LUNES Ť 9 Ť JULIO Ť 2001
Hacinamiento y violencia
SUSANA GONZALEZ Y ANGEL BOLAÑOS
A más de un cuarto de siglo de su construcción, la unidad habitacional El Rosario se mantiene como el conglomerado humano más grande de América Latina. Sin embargo, el deterioro físico de sus 12 mil viviendas -entre departamentos, casas dúplex y unifamiliares- parece ir a la par con la erosión en las relaciones sociales entre sus habitantes.
En su mayoría propietarios del espacio donde han vivido en periodos que van de los diez a los 27 años, los condóminos se han visto forzados a compartir desde los estrechos muros de cemento que dividen los departamentos -a través de los cuales se escuchan pleitos de pareja, llantos de bebé, ronquidos y chirridos de colchón- hasta la permanencia de sus hijos mayores y nietos, a pesar de su empeño en "marcar la línea con los otros y no meterse en problemas ni chismes".
''No ha sido fácil vivir aquí tanto tiempo -dice Margarita Velasco, del edificio Sor Juana Inés de la Cruz-. Yo llevo 23 años y al principio había muchos matrimonios jóvenes con hijos pequeños y nos llevábamos bien. Pero, šimagínese!, empezaron los pleitos porque unos no pagaban el mantenimiento, porque se robaban la ropa de la zotehuela, por el ruido que hacía el vecino en su fiesta, porque los hijos se peleaban entre sí... y toparse todos los días con las mismas caras... Ahora uno sólo saluda si le responden bien. Uno trata de sobrellevarse con la gente, pero nada más. Cada quien se encierra en su casa y ya..."
Propósito nada fácil de cumplir entre 55 mil personas que, según cálculos de la delegación Azcapotzalco, existen en El Rosario. La mayoría son descendientes de la primera generación, formada por trabajadores que se hicieron de un patrimonio por un crédito de interés social conseguido en el Infonavit.
Sin tomar en cuenta el bloque habitacional que pertenece al municipio mexiquense de Tlalnepantla, en el lado capitalino de El Rosario existen 7 mil 488 viviendas, lo que la ubica por debajo de Tlatelolco, donde hay 10 mil 357 departamentos, y de la unidad Vicente Guerrero, en Iztapalapa, que cuenta con 7 mil 881 viviendas, precisa Fernando Aquiles Vargas Bravo, subprocurador de Concertación Social de la Procuraduría Social (Prosoc).
Además de los departamentos, hay 4 mil casas, según Fernando Rangel, coordinador de Participación Ciudadana de la delegación Azcapotzalco.
Más de diez en 42 metros cuadrados
Los departamentos más chicos tienen 42 metros cuadrado. Son los que se localizan en los edificios de cinco niveles y donde, al paso de los años, las familias se reprodujeron.
"En un departamento mediano de casi 60 metros cuadrados vivía mi tía y su marido con cuatro hijos. Luego ella quedó viuda y los muchachos comenzaron a casarse, pero en lugar de salirse de ahí, se quedaron. Creo que nadie quería ni podía pagar renta porque, aunque todos trabajaban, no ganaban mucho; además me parece que mi tía no quería quedarse sola. Así vinieron los hijos. Total, que eran como ocho adultos y cinco chamacos viviendo en un departamento de tres recámaras, atiborrado de literas y un sofá cama y colchonetas en la estancia que cada mañana se guardaban. Duraron así hasta que el nieto mayor ya tenía como ocho años y dos de mis primos consiguieron hace poco departamento, pero hasta Cuatitlán Izcalli y Ecatepec", narra Laura Rodríguez, quien vive en el edificio Martín Luis Guzmán.
Según el subprocurador Aquiles Vargas Bravo, el principal problema de El Rosario y otras unidades similares es su tamaño, y aunque fueron concebidas para dotar de vivienda popular a los trabajadores, su densidad poblacional ha generado graves problemas como la delincuencia. Es un modelo, agregó, que está desapareciendo en otros países como Europa: "allá están tirando los conjuntos".
Pese a su extensión, la unidad no cuenta en su interior con más áreas recreativas para los niños y jóvenes que el Centro Cultural Las Brujas, donde al menos una vez al mes se llevan a cabo tocadas, y dos canchas de futbol llanero, ubicadas al lado del Colegio de Bachilleres, por lo que prácticamente desde sus inicios surgieron varias bandas, como la de Los Romanos, cuyos fundadores cumplen ya cuarenta años de edad.
