Adolfo Gill
El escudo, la espada y el Estado
Suele suceder que desde afuera de los partidos vienen a veces visiones más claras sobre sus vicisitudes internas que desde adentro, donde la presión de los conflictos inmediatos y de las cambiantes relaciones de fuerzas impide expresar con claridad las diversas perspectivas. Con la nitidez que le concede su oficio académico, es esta vez José Blanco quien ha delineado una de esas visiones. En su artículo "La muerte del nonato" (La Jornada, 10 julio 2001), luego de dar por muerto al "pacto político" tan mentado y de lamentar con razón la carencia "de generosidad y de visión política" de un Congreso que hizo a un lado el proyecto de ley indígena de la Cocopa, formula dos propuestas:
1) Además de acuerdos concretos sobre problemas específicos entre el PRI y el PAN, "probablemente puede darse un paso más y acordar políticas de Estado en esos y otros temas fundamentales: la pobreza y la desigualdad, la educación, la infraestructura, la nueva hacienda pública, la corrupción, la inseguridad pública. El PAN, el gobierno y el PRI pueden avanzar en estos temas que la nación demanda con urgencia inaplazable, dejando respetuosamente a un lado al PRD, cuyo bizarro proyecto de país nada tiene que ver con el de esos partidos neoliberales y entreguistas".
2) Sin embargo, como paso previo -agrega- tal vez el PRI y el PRD deban antes "poner su casa en orden, vale decir, dividirse en las partes que naturalmente son, reconociendo civilizadamente que no pueden convivir más bajo el mismo techo. Es claro, por ejemplo, que la dirección oficial del PRD, más Nueva Izquierda, más el grupo Monreal, podrían entrar bastante bien en un proyecto de políticas de Estado como el referido. Hoy, como viven, no pueden".
Discierno aquí dos propuestas. Una, un conjunto de "políticas de Estado" como base de un pacto PAN-Fox-PRI; la otra, la división del PRD en dos partes: una que podría entrar "bastante bien" en dicho pacto y otra que se quedaría con su "bizarro proyecto de país". (Entiendo que en este caso el término "bizarro" se usa en su acepción periodística de "extravagante" o "sorprendente"). Las propuestas de José Blanco me parecen coincidir en buena medida con las de una "izquierda moderna", formuladas tanto desde la dirección nacional del PRD como desde las diversas personalidades que se reconocen en las ideas y sensibilidades políticas del Grupo San Angel.
Ahora bien, el acuerdo PAN-Fox-PRI sobre "políticas de Estado" que José Blanco propone ya ha tenido una primera manifestación, que él mismo deplora: la aprobación en el Congreso de la Unión de la "ley indígena" contra el proyecto Cocopa. Y esto a un nivel más alto que el de las "políticas de Estado": el del marco constitucional de dichas políticas. Otra manifestación de la existencia de dicho acuerdo, mucho más equívoca pero no menos visible, son los circunloquios y las triquiñuelas del PAN, el gobierno y el PRI para seguir encubriendo a los beneficiarios dolosos del Fobaproa.
Estas son las versiones "realmente existentes" (para usar una expresión consagrada) del famoso pacto, y no las imprecisas pero no inocentes propuestas de futuro como el Plan Puebla-Panamá o la "desregulación al estilo Domino´s Pizza" (producto que se parece tanto a la auténtica pizza como la comida Tex-Mex a la verdadera cocina mexicana). Lo demás, por el momento, es conversación y tiempo ganado para un gobierno de hombres de negocios que sabe qué quiere y a dónde va. Son los mismos empresarios que con el "pase de charola" de Salinas determinaron la política de Zedillo; y ahora, al formar con sus dineros los "Amigos de Fox", determinan la política del Presidente. Pues quien paga, manda, y no es este gobierno la excepción.
En esta relación de fuerzas entre el dinero y el poder, ¿quién decide las "políticas de Estado" que estamos viendo? Y esas políticas ¿se pueden cambiar pactando con el gobierno de los hombres de negocios o, por el contrario, construyendo en la República, desde la sociedad, desde sus organizaciones y desde las posiciones electivas ?las tres instancias- políticas diferentes y alternativas a las de esos hombres de negocios convertidos ahora en dueños y conductores del país-
Este gobierno cuenta con otra ventaja: por el momento, no tiene a nadie enfrente. No quiero decir que no haya descontento y oposición. Digo que no hay todavía una política coherente y sustantiva frente a la que lleva adelante el gobierno de Vicente Fox. El PRI seguirá por un tiempo en una crisis de definición, cuya última expresión son las divergencias en torno a la ley indígena, rechazada por muchos priístas en las legislaturas de los estados. Este es uno de los muchos indicios de que los dirigentes locales del PRI -incluidos sus caciques- son una presencia real, con raíces en sectores de la población que no están dispuestos a cortar, y no simplemente una emanación del antiguo "partido de Estado".
