LUNES Ť 9 Ť JULIO Ť 2001
José Cueli
Don Pablo en San Fermín
En la feria de Pamplona sin cabales, un hijo San Fermín de fiesta salió a ver al hijo de la tierra Pablo Hermoso de Mendoza, actualmente rey de la torería. Multiespejo del toreo a caballo con fuente interior. Mínimo correr en redondo de Cagancho y Chicuelo, sus caballos preferidos, y los mozos se olvidaron del "chupinazo", el ajo arriero, el chorizo, los vinos rojos como las boinas, sus gaitas, y desmadre, y poblaron la plaza de altos silencios.
En los medios y por naturales, toreando de frente y reunido, enseñó lo que es torear, después de esa cogida de la que salió fracturado. Brillante revelación de la novedad pamplonica. Ni más ni menos, lo justo, lo bien toreado, lo bien arrematado. El caballo cual capote o muleta y a esparcir ese "algo" que dejó al coso en silencio.
No sólo toreó don Pablo, sino regresó a la Feria de Pamplona la solera torera. La enredante angustia de la vida muerte sin sucesividad temporal, contrapunto de una fiesta que pierde su "ese" y se transforma en un set de televisión universal con turistas japoneses y estadunidenses de extras. Las manos de Pablo en las riendas del Cagancho, caballo al viento, cambiaron el son de las gaitas por el de las palmas sonando y la feria tuvo otro sabor, aroma y lo que tiene que tener: armonía y desplante.
Los mozos correrán este año después de ver torear a don Pablo, con salero y estilo y no como carrera olímpica de obstáculos, cantando la novedad del toreo.