José Peón Contreras
I
Tal vez no existes: acaso eres la imagen de un sueño, que deleitó mis sentidos, y embargó mi pensamiento. Mas ha de ser realidad aquel hermoso embeleso, pues como te vi, dormido, te estoy mirando despierto; tal me parece que escucho a todas horas tu acento; que se refleja en mis ojos la luz de tus ojos negros; que en la palidez marmórea de tu semblante hechicero, sus alas de oro y nieve posa mi espíritu inquieto; que cerca del pecho mío siento el latir de tu pecho; ¡que me quemas con tus labios, que me abrasas con tu aliento! Y te palpo y no te toco, y te busco y no te encuentro; ¡y me enloquece tu sombra, y me embriaga tu recuerdo! Y así, sin saber lo que eres, harto sé que eres mi dueño, que te llevas mis dolores en las lágrimas que vierto; que flotando en el espacio como una visión te veo. ¡Entre tu alma y mi alma, entre la tierra y el cielo! A semejanza de Carpio, Peón Contreras tiene un doble sitio: en las letras y en la historia médica nacional. Fue el alienista más distinguido de su época y el director del manicomio de San Hipólito. Es sobre todo nuestro mejor dramaturgo romántico y aprovecha la tradición cultural iniciada por Sierra OReilly en Yucatán. Rodríguez Galván había descubierto los temas coloniales para el teatro; Peón Contreras los empleó diestramente, sin excluir asuntos prehispánicos ni contemporáneos. El autor de La hija del rey y muchos otros dramas en verso y prosa fue llamado restaurador del teatro en la patria de Alarcón y Gorostiza. Escribió también Romances históricos y dramáticos y algunos poemas líricos en la línea becqueriana como la serie Ecos (en Obras poéticas, 1889). José
Emilio Pacheco
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II
Cuando recuerdo tu mirada lánguida,
III
Al pie de unos bambúes casi negros
Sobre el brocal de un pozo y a la sombra
Allá a lo lejos, junto a sauce añoso,
Imagínate, en fin, allá entre
abrojos
¡Y ya podrás acaso imaginarte
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