Jornada Semanal, 15 de julio del 2001

CERVANTES POETA (I)

La astuta Chirinos, maestra del picaresco arte de ir tirando y, junto con Chanfalla, autora de El retablo de las maravillas, se burla del candoroso poeta pueblerino, el Licenciado Gomecillos, gobernador de mucho orden y respeto, de la siguiente manera:

Chirinos:         Pero dígame vuesa merced por su vida: ¿Cómo es su buena gracia?
                        ¿Cómo se llama?
Gobernador:   A mí, señora autora, me llaman el Licenciado Gomecillos.
Chirinos:         ¡Válame Dios y que vuesa merced es el Licenciado Gomecillos, el que
                         compuso aquellas coplas tan famosas de “Lucifer estaba malo” y “Tómale
                         mal de fuera”!
Gobernador:   Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas y así fueron mías 
                         como del Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron
                         aquellas que trataron del diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son
                         ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada a nadie: Con mis
                         versos me ayude Dios y hurte el que quisiere.
Así, don Miguel de Cervantes nos entrega su idea de la originalidad en la poesía, su reprobación de los plagios y su burla de los muchos y muy malos poetas que infestaban al parnaso con sus malas copias, su vulgaridad y su urgencia de fama y reconocimiento.

Complicada y contradictoria fue la relación de Cervantes con la poesía. Con Valbuena Prat, pienso que le hubiera gustado ser mejor poeta de lo que era, pues mantuvo siempre un intenso amor por las formas poéticas y una verdadera devoción por poetas como Garcilaso, Laínez y el divino Figueroa: “Tal es Laínez, tal es Figueroa, dignos de eterna y de incesante loa...” Respecto a los poetas de su tiempo, guarda sus distancias y en algunas, muy pocas ocasiones, participa en las disputas literarias y descarga sutiles ironías sobre la fama de los prepotentes ingenios a los que admiraba, pero de quienes, como toda la parroquia plumífera, tenía que defenderse, pues todas las lenguas eran largas y rayadas y todas las honras muy frágiles y quebradizas. Un ejemplo de ironía se encuentra en el formidable entremés en prosa (la mayor parte de los entremeses, pequeñas grandes obras de crítica de las costumbres, requirieron de la prosa para hacer más claras y contundentes sus ingeniosas sátiras sociales), “La guarda cuidadosa”. El soldado pobretón que regresa de Italia cargado de deudas, de fantasías y exageraciones, cultiva, entre otras cosas, las artes de la rima, la glosa y la improvisación. El encuentro con el zapatero que lleva a Cristinica, la hermosa fregona, unas chinelas nuevas, contiene unas regocijadas reflexiones sobre la poesía y los poetas. Recordémoslo:

Soldado:    ¿Cuántos puntos tienen?
Zapatero:   Cinco escasos.
Soldado:     Más escaso soy yo, chinelas de mis entrañas, pues no tengo seis reales
                     para pagaros, chinelas de mis entrañas. Escuche vuesa merced, señor
                     zapatero, que quiero glosar aquí de repente este verso que me ha salido
                     medido: “Chinelas de mis entrañas”.
Zapatero:   ¿Es poeta vuesa merced?
Soldado:    Famoso, y ahora lo verá; estéme atento.

                    CHINELAS DE MIS ENTRAÑAS
                                       glosa

Es amor tan gran tirano,
que, olvidado de la fe
que le guardo siempre en vano,
hoy con la funda de un pie
da a mi esperanza de mano.
Estas son vuestras hazañas,
fundas pequeñas y hurañas,
que ya mi alma imagina
que sois, por ser de Cristina.
Chinelas de mis entrañas.
Zapatero:   A mí poco se me entiende de trovas; pero éstas me han sonado tan bien, que
                    me parecen de Lope, como lo son todas las cosas que son o parecen buenas.
La pulla llevaba dedicatoria y tenía su razón de ser, pues el inmenso talento de Lope de Vega llenaba la escena de los mayores corrales de comedias, El príncipe y La pacheca, y Cervantes tenía varias comedias esperando en la larga lista. Además, en esos tiempos, uno de los deportes favoritos era el ejercicio de la sátira. Lope le pegaba a Tirso, Quevedo a Góngora y todos al indiano, don Juan Ruiz de Alarcón quien, cuando llegó a Madrid, se puso, como dice la pastorela barroca, “con Sansón a las patadas” y acabó por encerrarse en su casa madrileña, mientras sus obras ejercían influencia sobre Molière y la escena francesa en general. Por otra parte, Cervantes tenía un conjunto muy respetable de obras teatrales en verso bien construido y de temática muy rica y variada. Bastaría con El rufián dichoso, La casa de los celos, El gallardo español y El cerco de Numancia para confirmar su importancia de primer orden en el teatro nacional de España. Sin embargo, esto no era suficiente, pues la estrella de Lope ocupaba gran parte del cielo. Los mismos Calderón y Tirso de Molina tuvieron que abrirse paso con grandes esfuerzos a través del prodigioso bosque de obras de todos los tipos, plantado por el “fénix de los ingenios”. (Continuará.)
Hugo Gutiérrez Vega
[email protected]