Las bandas
Cuando las balas descabezaron hace cinco años a las principales bandas que operaban en El Rosario, cinco ejecuciones en el transcurso de un año, parecía quedar atrás una era de violencia impuesta por las disputas territoriales y el control de la venta de drogas.
Hoy, coinciden sus habitantes, los choques entre vándalos y las balaceras nocturnas persisten en menor escala y hasta la venta y el consumo de drogas es tolerado al grado de que muchos lo ven con naturalidad.
Los sábados son días de cobro, El Tobi personalmente pasa por la cuenta en los establecimientos del área comercial de la zona conocida como El Parián, mientras varios de sus golpeadores vigilan apostados en cada esquina del lugar.
Es una cuota de hasta 40 pesos, que los comerciantes tienen que entregar para "proteger" sus negocios y a sus trabajadores de robos y agresiones, situación que, aseguran las mismas víctimas, padecen también algunos vecinos.
Micaela refiere que a los anteriores trabajadores del establecimiento que ahora está a su cargo, dos hombres y una mujer, la gente de El Tobi se metió al local a cobrar y como se negaron a entregarles dinero "los asaltaron y les dieron una golpiza, también a la señora, y uno de ellos tuvo que ser hospitalizado".
"Es a quien se deja; nosotros no tenemos por qué estarles pagando", asegura otra mujer, también propietaria de un pequeño negocio, quien sin embargo se rehúsa a hablar del asunto: "No tengo por qué dar información".
Pero detrás de este silencio están los atracos, golpizas y cristalazos que han sufrido otros comerciantes y vecinos que inicialmente quisieron oponer resistencia a este tipo de "protección".
Y ese mismo silencio es el que permite que operen los distribuidores de droga dentro de los edificios de la unidad habitacional. Todos saben quiénes son, pero no hay denuncias: "Si supiéramos que las autoridades van a hacer algo sí denunciábamos, pero mientras no me meta con ellos, tampoco se meten conmigo ni con mi familia, porque si se enteran que estoy en su contra acabo con un plomazo en el vientre".
Doña Sofía también recuerda que en otra época, hace siete años, las secciones II y III eran gobernadas por bandas como las de Los Transformers y Los Sapos, y aunque "no se metían con nosotros, los problemas eran entre ellos mismos"; las persecuciones a balazos y a plena luz del día entre los miembros de una banda y otra por los estrechos pasillos de la unidad eran muy frecuentes.
Ahora la violencia es menos, pero la seguridad es más frágil pues los policías de Seguridad Pública no inhiben la penetración a El Rosario de los vándalos de las colonias y unidades habitacionales que lo rodean, trabajo que hacían anteriormente las grandes bandas. Así, los robos a transeúnte, a usuarios de microbús y taxis y de vehículos son muy frecuentes.
"A mis nietos, uno de 15 años y otro de 12, les robaron la bicicleta por la mañana, al menor incluso le pusieron una navaja", refiere la mujer, quien ha vivido en el lugar los últimos 10 años de su vida con una de sus hijas, su yerno y sus dos nietos.
Los jóvenes, con pantalones cortos y playeras sin manga dejando al descubierto los tatuajes en brazos y piernas, no necesitan esperar la oscuridad de la noche ni buscar las áreas poco transitadas para reunirse a ingerir bebidas embriagantes. Igual se les ve al mediodía de un domingo soleado en el centro de las plazuelas y junto al aglomerado tianguis con cerveza en mano.
Cuando el espacio resultó insuficiente la gente buscó hacia dónde expandirse a partir de su departamento que, después de todo, es concebido como propiedad privada. Los cubos de menos de tres metros cuadrados de las azotehuelas se han convertido en recámaras y las áreas comunes fueron aprovechadas por los condóminos de los departamentos en planta baja que han ampliado a expensas de andadores, pasillos y prados.
La práctica prevalece a pesar de que muchas de esas construcciones fueron derribadas durante la gestión del ex delegado en Azcapotzalco, Pablo Moctezuma Barragán, debido a que resultaban un peligro para sus propios habitantes porque incluso llegaron a invadir áreas por donde pasaban los tubos del gas estacionario.
