SABADO Ť 14 Ť JULIO Ť 2001

Ť Juan Arturo Brennan

Proyecto Amadeus

En general, detesto los propósitos de año nuevo, porque me parecen un asunto tramposo, hipócrita y, sobre todo, culpígeno. Este 2001, contra mi costumbre, hice uno de esos propósitos: escuchar sistemáticamente toda la música de Wolfgang Amadeus Mozart. El 1o. de enero a las 11 de la mañana escuché el breve Minueto K. 1, y el 8 de junio a las 2 de la tarde concluí la audición del Requiem K. 626. Esta gratificante empresa me fue facilitada por el hecho de haber escuchado todo Mozart en la estupenda colección integral de su obra que produjo la etiqueta discográfica Philips hace diez años misma que un alma buena hizo el favor de poner en mis manos. El catálogo pormenorizado que acompaña a la colección me permitió seguir la obra de Mozart en estricto orden y asistir, por así decirlo, al florecimiento del genio. Reseñar todas las riquezas que descubrí en esos cinco meses y días de dedicarme por entero a Mozart requeriría el espacio de toda esta sección cultural; puedo, sin embargo, compartir aquí algunos de los descubrimientos más memorables.

En el Mozart temprano y menos conocido destaca la calidad de obras como la breve ópera Bastián y Bastiana y los divertimentos K. 136 y K. 166. Se aprecia también una muy temprana madurez en las misas de Mozart, equilibrado balance entre lo litúrgico y lo dramático. Entre los numerosos tesoros ignorados encontré una serie de 17 hermosas sonatas de iglesia con órgano, que son auténticas joyas por su forma y por su sonoridad inesperada. Asombra también cuán pronto llegó Mozart al refinamiento y la abstracción rigurosa en sus primeros cuartetos de cuerda, y el salto cualitativo que representan sus sinfonías 25 y 29 en el contexto de su producción orquestal. A cada paso sentí el impulso de agradecer al menospreciado Leopold Mozart el rigor y la disciplina con que enseñó a su hijo el manejo de las formas clásicas en todos los géneros. ƑQué más se puede decir de la maestría inigualada con la que Mozart escribió para los instrumentos de aliento, tanto en conciertos, serenatas y divertimentos como en las bellas partes orquestales de sus sinfonías y óperas?

Qué lástima que la soberbia Sinfonía concertante para alientos K. 297 sea de dudosa paternidad, porque bien merece ser de Mozart. Y lástima por las numerosas obras mozartianas que se perdieron en el tiempo, en particular el Concierto para trompeta que probablemente compuso para J. A. Schachtner. Otro hallazgo importante: entre sus abundantes arias de concierto hay numerosos ejemplos de rara belleza, a la altura de lo mejor de sus arias de ópera. En sus desconocidos cánones hay, además de pulcros ejercicios formales, varios ejemplos de música muy atractiva; en los textos de los cánones vocales es posible hallar de todo, desde lo trivial hasta lo obsceno, desde lo simple hasta lo críptico.

Varios de sus divertimentos y serenatas, compuestos en su momento como música utilitaria para banquetes y ceremonias, son de un refinamiento notable, de cualidades y alcances casi sinfónicos, y no hay nada en ellos de la ligereza que se les suele asignar por costumbre. De pronto, en 1777, surge de su pluma ese portento que es el Concierto No. 9 para piano, el llamado Jeunehomme, primera de muchas obras maestras que Mozart creó en este género tan suyo.

ƑY qué decir de las pequeñas y brillantes joyas que Mozart compuso para dotaciones raras e inusuales, como su incomparable Sonata para fagot y violoncello? Y de nuevo el piano: qué dramatismo profundo el de la Fantasía K. 475, con un pathos de otro tiempo, de otro mundo; y qué armonía tan inesperada, futurista, la del Minueto K. 355, breve asomo de lo que pudo haber sido Mozart en el siglo XIX.

A partir de la incompleta Zaide, se hace claro que Mozart comienza a independizarse en lo que se refiere a la forma y al argumento en la ópera, y comienza a fraguar lo que habría de ser su ''espíritu alemán". La maestría indiscutible en este género ocurre, sin duda, en el trayecto entre Idomeneo y El rapto del serrallo. Para cuando compone los seis cuartetos dedicados a Haydn, Mozart ha alcanzado ya un grado de abstracción intelectual y deliciosa pureza camerística que se refleja también en otras obras contemporáneas. ƑCómo no admirar, asimismo, su personal actualización de lo barroco en la Gran Misa en do menor? ƑCómo no conmoverse ante el soberbio drama en re menor que Mozart propone en el Concierto para piano K. 466, el mejor de los 27 que compuso?

No se equivocan quienes hablan de obra maestra al referirse a Las bodas de Fígaro; si lo es, sin duda, por sus arias, no lo es menos por sus incomparables ensambles. En la divertida Cosi fan tutte se unen una pulcra forma dramatúrgica y una orquestación de una solidez y modernidad admirables. Y aunque pareciera que una ópera ten seria y exaltada como La clemencia de Tito es una regresión a las viejas camisas operísticas de fuerza después de la extrema libertad ejercida por Mozart en Cosi fan tutte y La flauta mágica, la nobleza de la música y la maestría del compositor lo desmienten categóricamente.

He aquí, pues, una visión necesariamente resumida de esta gozosa e iluminadora experiencia que fue escuchar toda la música de Mozart. Entre lo mucho que esta prolongada audición musical me dejó, destaco sobre todo un fuerte impulso para comenzar de nuevo.