MARTES Ť 10 Ť JULIO Ť 2001
Ť Victor M. Quintana S.
Chihuahua blues
El electorado chihuahuense parecería una rubia fatal y veleidosa. En 1992 le dio a Francisco Barrio y al PAN la gubernatura y la mayoría en el Congreso, para tres años después contraponerle una mayoría legislativa priísta. En 1998 el PRI volvió a dominar con Patricio Martínez como gobernador y mayoría legislativa. En las elecciones del domingo pasado, contra todas las expectativas del contrapeso al patricismo, el PRI gana 17 de 22 distritos locales, la ciudad de Chihuahua y otros 45 de los 67 municipios. Acción Nacional gana cinco distritos de mayoría relativa y 16 municipios, reteniendo Ciudad Juárez.
Las bajas de la guerra sucia
El dato más relevante de la jornada electoral fue el gran abstencionismo: dos terceras partes de los electores chihuahuenses no acudieron a las urnas. Los candidatos ganadores gobernarán con el apoyo de 15 por ciento de los electores. Esto tiene dos explicaciones principales:
La guerra sucia: como hace tres años, junio convirtió las campañas en un pantanal, a pesar de la sequía reinante. Lodo vino y lodo fue. Comenzó el PAN con su denuncia contra el gobierno estatal por la compra de terrenos para vivienda en Ciudad Juárez. Ya una vez pasados de las manos a las armas, el PRI no se iba a conformar con emplear una pistola calibre 22 contra los blanquiazules. Dejó ir toda la artillería pesada contra el candidato a la presidencia municipal de Chihuahua y contra la administración de Francisco Barrio.
También empleó la infantería. Como las ONG están de moda, empezaron a abrirse mil membretes y a florecer cien provocaciones contra los candidatos panistas, en alguna de las cuales cayeron redonditos. Organismos desconocidos de siempre, de repente tuvieron bases y dinero para desplegados e intensas campañas televisivas, ya fuera para denostar blanquiazules, ya para declarar vencedores de debates a tricolores.
El otro ingrediente del desánimo fue el desempeño de Vicente Fox. La amenaza de 15 por ciento de IVA a medicinas, alimentos, libros y transportes. Y ni la presencia reiterada del no bien visto por acá jefe Diego pudo convencer a los electores que el PAN no se irá con el impuesto. A esto hay que agregar los pobres resultados de medio año de foxismo, el toallagate y el atorón económico estadunidense, que pone a Chihuahua como campeón nacional de despedidos: 44 mil de diciembre a la fecha. Así, la baja principal fue la participación ciudadana. Para qué votar, si todos son iguales.
Resucitan los cadáveres
Se trataba que no fueran a votar los del voto impredecible y de que fueran los del voto inducido. Para eso se sacaron del clóset los cadáveres del siglo que murió: reparto de despensas; entrega de paquetes de vivienda; compra de votos. Los exorcismos de la transición no bastaron para detener estos viejos demonios.
Tampoco hizo mucho el Instituto Estatal de Elecciones, lento ante las denuncias. No se regularon las precampañas; ni el uso de los medios propiedad de candidatos; ni se vigilaron bien los topes de gastos, ni hubo investigación efectiva del uso de recursos públicos.
Alternancia sin contrapesos
Ante el activismo del lodazal o del uso de recursos públicos para inducción del voto reinó el pasmo de terceros y de cuartos. El PRD no supo aprovechar la guerra de invectivas para presentarse como una verdadera opción: cayó hasta el quinto lugar en la ciudad de Chihuahua, superando de panzazo el 2 por ciento y siguió la caída de su porcentaje en las legislativas. Ganó dos municipios y cuatro más en alianza con el PAN. Ojalá que las posiciones no le ganen a las necesarias reflexiones.
Los organismos civiles brillaron por su ausencia. Tal vez se aferraron a un inexistente Chihuahua de civilidad política. No se organizaron como alguna vez para vigilar las campañas y observar, no sólo el voto en las casillas, sino todo lo que lo precede y lo sigue. Los debates y las encuestas poco pueden ante las malas mañas.
Chihuahua terminará su primer ciclo de alternancia completa, como diría Alberto Aziz, sin contrapesos y con una gran pérdida de legitimidad por parte de los partidos y de las elecciones. El hartazgo ciudadano a las guerras sucias y a las promesas incumplidas no tuvo otra vía para expresarse que el abstencionismo. Y la transición puede atorarse muy seriamente si los partidos no entienden que las y los electores se alejaron de las urnas porque los intereses partidarios están muy, pero muy alejados de los electores.
Resulta, pues, que la rubia no es fatal ni veleidosa. Es muy racional y está cansada de que la utilicen.