Divino Pastor Góngora
Con una evidente influencia de José Sanchís Sinisterra, su mentor admirado en muchas líneas teatrales, incluyendo la del teatro unipersonal -palabra que muy bien puede sustituir a la muy ambigua de monólogo-, Jaime Chabaud aprovechó sus minuciosas investigaciones en torno del teatro novohispano para elaborar Divino Pastor Góngora, historia de un cómico de finales del siglo XVIII, cuando los vientos independentistas ya soplaban en la Nueva España, pero los actores eran sujetos de descrédito en todo el mundo, lo que incluía el no poder ser enterrados en lugar sagrado. El protagonista es objeto de una traición doble por parte de las dos mujeres que definieran su vida y, desde luego, su muerte a manos del inquisidor Diego Fernández y de Zeballos.
El nombre del censor de la Inquisición fue descubierto por las investigaciones de Tito Vasconcelos, quien incluso en la muy linda edición del texto (Anónimo drama, Ediciones, 2001) escribe una parodia de testimonio de la época, dando fe de su hallazgo. Chabaud rehúye cualquier disputa legal con el legislador panista, muy conocido por sus desplantes, su antigua pertenencia a la fascista organización MURO y la poca claridad de sus negocios de Punta Diamante. Añadieron la conjunción ''y'' al patronímico del lejano inquisidor, pero la homonimia es en verdad un acierto deleitoso y el público ríe cuando se le nombra. Por otra parte, es verdadera la conjura antihispana en la obra Méjico revelado de autor anónimo y de la que Divino Pastor es víctima a través del engaño de su maestra Manuela, a quien denuesta pero cuya muerte llora con el soneto de Luis Sandoval y de Zapata. El dramaturgo incluye, además de reminiscencias de Calderón y Lope, algunos textos novohispanos que tampoco escaparon de la censura.
Sobra decir la vigencia de esta obra en momentos en que la censura se deja sentir en muchos lugares gobernados por panistas. Sobre todo, es un reconocimiento al arte y la creatividad actoral que con un intérprete como Carlos Cobos logra honrar cualquier reconocimiento. En uno de los dos estrenos, ocurrió un hecho inaudito en zona federal, como es un apagón, y el actor siguió su cometido con apoyo de velas y linternas, lo que fue un afortunado accidente, ya que dio la dimensión de Cobos y nos retrotrajo un poco a la época.
Pese a sus indudables virtudes, el texto de Chabaud tiene algunas debilidades, como son las transiciones del cómico que cuenta su historia y también interpreta el sainete El alcalde chamorro y otros pasajes ya anotados. El dramaturgo resuelve la dificultad mediante los sonidos en off de pasos, rejas y caballos que hacen que el preso se angustie y pierda a veces el hilo de lo que va haciendo; la transición menos clara en el original es la petición de alguien -¿otro preso que hará de público, el propio inquisidor cuya voz simula el mismo actor?-, que debería haber sido reforzada por el director.
Miguel Angel Rivera hace caso omiso de los sonidos exteriores, procurando que Carlos Cobos los logre con su restregar de pies sobre las piedras, pero el recurso no es suficiente y muchos puentes quedan poco claros. Esto, sobre todo, porque la mazmorra se ha convertido en un espacio abierto en la escenografía de Xóchitl González, con lo que la ambientación es contraproducente y se pierden efectos como que los espectadores, a los que se dirige el protagonista, se entiendan como otros presos, o que Divino Pastor se golpee la cabeza contra los barrotes y pierda por un momento el sentido de la ubicación y se sienta en un campo sembrado, en medio de la nada, con lo que todos perdemos bastante el hilo de lo que estamos viendo. En resumen, un buen texto poco bien entendido por el director y con un excelente intérprete.