DOMINGO Ť 8 Ť JULIO Ť 2001

Antonio Gershenson

Matrimonio civil

La boda civil del Presidente trae a colación un tema que no había sido discutido públicamente en mucho tiempo en nuestro país: el matrimonio civil, como una herencia de la Reforma lograda, con Juárez a la cabeza, muchos pensadores jugando papeles destacados y multitudes movilizadas. Con motivo de esta boda, algunos representantes de la jerarquía católica expresaron su molestia porque los contrayentes seguían casados con otras personas por la Iglesia católica, aunque se habían divorciado por lo civil. Yo considero que este país, a más de un siglo y medio de alcanzado el matrimonio civil, no admite retrocesos en la materia y que se trata de un cambio ya irreversible.

Un antecedente histórico es el hecho de que la Iglesia anglicana surgió, precisamente, de la decisión de Roma de no conceder la anulación del primer matrimonio del entonces rey de Inglaterra. Este encabezó, entonces, su propia iglesia, que se sumó a la corriente protestante que surgía en esa época.

No en todos lados se lograron conquistas como las que tuvimos en México y, antes, en Francia con la Revolución. En algunos casos se lograron en momentos relativamente recientes. En Colombia, hasta hace diez años, y sobre la base de un concordato con el Vaticano, la Constitución daba un trato de privilegio a la Iglesia católica, y en ese contexto no había matrimonio civil, sino sólo religioso. Podían casarse, en el seno de sus respectivas iglesias, los que practicaran otra religión; pero no había forma de que se casaran personas de diferentes religiones, sin que una de ellas renunciara a la suya para adoptar la de su pareja. Cuando se daban en estas situaciones, era común que la pareja saliera del país, por ejemplo a la vecina Venezuela, para casarse por lo civil. Obviamente, el problema de quienes no profesan ninguna religión es de un tamaño, por lo menos, similar. La Constitución colombiana de 1991 cambia este cuadro y legaliza el matrimonio civil.

Otro ejemplo. Hace como un año me enteré, por un conocido estadunidense, católico, de que para casarse con su ahora esposa, judía, habían tenido una larga serie de problemas. La falta de una institución civil como la nuestra les impedía casarse, y varios intentos que hicieron se vieron frustrados. Finalmente recurrieron a una iglesia protestante relativamente pequeña, llamada algo así como universalista, que sostenía que se podían casar entre sí quienes profesaran religiones distintas, y sólo así se pudieron desposar. Después de la plática que tuvimos, ya supo que se hubieran ahorrado problemas con sólo cruzar la frontera con México. En ese país, en diferentes momentos de su historia, se han promulgado actas legislativas de los derechos civiles, destacadamente contra la discriminación racial y de otros tipos; pero no se ha incluido entre estos derechos el matrimonio civil.

En Italia, todavía hace unos años, el "divorcio a la italiana" era el autoviudazo.

En otras regiones del mundo las cosas se complican más. En los países musulmanes de Africa del norte y de Asia meridional, es regla casi general la ausencia de matrimonio civil. Tampoco lo hay en Israel, donde el candidato derrotado en la última elección y anterior gobernante levantó su implantación como una de las banderas electorales. De modo que si en esa amplia parte del mundo una pareja cuyos miembros tienen diferentes religiones se quiere casar, deben ir a la parte griega de la isla de Chipre, en el Mediterráneo; o bien, hacia el norte, a alguna de las ex repúblicas soviéticas, que conservan el matrimonio civil o, si están más al oriente, a India o a China. Las distancias y medios de transporte son tales, que muchos carecen de los medios para realizar un viaje así.

En otros lados los problemas son de otra naturaleza. Hace unos años escuché, de una testigo de los hechos, la información de que unas trabajadoras sudcoreanas fueron sancionadas por afiliarse a un sindicato, con la pérdida de sus derechos civiles, lo cual entre otras cosas les impedía casarse.

Entonces, el matrimonio civil, con sus secuelas e implicaciones, no es algo del pasado que podamos dejar para las clases de historia o para los eventos del 21 de marzo. Es un problema actual. Y si en México es irreversible la conquista, es porque la absoluta mayoría de los mexicanos la vamos a defender. No por ser algo ya habitual entre nosotros, debemos olvidar la importancia que tiene. Y debemos defenderla a como dé lugar.