DOMINGO Ť 8 Ť JULIO Ť 2001

 Carlos Bonfil

Gracias por el chocolate

En el marco del Festival Cinematográfico de Verano que cada año organiza la UNAM se presenta Gracias por el chocolate (Merci pour le chocolat), la cinta más reciente, la obra número 52, del director francés Claude Chabrol. Sin duda éste será uno de los momentos más fuertes del encuentro, al lado de la película de Francois Ozon Gotas de agua sobre piedras ardientes, o de la esperada obra de denuncia del iraní Jafar Panahi, El círculo. Como es costumbre, el ciclo es itinerante y durante ocho semanas exhibirá en diversas sedes igual número de cintas de manera simultánea.

La exhibición en México del cine reciente de Chabrol ha sido muy desigual. En video circulan dos películas estupendas, El infierno y La ceremonia. Sin embargo, su obra posterior (No más apuestas, En el corazón de la mentira) apenas se ha exhibido en el festival de cine francés, de Acapulco, sin interesar mayormente a los distribuidores. Todo hace pensar que algo similar sucederá con su película más reciente, lo cual sería una lástima, pues no sólo es Chabrol en su mejor forma, sino uno de los trabajos más notables de su protagonista femenina, Isabelle Huppert.

En Lausana, Suiza, ciudad imperturbablemente apacible, se insinúa un drama doméstico. En un interior burgués, la residencia de los Polonski, un pianista viudo (Jacques Dutronc) acaba de contraer nupcias con un amor de juventud, la enigmática Mika (Huppert). Ella tiene un hijo, el joven Guillaume (Rodolphe Pauly), y él descubre por azar la existencia de una hija suya, hasta entonces ignorada, Jeanne (Anna Mouglalis). La llegada de este último personaje, joven aprendiz de piano deseosa de conocer y recuperar a su padre, será el detonador de una formidable historia de suspenso.

Es conocido el culto que Chabrol le profesa a Hitchcock en muchas de sus cintas, pero pocas veces ha sido tan evidente como en Gracias por el chocolate. La referencia constante es Tuyo es mi corazón (Notorius, 1946), con Cary Grant e Ingrid Bergman, pero hay otros ecos fílmicos, e incluso la mención explícita de un título de Fritz Lang, El secreto tras la puerta, de 1948. El espectador participa aquí muy activamente en la paulatina revelación de un misterio. Como en Rebeca (Hitchcock, 1940), hay una esposa fallecida en circunstancias demasiado turbias, y como en tantas otras obras del maestro inglés, una ponzoña, a la vez química y moral, corroe la estabilidad de una pareja o la tranquilidad de un hogar. Chabrol multiplica con malicia los indicios reveladores: los tics nerviosos de un personaje, su adicción a los tranquilizantes, una mirada extraviada, algún estado mental próximo al sonambulismo, un dolor en el cuello, un sobrecogimiento, una reacción paranoica. Con detenimiento exasperante, el realizador conduce la escueta línea narrativa a territorios insospechados, como si despojado de las tesis sociales de La ceremonia se interesara hoy primordialmente en el capital de perversidad que puede acumular un solo personaje, Mika Muller -una Isabelle Huppert, insisto, realmente formidable. Esta perversidad la explica Chabrol, de modo contundente, oponiéndola al término perversión. "La conducta de un paidófilo -dice- podría considerarse una perversión; pero el caso de alguien que se presenta como paidófilo sin serlo verdaderamente, eso es una perversidad." Además de ser una estupenda historia de suspenso, Gracias por el chocolate es el estudio de una conducta anómala llevada a un punto de exasperación. Chabrol decidió adaptar una novela de suspenso, The chocolate cobweb, de Charlotte Armstrong, y añadir a la trama anotaciones de su coguionista, la psicóloga Caroline Eliacheff, atenta a explorar con minucia el perfil de cada personaje, la vulnerabilidad del artista solitario, impotente en medio del confort doméstico (un eco de En el corazón de la mentira), o la devoción de Jeanne, cuya visita providencial es al mismo tiempo instrumento y emblema de una redención moral. En un ambiente de pulcritud y decoro, donde una y otra vez se ensaya al piano música fúnebre de Liszt, se teje insidiosamente una red de simulaciones y mentiras. El viejo panfleto antiburgués chabroliano se ha vuelto más sutil e inasible. La experiencia es particularmente perturbadora.