El PRI, quién lo duda, es una expresión política formada en la historia mexicana del siglo XX, como lo es el PAN desde sus orígenes en la oposición conservadora y la estructura política católica en los años 20 y 30, hasta su consolidación a partir de los años 40 como oposición legal al PRI y leal a su sistema. Sin el PAN, constituido al terminar el sexenio de Lázaro Cárdenas, habría sido impensable la prolongada estabilidad de los gobiernos del PRI desde Miguel Alemán en adelante.
Los partidos que llegan a tener existencia real no se fundan en las oficinas, en las personalidades, en los manifiestos o en el registro electoral, sino en la historia. Es la experiencia de tantos partidos y partiditos que llegaron, vegetaron y pasaron. Ese tipo de partidos históricos son el PRI y el PAN. ¿Tiene la misma razón de existir el PRD como corriente nacional de masas, o será su destino convertirse en algo así como el registro electoral del Grupo San Angel?
Pienso que la corriente política cuya expresión partidaria actual es el PRD se formó, igualmente, en la historia mexicana. Sin ella dentro del PRI, tampoco habría existido aquella prolongada estabilidad de sus gobiernos. En realidad, la crisis de fondo del PRI no empezó con su derrota electoral de julio de 2000, sino con el desgajamiento de la corriente cardenista en 1987-1988, cuya victoria electoral fue escamoteada por aquel "acuerdo de Estado" entre PRI y PAN materializado en la quema de las actas. Desde entonces la hora final del poder estatal del PRI estaba marcada: fue postergada, pero no eludida.
Lejos de ser una extravagancia (o una encarnación moderna del antiguo PCM), el PRD como expresión partidaria tiene antecedentes en el pacto constitucional de 1917 (y sobre todo en su artículo 27, ese que Salinas y el PAN anularon) y en sus antecedentes liberales y radicales; en el cardenismo de los años 30, ese que olvidan quienes hablan de "71 años de dictadura"; en los movimientos sindicales y campesinos de los años 50 y el MLN de los años 60; en el movimiento estudiantil y popular de 1968, masacrado por el PRI ante la indiferencia del PAN; en la Tendencia Democrática de los electricistas y las luchas políticas y sociales de la izquierda de los años 70, reprimidas por el PRI con la complicidad del PAN; en los movimientos sociales y el Frente Democrático Nacional de los años 80; y en el propio PRD de los años 90, con sus militantes asesinados por los gobiernos del PRI, ante el silencio del PAN.
Lo que hoy se llama PRD es una corriente histórica nacional y social con hondas raíces en la vida política mexicana del siglo XX entero, que se llevó consigo buena parte de la legitimidad popular que antes monopolizaba el PRI. Desde entonces, éste fue cayendo sin pausa y sin remedio.
No creo que el PRD tenga un "extravagante proyecto de país". Pienso que, por el momento, su principal problema es que no tiene ninguno; quiero decir, que no ha alcanzado todavía a formular una visión propia del país y de la sociedad, no en los términos de hace 15 años, sino en aquellos que respondan a las trasformaciones de México y del mundo en este difícil y fecundo tiempo.
Ese es el desafío que tiene por delante esta corriente, y no el de insertarse mal o bien en una alianza equívoca con sus adversarios en el poder. Para responder a ese desafío no hace falta dividirse en dos partes, sino definirse como un partido con programa y políticas leales a quienes son sus seguidores y sus votantes, un partido del pueblo dentro de cuyos marcos la diversidad de expresiones y sensibilidades es una riqueza y no un defecto o una traba.
Las corrientes históricas dentro de las cuales se ubica el PRD han visto siempre al Estado como un escudo protector frente al mercado y a las políticas del capital. Las corrientes de derecha, de las cuales provienen el PAN, Vicente Fox y sus hombres de negocios, lo han visto como una espada que con sus políticas públicas abre paso al capital y al juego sin limitaciones legales del mercado, y con sus políticas asistenciales pone curitas sobre las heridas que la espada abre.
Unos levantan el escudo de la regulación, otros empuñan la espada de la desregulación. Frente a "la pobreza y la desigualdad, la educación, la infraestructura, la nueva hacienda pública, la corrupción, la inseguridad pública", pueden ponerse de acuerdo caso por caso. Pero, ¿en qué "políticas públicas" de mediano o largo alcances pueden coincidir? Son más bien los políticos y los votantes del PRI quienes tendrán que definir por cuál de amboambas visiones se deciden.
En todo caso, lo que a mi juicio tiene el PRD como desafío, si ha de ser fiel a sus orígenes y a su gente, es la ardua tarea de discutir, trabajar y definirse hoy en los tres terrenos en que necesita existir como corriente nacional histórica: en la política electoral e institucional; en los movimientos sociales y democráticos, y en lo que algunos llaman un "horizonte de deseo", el esfuerzo intelectual y práctico por imaginar un mundo-otro y por "cambiar la sociedad que ha legitimado la desigualdad y la injusticia".