VIERNES Ť 13 Ť JULIO Ť 2001
Ť José Cueli
El hecho a partir de ser dicho
El mejor camino o forma de aproximación a un texto o a una forma de pensamiento es el de la exégesis (exegéomase: guiar, interpretar, exponer). Exégesis como práctica para que el propio pensamiento sea fecundado por propuestas que nos conduzcan a nuevas líneas de pensamiento y hacia nuevas preguntas. Tal parece ser la proposición que encierra el texto de Françoise Fontenau, La ética del silencio, que comentaba la semana pasada, y que pretende abordar algunos de los aspectos del pensamiento de Lacan y de Wittgenstein.
El pensamiento y el lenguaje han dado y aún lo hacen mucho que pensar a multiplicidad de disciplinas. En momentos como los que vivimos cuando la comunicación adquiere dimensiones vertiginosas debido a la cibernética cuyas consecuencias y repercusiones son aún insospechadas pareciera que mientras el hombre moderno navega a sus anchas en la red, naufraga sin timón en una sociedad de consumo, de apariencias, que lo conducen a una competitividad irreflexiva y a un aislamiento ''detrás de la pantalla". Pero, Ƒen qué se nos convierte el mundo? Quizá sea útil que ante la amenaza de ''diluirnos ante las pantallas de cristal líquido" retomemos los textos que disertan en torno de algunos de los aspectos más humanos de lo humano: el pensamiento y el lenguaje.
Wittgenstein parte de premisas que aún dan mucho en qué pensar. ''El hecho sólo es hecho a partir de ser dicho". Para él mundo es ''mi" mundo y los límites de éste se limitan a lo que puede ser dicho. El decir precede al saber. Se introduce después en la complejidad del signo y nos dice: ''La torpeza del signo para hacerse comprender a través de toda suerte de gestos, desaparece no bien reconocemos que todo depende del sistema al que pertenece el signo. Uno querría decir: únicamente el pensamiento puede decirlo, no el signo. Y sin embargo, una interpretación realmente es algo que nos es dado en el signo".
No sólo el objeto de la conciencia es una proposición sino que es una proposición dicha. En Wittgenstein la relación con el objeto, en el sentido trascendental, es inconcebible en ausencia de una posibilidad de enunciación. En la proposición 7 del Tractatus sostiene: ''Aquello de lo no se puede hablar, hay que callarlo" El silencio adoptaría entonces el lugar de ese ''más" que no tuvo sentido. Esta sentencia da mucho qué pensar y enlaza aquí con la problemática del decir en Lacan.
Desde el seminario escribe: ''Antes de la palabra, nada es ni deja de serlo. Sin duda, todo está allí, pero sólo con la palabra hay cosas que son verdaderas o falsas, es decir, que son, y cosas que no son. La verdad se abre camino en lo real precisamente con la dimensión de la palabra. Antes de ella no hay verdadero ni falso". Otra afirmación de Lacan es que en Wittgenstein no hay metalenguaje ''que pueda ser hablado; más aforísticamente: no hay Otro del Otro.
Fonteneu se pregunta en este punto, con respecto a Lacan: sin embargo, Ƒno recurre él al Nombre-del-Padre para apuntalar su mística, su ética, para sostener su lógica?
Wittgenstein, en sus conferencias trasluce en Nombre-del-Padre dividido, una divinidad dividida y luego unida donde se necesita un lazo entre la existencia del mundo y la ética, la palabra de Dios y llega al ''no hay más que decir" queriendo ''salvar la verdad", queriendo convertirla en la regla y en el fundamento del saber. ƑCuál es entonces el Wittgenstein que nos presenta Lacan? No uno confinado al silencio por la consciencia de haberlo dicho todo o no poder decir más, sino un hombre extenuado por esa búsqueda de la designación justa y que termina por no hablar más. En Lacan más bien destaca el Wittgenstein que nos habla de ''malestar mental" en sus cursos de Cambridge, ''queja del sujeto" en Lacan. Por consiguiente, lo que nos lleva a pasar del sentido a la detonación es la búsqueda y el deseo de verdad. Lacan subraya la importancia de esa verdad para Wittgenstein, esa ''cuestión de la verdad (que) condiciona en su esencia el fenómeno de la locura".