Luis Hernández Navarro
Globalizados del mundo, uníos
Las protestas masivas opuestas a las cumbres de organismos multilaterales no cesan. Desde la movilización contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle en 1999 no hay casi lugar del planeta en el que los funcionarios de las instituciones de Bretton Woods y de grupos como el G-8 o el ALCA no sean acosados por multitudes que los cuestionan y que practican la desobediencia civil. Washington, Melbourne, Davos, Niza, Quebec, Gotemburgo y Barcelona han sido las estaciones de paso de la nueva revuelta.
Sus protagonistas principales son jóvenes, aunque participan también obreros, ambientalistas, migrantes, feministas, promotores de un comercio justo y agricultores. Se localizan fundamentalmente en naciones desarrolladas del norte, aunque su origen inmediato se ubica en la lucha zapatista, y están presentes en países como Brasil e India. No participan en ella los grandes partidos socialdemócratas. La presencia de grupos marxistas tradicionales es, en la mayoría de los casos, poco relevante.
Se trata de un ciclo de lucha social equiparable, en muchos sentidos, al que se vivió en muchas naciones durante 1968. De un movimiento de época (de largo aliento) que está cambiando la cultura política, el sentido común y la visión de la ciudadanía de amplios sectores de la población. De una respuesta profunda a las transformaciones vividas en la economía, el Estado y los bloques de poder en el mundo, a raíz del triunfo de Margaret Thatcher en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos y, más adelante, de la caída del Muro de Berlín.
Las cumbres de los organismos multilaterales que buscan gobernar la globalización son el lugar en el que, como lo señaló el antiguo director de la OMC Renato Ruggiero a propósito del Acuerdo Multilateral de Inversiones, se quiere "escribir la Constitución de la economía mundializada". Allí se expresan los requerimientos legales de una nueva soberanía que busca escapar a las regulaciones (ambientales, laborales, sanitarias, antimonopolios) que la lucha obrera y ciudadana ha impuesto a los capitales en el ámbito de los Estado-nación. Es la soberanía de las multinacionales y el capital financiero.
El asedio masivo a esos encuentros, la toma de calles y plazas públicas por multitudes, el cerco simbólico al gobierno mundial de los gerentes, son el terreno en el que se expresa otra soberanía que se niega a ser avasallada: la de la gente que cree que otro mundo es posible.
Las instituciones multilaterales toman decisiones que afectan a millones de seres. Los funcionarios que dirigen esas instituciones no fueron electos por nadie sino designados. No deben dar cuenta de sus actos sino a sus jefes. Son un poder trasnacional no democrático y sin control de la gente. Una "recomendación" de política económica del Banco Mundial o del FMI puede implicar el desempleo de millones de personas en un país. Su agenda, su visión de cómo debe ser conducida la economía, es la de las grandes empresas. Ante la disyuntiva de atender la epidemia de sida en Africa o cuidar los derechos de propiedad intelectual de las compañías farmacéuticas no dudan en apoyar a las segundas.
Los ciudadanos que protestan en esas cumbres no sólo rompen escaparates de las tiendas que simbolizan la explotación de la mano de obra. Expresan un malestar profundo contra ese gobierno supranacional que escapa a cualquier mecanismo de control democrático. Ellos han visto cómo distintos acuerdos comerciales que se anuncian como una palanca para el progreso son en realidad una vía para terminar con conquistas ciudadanas sobre el poder de las empresas. No quieren ser víctimas de una globalización que, presentada como "inevitable", no hace sino facilitar los procesos de concentración de la riqueza en unas cuantas manos. Su indignación no surge sólo del terreno de la moral sino de su negativa a ser reducidos a la condición de nuevos súbditos.
A la ciudadanía de las trasnacionales que permite escoger entre ser parte del club de la Coca o de la Pepsi, y la democracia del mercado que faculta a calzar Nike o Adidas, el nuevo movimiento frente a la mundialización reivindica la ciudadanía universal. Al libre movimiento de las mercancías y capitales, le contrapone la libertad de movimiento de la mano de obra y -al menos una parte importante de él- el establecimiento de la Tasa Tobin. A la macdonalización de la alimentación y la cultura le opone la lucha y el respeto por la diversidad y la defensa de las agriculturas locales.
Los globalizados no quieren más crisis de las vacas locas ni más racismo, ni más Chernobils ni más guerras "humanitarias". Por eso se han unido como nunca antes lo habían hecho.