LETRA S
Julio 5 de 2001

Crónica Sero

Por Joaquín Hurtado

Para Eduardo Parra

--¡Cuánto tiempo!, ¿cómo estás?, te ves muy bien.

Pepe me saluda como si nada, muy interesado en mi aspecto. Estoy perfectamente bien, le contesto, mejor que nunca. Y es cierto: CD4 a 500, cargas virales indetectables. Heme aquí --le digo, con mis brazos de pájaro extendidos--, vivito y coleando. Alebrestado el corazón por el tequila de los amigos artistas. Pero Pepe no se ve bien y yo tengo que apagar mis anticipados foquitos navideños por puro pudor. Por compasión ante la amarga línea de sus labios. Algo me dice que debo guardar en algún recoveco de mi vientre la euforia chapulín, que llega siempre sin tocar, como la tristeza elefanta, que te aplasta sin advertencia. Pepe murmura es bueno que estés bien. En medio de sus palabras hay una grieta y allá en el fondo un río de cocodrilos.

Pepe recicla la frase, que ya repetida empieza a vulnerar el casco de mi tolerancia: "es bueno que estés tan bien de salud". Me siento atrapado por el mismo Pepe que tanto lastimé años atrás por su defensa de los sidatarios cubanos. En la garganta la rabia. Y también la sensación de quien ha sido descubierto en pecado mortal, cometiendo un delito sin derecho a fianza. "Son los inhibidores", le digo a quien se embarcó hacia el espejismo donde el VIH no existía. "He respondido bien al tratamiento", le dice mi piloto automático. Pero yo mismo dudo si tenga algo que ver la propia voluntad en el ingobernable continente de un organismo secuestrado. "Ni sabes lo que significa esa mierda de medicinas", pronuncia con labios caninos. Me callo. Ni las hospitalizaciones le hacen recobrar la razón, me digo.

"Doce años", dice. "Doce", le respondo, confirmando mis dígitos acumulados de sobrevida. Estoy a punto de sacar las uñas y acomodar un zarpazo en descargo de mi sospechosa bienaventuranza. Pulverizarlo en su pesimismo. Contarle por ejemplo de las buenas friegas que me he metido en la lucha, en pelear contra depredadores como él. Pero Pepe extrae una granada de mano, retira el seguro y la arroja: "Tantos amigos que se han ido y que pudieran seguir aquí, como tú, querido." Y con ese ramillete de violetas envenenadas me desarma. Claudico. Con las fuerzas que me quedan voy a la mesa a buscar otro tequila.