domingo Ť 8 Ť julio Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
El corto siglo XX mexicano (1910-2000)
Stuttgart, Alemania. Atravesar en vuelo el Atlántico a mil kilómetros por hora a 10 mil metros de altura y salvar la distancia de 10 mil kilómetros entre México y París da la oportunidad para leer un libro tan sugerente como la Historia del siglo XX (1914-1991), de Eric Hobsbawm. Es una excelente introducción a un viaje (corto) a Europa. El autor define tres etapas: la de los desastres, que incluye las dos guerras mundiales y la depresión económica (1914-1945); una edad de oro de gran crecimiento económico y transformación social (1946-1970), y la del derrumbe, con el fin del imperio soviético y la desarticulación del orden internacional (1970-1991).
He aprovechado esta lectura para pensar en un esquema para un siglo XX mexicano muy distinto al que describe Hobsbawm, cuyo punto de mira es la historia de las potencias centrales. México aparece sólo como un personaje lateral. Nuestro propio siglo XX (corto) abarcaría de 1910 al 2000, es decir, del estallido de la Revolución a la derrota del "sistema". Curiosamente tendría tres etapas que podrían etiquetarse igual: una de desastres, nuestras guerras civiles (1910-1930); una cierta edad de oro de gran estabilidad política y crecimiento económico (1930-1980), y otra, el derrumbe, de decadencia económica y descomposición política (1980-2000).
Me llama la atención poderosamente el carácter reiterativo del principio y del final del ciclo. Comienza con el derrumbe del régimen porfirista y termina con el del "sistema". En ambos regímenes se pretende lograr el crecimiento económico sin la modernización política y con una fuerte desigualdad social. Al final el presidencialismo contemporáneo y el de Porfirio se parecen demasiado, salvo en la cuestión del patriotismo, apasionado en Porfirio y no compartido por los tres últimos presidentes, como no comparten tampoco los últimos seis el talento y la eficacia de Díaz por lo menos hasta 1906. Sin embargo la ceguera política es la misma en Díaz y en los últimos nueve presidentes. El único personaje a la altura de Porfirio es Lázaro Cárdenas, cuya presencia contrasta con la mediocridad de los que le siguieron y la ferocidad de los que le antecedieron. Entendió que el reto verdadero de la modernidad para México era abrir cauces de progreso para todos y decidió no matar, y así contradijo el destino sangriento de sus predecesores revolucionarios.
La falta de visión y la rigidez política contemporáneas son evidentes en 1968, en que es innegable el agotamiento del autoritarismo. Sin embargo, su aparato es mantenido con los menores cambios posibles hasta el año 2000, en que se derrumba pacíficamente en las elecciones. En 1977 se inicia la transición, con las reformas promovidas por Jesús Reyes Heroles, durante la presidencia de José López Portillo. El proceso va a resultar desesperantemente lento: 25 años, šel plazo de una generación!
La descomposición del aparato político, inocultable a principio de los años ochenta, es causa y efecto de la decadencia económica y de la concentración del ingreso. Entre 1982 y 2000 el crecimiento del producto interno bruto tiene un promedio anual de cero y todos los datos estadísticos apuntan al aumento de la desigualdad (Gea, Escenarios prospectivos 2000).
Quizás la lentitud del proceso político permitió una maduración de la conciencia pública y se convirtió en la condición para que el cambio prosperara sin violencia. Visto así, el gradualismo resultó positivo. Pero no podemos cantar victoria. La oportunidad de la democracia será breve y las tendencias autoritarias podrían resurgir si no aumenta el crecimiento y no se inicia, aunque sea modestamente, la redistribución.
No puede escatimarse el gran mérito de aquellos que por acción u omisión lograron o permitieron la alternancia. Pero aún no hemos sido capaces de una profunda reforma del Estado. La nomenklatura tecnocrática está aún en el poder. Hobsbawm piensa que el futuro de la humanidad es bastante oscuro: podríamos decir que el futuro de México depende de decisiones públicas que se tomarán o se dejarán de tomar en los próximos seis meses. Aquellos que están a favor de un acuerdo nacional que prevea una nueva crisis económica y que complete el proceso de transición están en lo correcto. Habría que esperar que los líderes contemporáneos tengan la generosidad, la valentía y la visión histórica que han brillado por su ausencia en México desde hace muchas décadas.