MARTES Ť 10 Ť JULIO Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
2001: esperando al nuevo Hobson
Según las estimaciones económicas para el año en curso, el crecimiento mundial no rebasará 2 por ciento. Aún no estamos oficialmente en recesión, pero digamos también que pocas veces en los últimos años hemos estado tan cerca. Gracias al impulso de Estados Unidos, la economía mundial del 2000 registró un crecimiento de 4 por ciento, el más alto de la década.
Pero 2001 se anuncia como el peor año desde 1993. Y otra vez es EU a anticipar y condicionar los comportamientos económicos mundiales. Para el 2001 el crecimiento previsto en este país llegará apenas a una tercera parte respecto al año previo. Europa sigue sin asumir un papel de motor complementario, y en este año tal vez alcance la mitad del crecimiento del 2000. Y de Japón ni hablamos: la economía más poderosa de la segunda posguerra se ha convertido en un enfermo aparentemente incurable después de una década de estancamiento y de varios intentos terapéuticos fallidos.
La economía mundial sigue moviéndose en un rango estrecho de crecimiento: de 1.5 a 3.5 puntos porcentuales. Y es suficiente moverse hacia el límite inferior para que surjan situaciones de peligro financiero asociadas al menor peso del comercio exterior (esencial sobre todo en los países en vías de desarrollo) y a despidos, suspensión de inversiones y reducción del consumo privado y público en casi toda parte. En el otro extremo, un crecimiento de entre 3 y 4 por ciento es apenas suficiente para permitir a las economías más débiles metabolizar choques externos y dificultades económicas o políticas internas.
Se presentan entonces dos problemas: Ƒcómo evitar que la reducción del ritmo de crecimiento se propague de una parte a otra del mundo encendiendo focos rojos en la estabilidad financiera global? ƑCómo ampliar el espectro del crecimiento hacia velocidades superiores a las actuales?
Enfrentar el primer problema supone reconocer el actual déficit de regulación de la economía mundial. Y es aquí donde los espacios regionales en formación pueden jugar un papel central, contribuyendo a crear zonas de estabilidad financiera y a enfrentar desequilibrios estructurales en una lógica posnacional. No obstante sus dificultades económicas y sus indecisiones políticas, la Unión Europea sigue siendo la mejor perspectiva disponible. Consolidar espacios regionales de desarrollo y reforzar la estabilidad financiera conjunta es actualmente lo mejor de que disponemos. Sobre todo considerando las poderosas resistencias a reformar, en base a la nueva situación, la naturaleza y el funcionamiento de los organismos reguladores internacionales.
El segundo aspecto, acelerar el crecimiento global, requiere hoy la construcción de nuevos esquemas de cooperación internacional, sobre todo, a favor de los países eufemísticamente denominados "en desarrollo". Desde ahí puede venir un aporte sustantivo al crecimiento mundial, si sólo la comunidad internacional se decidiera finalmente a reconocer el tamaño de los problemas y a lanzar un gran programa mundial a favor del desarrollo de los países más atrasados. O sea, a favor de los países cuya presencia en el mundo ha producido en las últimas décadas: inestabilidad política, devastadores conflictos civiles, hambrunas, sida, varias formas de fundamentalismo religioso y fuertes flujos migratorios.
En un mundo preglobalizado los problemas de los demás podían no ser relevantes, salvo en el terreno moral. Hace tiempo ha dejado de ser así y el retardo de los poderosos del mundo para entenderlo constituye una fuente de peligros. Como siempre ocurre cuando la conciencia se demora en reconocer las nuevas realidades. En 1902, John M. Hobson puso los cimientos del futuro Estado de bienestar en su polémica contra un imperialismo que, en Inglaterra, era una forma agresiva para canalizar ahorros internos que podían y debían dirigirse a mejorar la calidad interna de la vida. Hoy se plantea el mismo problema pero en formas nuevas. Se trata de canalizar nuevas cuotas de ahorro al apoyo al desarrollo de una parte del mundo cuyos problemas han dejado de ser problemas "externos". A comienzos del siglo XXI aún estamos lejos de este grado de conciencia. Y, obviamente, no hay retardo que no se pague.