jueves Ť 12 Ť julio Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

Viejos y pobres

Dice el presidente Vicente Fox, con su optimismo a toda prueba, que "es posible mejorar las condiciones (de vida) en el giro de una generación". Sin embargo, se necesitará mucho más que buenas intenciones para lograrlo. En el curso de una generación, México será "un país de viejos, además de pobres", según advierte el demógrafo Raúl Benítez Centeno, en palabras de la reportera Karina Avilés. Se calcula que en el año 2020 tendremos 28 millones de personas de 60 años o más, "de las cuales, por lo menos 70 por ciento (casi 20 millones) vivirán en condiciones de pobreza".

Mientras los partidos discuten desganadamente si un pacto es o no imprescindible para diseñar el futuro, la realidad social sigue polarizándose sin remedio. Según el director del Consejo Nacional de Población, Rodolfo Tuirán, la exitosa transición demográfica ocurrida en los últimos decenios no ha impedido que se reduzca la concentración de la riqueza. Los datos son contundentes: "40 por ciento de los hogares mexicanos recibe 6 por ciento de la masa nacional de ingresos, mientras que 53 por ciento de estos ingresos lo recibe tan sólo 10 por ciento de la sociedad" (La Jornada, 11/07/2001). Un dato revelador de la naturaleza estructural de la desigualdad en México es el que se refiere al número y la calidad de la población asentada en los Estados Unidos, la cual ya asciende a 8.5 millones. Tuirán menciona al respecto que "un caso de preocupación es el hecho de que el perfil del migrante ha comenzado a cambiar y en la actualidad ya cruzan la frontera personas con niveles de licenciatura". Se estima que unos 250 mil mexicanos, "con niveles de escolaridad altos", emprendieron la ruta de la migración allende las fronteras, reforzando la paulatina pero segura integración social que acompaña a la liberalización del comercio.

En la presentación del Informe sobre Desarrollo Humano 2002, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Presidente mexicano resumió una vez más el credo en la materia: "Para lograr el proyecto de desarrollo social y humano partimos de la convicción de que son falsos los dilemas entre desarrollo y desarrollo económico, entre el crecimiento y la equidad, entre el Estado y el mercado", palabras que seguramente harían suyas las organizaciones civiles, los académicos y los propios partidos. Sin embargo, a pesar de las coincidencias declarativas, el tema de la pobreza persiste sin que se adviertan cambios significativos. ¿No es hora de sentarse a discutir si esos nobles objetivos pueden alcanzarse?

Llevamos años de programas contra la pobreza que, en el mejor de los casos, evitan que la desigualdad crezca geométricamente, pero resultan impotentes para revertirla. Las cifras de pobres se mantienen excepcionalmente altas, pero no han mejorado sustancialmente tampoco las condiciones de vida de la población en su conjunto. El envejecimiento de la población, por ejemplo, puede convertirse en otra aterradora realidad con los sistemas de seguridad no solidarios. Algo falla en todo esto y, sin embargo, los tópicos se repiten corregidos y aumentados.

El problema de la pobreza, suele olvidarse, es mucho más que un componente irritante de una situación económica particularmente injusta, un asunto que pueda tratarse separadamente de otros temas relevantes de la vida social. Ya es hora de abandonar -como lo han hecho las grandes agencias capitalistas- la idea burda de que el libre mercado puede resolver automáticamente cualquier problema. Tampoco tiene sentido insistir en la posición que otorga al Estado el papel de benefactor universal, como si los recursos salieran del aire, para luego reclamarle que no ha cumplido sus promesas.

Dado el calibre de las cuestiones involucradas en la definición de la política social, la única vía racional para abordarlas es definir un acuerdo básico entre la sociedad y el Estado, entre los poderes fácticos y las instituciones públicas que ayude a distribuir con criterios de Estado las cargas y los sacrificios que sin duda hace falta para comenzar a hablar. Sin eso, ninguna política será viable y eficaz.