"Por estar considerada como propiedad privada la delegación no tiene todas las facultades para poder actuar sobre esas modificaciones, pero la gente por necesidad y falta de orientación ha utilizado los patios de servicio como recámara, así que les hemos brindado una especie de manual para reforzar sus edificios cuando construyan", explica Nina Hermosillo, directora de Obras y Desarrollo Urbano de la demarcación.
Las ampliaciones y mejoras que algunos vecinos han hecho a sus propias viviendas contrasta con el deterioro que en general se nota en la unidad, derivada de la poca participación y colaboración de la gente para cuidar áreas comunes. A cambio de que pagaran la mano de obra en la mejora de las fachadas de los edificios, la delegación llegó a regalar pintura a los condóminos, pero su falta de coordinación dio como resultado edificios tricolores, puesto que no se pintaron los exteriores correspondientes a los vecinos que no aportaron nada.
Condóminos y tianguistas
Sin ser autosuficientes económicamente y con estudios truncos, las nuevas parejas, en su mayoría jóvenes y adolescentes a punto de ser padres, sólo tuvieron como única opción de mudanza de la casa o departamento de los padres a la de los suegros.
Es la historia de la familia Rivera Martínez, que llegó a vivir a uno de los edificios localizados en la parte trasera del Colegio de Bachilleres: "Miguel, por ejemplo, no acababa de cumplir los 17 años y embarazó a Rocío, que entonces tenía 15 años y vivía del lado de Tlalnepantla. ƑQué hacíamos? Pues quedamos con su familia en que ella se viniera a vivir con nosotros. Al principio se quedaban en la sala, pero cuando nació el niño los metimos a la recámara y mi hija Mirna, que estaba todavía niña, se quedó con nosotros, y mis otros dos hijos, Roberto y Oscar, en la sala. Roberto se casó pero se fue a vivir con su mujer a la casa de sus suegros y Oscar se fue a Los Angeles. Mirna, que es la que todavía vive conmigo con dos niños, terminó la secundaria, se juntó con Miguel, pero luego se separaron".
Aunado a esa reproducción de familias que no emigran de la unidad, se han multiplicado los puestos ambulantes desperdigados o instalados en conjunto como mercados sobre ruedas en explanadas, andadores y estacionamientos, donde se vende todo tipo de mercancía, desde comestibles hasta fayuca.
Así por ejemplo, en una explanada rodeada de edificios con nombres de escritores que deben ser adivinados porque ya se cayeron la mayoría de las letras (de Mariano Azuela sólo quedan tres vocales y dos consonantes) se instala todos los días el tianguis de Palomares, el más grande de la unidad con más de cien puestos afiliados a la Unión de Comerciantes en Pequeño de Baratas Populares y Permanentes. Como el matrimonio formado por Emilio y María del Carmen Barajas, quienes cumplen 25 años de vivir en el edificio Soto y Gama y venden prendedores, broches y cepillos para el pelo, gran parte de los comerciantes son oriundos de la unidad.
Un rosario de delitos
En cinco meses, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal inició 200 averiguaciones previas por delitos cometidos en El Rosario; esto es, un promedio de 1.7 ilícitos diarios.
"Tenemos una concentración de muchas personas, pero la situación no es alarmante, no se ha salido de control", aseguró el responsable de la agencia 40 del Ministerio Público de la PGJDF, Ernesto Jiménez Requena, quien explicó que la mayoría de las denuncias presentadas por habitantes de El Rosario son por robo en 60 por ciento de casos; mientras que 16 por ciento son por daño en propiedad ajena y lesiones por tránsito vehicular; 12 por ciento son lesiones dolosas; 1 por ciento homicidio imprudencial y el resto son ilícitos como despojo, amenazas, difamación y fraude, entre otros.
Los 10 principales delitos reportados son:
34 robo de vehículo sin violencia.
25 robo a transeúnte.
16 lesiones intencionales por golpes.
16 daño en propiedad ajena, colisión entre vehículos.
15 robo a camión repartidor.
14 robo de vehículo con violencia.
9 robo a casa habitación sin violencia.
9 lesiones imprudenciales por tránsito vehicular.
7 robo a negocio sin violencia.
6 robo de autopartes.
Jiménez Requena consideró que otro de los problema de la zona es el de la violencia familiar, pues no son pocos los casos de mujeres que acuden a presentar querella por agresiones que sufren de su cónyuge; sin embargo, posteriormente regresan para concederles el perdón, aun cuando no sea la primera vez que la víctima es maltratada física y moralmente por su pareja.