos de herrería meritísimos, los antiguos brocados, las tallas en madera de nuestros viejos artífices, y conozco yo algún notable coleccionador que encontró una mañana de vena, en el "Baratillo", la pieza de Sajonia honra y orgullo de su colección de cerámica.
Lo que no encontraba avalúo en ninguna parte por ínfimo que fuera, lo inservible, lo invendible, el resto, el despojo, el fragmento, encontraba ahí postor y era curioso ver aquel lugar que tenía algo de ruina, algo también de Patio de los Milagros.
El "Baratillo" desaparecerá en breve y un lugar pintoresco y originalísimo del México antiguo habrá dejado de existir, llevándose consigo a las entrañas de algún barrio, al hampa sórdida y curiosísima que a la sombra de sus puestos vegetaba.
(El Nacional, 31 de marzo de 1900)
La semana, al transcurrir, ha dejado marcada su huella con ancho rastro de sangre. A los zarpazos de esa rabiosa pantera negra, ya designada por la voz pública con el alias de la "Mujer fiera", cayeron dos oficiales de nuestro Ejército, muerto el uno y el otro agonizante sobre la cama de un hospital. Esa mujer, esa repulsiva Laura Veraza, no parece ser accesible a ningún sentimiento humano, ni al remordimiento siquiera, que sin embargo, labra sus hondas y corrosivas huellas, aun en las almas talladas en negros basaltos de los más empedernidos criminales. La "Mujer Fiera" habla con extraño aplomo de los detalles de su crimen, con un aplomo análogo al del alienado, que relata las alucinaciones imposibles de que su cerebro es víctima, pero que a él llegan imponiéndose como las más indudables realidades. Indignáos ante esa mujer que hace serenamente la relación de su crimen estupendo, reíd ante el loco que os cuenta sus quimeras, y ni vuestra indignación ni vuestra risa, hallarán su eco en el espíritu de esos seres, ni romperán el estoicismo de esos rostros impasibles. Y algo que priva a la "Mujer Fiera" aun del menor movimiento compasivo, es que al acudir al crimen no tuvo móvil alguno que pueda reputarse como fuerza productora de sus infames actos. Los celos pueden hacer que bajo las alas de la paloma aparezcan las garras de la fiera; puede la avaricia, a fuerza de golpes y maltratos, clavar la idea de la represalia sangrienta en el espíritu acosado de la víctima; puede al abandono hacer surgir el fantasma vengador del vitriolo en quien está hostigada por el deshonor y por el hambre; pero en Laura Veraza, en esa criminal inaudita, no se distingue el brebaje que provocara esa criminal epilepsia, ni se encuentra la huella del hierro hecho ascuas con que la afrenta la enardeciera.
No se descubre mas que una perversión sin límites, un desenfreno pavoroso, la estepa de una alma calcinada, no sólo desprovista de flores, sino enterrada bajo la corteza de las lavas más duras y más frías.
(El Nacional, 28 de mayo de 1898)
La muerte en estos últimos días, ha sagrado la vida de tres ilustres artistas. Fue uno de ellos Stèphane Mallarmé, el jefe venerable de los "simbolistas", el delicado poeta de Serres Chandes, el sutil prosista de Divagations. Como poeta, en verso o en prosa, fue Mallarmé un artista de excepción, impenetrable para las toscas muchedumbres, pero que prodigaba sus misterioso encanto en los espíritus cultivados. Jamás anotó en sus versos ninguna de esas sensaciones que son comunes a toda la humanidad, nunca acordó los ritmos de su egregia y noble lira con ninguno de eso gritos o sollozos que indiferentemente se exhalan por cualquiera de las mil bocas de una multitud. Para comprender a Mallarmé, para sentirlo, mejor dicho, era preciso que el espíritu llevara a cabo una evolución tan lenta y tan precisa como la del misticismo y cualquier neófito se quedaría clavado de estupor ante el misterio si no es que fuera despedazado por la esfinge.
Vistas de lejos, las poesías de Mallarmé tienen el monótono azul de una montaña en la lontananza, el aperlado caos de una vía láctea, la glauca opacidad de un lago; pero acercáos y contemplad con amor esos enigmas; la montaña de implacable azul os abrirá las capillas góticas de sus cipreses seculares y sus entrañas en que revientan los filones de los metales preciosos; el lago glauco se hará cristalino y dejará entrever en su fondo una Atlántida sumergida y el polvo de perlas de la indistinta vía láctea arderá gloriosamente como un arco iris de astros. Mallarmé, a pesar de los alardeos y vocerías de Rbené, Ghill y otros es el jefe esclarecido de la pléyade de poetas simbolistas y a él le cabe la gloria de haber orientado y marcado el excélsior de los mundos vírgenes a toda esa triunfante legión de paladines.
Otra de las glorias de Mallarmé (compartida por cierto con Baudelaire) consiste en haber traducido maravillosamente las obras poéticas de Edgar Poe, su divino precursor; un crítico francés ha dicho que si el poeta de Baltimore hubiera escrito en francés, hubiera hecho de seguro algo idéntico a lo que escribió su ilustre traductor.
(El Nacional, 2 de octubre de 1898)