SABADO Ť 14 Ť JULIO Ť 2001

¿San Pedro?, ¡que se ponga!

Murió Miguel Gila, un comediante sobreviviente del franquismo y de Pinochet

PABLO ESPINOSA

¿Está la señora Muerte? ¡Que se ponga!

Miguel Gila colgó el auricular, negro, que lo acompañó toda la vida con un oficio muy bonito: el de hacer reír a la gente.

Tenía 82 años, una familia y muchos chistes todavía para contar cuando expiró, la madrugada de este viernes, en un hospital de Barcelona.

Para ilustrar la magnitud de su genio baste decir que les salvó el humor a los españoles en la época de Franco. Manuel Vázquez Montalbán define su trabajo como "la única posible higiene mental popular bajo el franquismo".

El, muy serio, prefería definirse así, desde el principio: "Cuando yo nací mi madre no estaba en casa, se había ido a Toledo a curarse un orzuelo".
SPAIN_OBIT_GILA
Su gesto autobiográfico jamás lo abandonó: el episodio de cuando fue hecho preso por los falangistas y sometido a la tortura del fusilamiento de salva, lo convirtió en la piedra de toque de su arte. Era uno de sus chistes más sonados: "cuando me detuvieron, los soldados estaban tan borrachos que no atinaron los balazos". Fingiose muerto y salvó la vida. El lindero entre ficción y realidad quedó borrado por su genio, bordado por su arte, rodeado de laureles. Las enciclopedias tomarán muy a pecho que ninguna de las balas rodeó el pecho del futuro cómico, muerto de la risa. ¿Fue verdad? ¿Fue mentira? Por lo pronto, las agencias noticiosas, la televisión española, las formas modernas de la comunicación vomitan la noticia: Murió Miguel Gila. ¿Se tratará de otra de sus bromas?

Le gustaban este tipo de retratos, para empezar, para culminar o para subir aún más el decibelaje de las risas en sus shows: "Desde que nací hasta cumplir los tres años fui una hermosa niña de ojos azules y rubios tirabuzones, pero como la gente de aquella época era muy antigua me criticaban mucho, porque decían que los niños tienen que ser morenos y con bigote; así que no me quedó más remedio que hacerme niño. Unos años después, y ya con un hermoso bigote, empecé a dibujar en La Codorniz, en Hermano Lobo, en Diario 16 y en El Independiente. De todo lo demás ya ni me acuerdo."

Completó lo que Francis Poulenc ?autor de una ópera, La voz humana, que es un largo monólogo al teléfono? inició como un estudio de la condición humana hecha tragedia: el teléfono como una de las bellas artes. Mientras Poulenc lloraba, Miguel Gila reía.

Teléfono negro, o blanco, cuyo cable ataba a la pata de una silla; camisa roja, cuando era lo prohibido y se suponía que todos debían llevar camisa azul; boina; le gustaba que el espejo le devolviera una imagen de "español profundo", dueño como era de esa forma superior de la inteligencia que es la ironía.

Gila es uno de los más honestos representantes del pensamiento progresista. Hombre de izquierda sin recoveco alguno, no solamente sobrevivió al franquismo, también a Pinochet. De los siguientes episodios nunca hizo chiste alguno: su amigo íntimo, el poeta Miguel Hernández ("por la libertad vivo/ lucho/ y pervivo") murió de tuberculosis en prisión, sometido por los militares en una celda que compartió con Miguel Gila. Su amigo del alma Víctor Jara, con quien convivió durante su exilio en Santiago (Gila vivió temporadas de ese exilio también en Argentina, Cuba, México, Uruguay y Paraguay), murió asesinado por los militares. En escena, Gila tomaba el auricular: ¿Está Pinochet? ¡Que se ponga!

"El humor ?decía? es un arma que no mata, lesiona, pero nada más." Y lanzaba chistes "para combatir lo que imponen las dictaduras: la obediencia, la humillación y todas las cosas tan desagradables que supone vivir en un país gobernado por un dictador." Igual llamaba al Papa, a la Thatcher, al presidente de Estados Unidos, que a su novia, a su amiga, a su mujer.

Hasta hace pocos días dibujaba tiras cómicas para un periódico catalán. Se ufanaba, divertido, que hacía mucho que no pagaba la cuenta del teléfono. Vivía inmerso en la navegación noticiosa de la web y en reflexiones como esta: "Estamos viviendo una época bastante dura. Después del combate a muerte, ¿quién gana? ¿El que muere al último? Los dos están muertos, los dos han perdido. Yo siempre he intentado ridiculizar la guerra a partir de un absurdo que es real, que no es invención, la vida es así de absurda, pero la acepto como es."

Y colgó.