Editorial
Cuando de la solidaridad mundial se trata, los fervientes partidarios de la globalización fingen demencia. Ante una crisis global, una acción global fue el lema de la sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) sobre el sida. Ahí, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, propuso la formación de un fondo global contra el sida. Pidió a las naciones ricas su solidaridad para juntar los 7 mil o 10 mil millones de dólares necesarios para enfrentar esa amenaza en los países pobres, los más afectados por la pandemia. Sin embargo, al final de la sesión sólo se lograron recabar 645 millones. Esta falta de compromiso acabó con algunas de las expectativas creadas por esta cumbre mundial. El escepticismo mostrado por algunos de los participantes no es infundado. ¿Cómo podrán cumplirse las metas fijadas en la resolución final si no se cuenta con los recursos necesarios? Sin el apoyo financiero internacional, se dijo, esa declaración será letra muerta.
Sin embargo, también hubo avances importantes, como la meta fijada para aprobar leyes y medidas destinadas a proteger los derechos de las personas con VIH/sida (al respecto, la decisión del gobierno estadunidense de asilar a cuatro mexicanos con sida debido a la discriminación sufrida en México, fue el pelo en la sopa de la participación del secretario de Salud, Julio Frenk en el pleno de la Asamblea), y la discusión a ese nivel de la situación de las poblaciones más afectadas por la pandemia: hombres con prácticas homosexuales, usuarios de drogas y trabajadoras sexuales, aun cuando, por el veto de los países fundamentalistas, no se les mencione en la resolución final.
Si de epidemias hablamos, ojalá que los funcionarios y jefes de estado presentes en la cumbre se hayan contagiado con el empeño y la férrea voluntad de Kofi Annan.