JUEVES Ť 5 Ť JULIO Ť 2001

Ť Decano del Instituto de Investigaciones Estéticas

Murió Xavier Moyssén, académico e incansable promotor del arte

TERESA DEL CONDE ESPECIAL PARA LA JORNADA

El martes 3, a las 21:15 horas, falleció el profesor Xavier Moyssén (1924-2001), afectado de una dolencia que requirió de intervención quirúrgica. Sobrevivió bien el periodo postoperatorio, pero el pasado 29 de junio sufrió un infarto del que ya no se recuperó.

Si bien durante la etapa postrera de su vida padeció una dolencia que le afectó la marcha (es decir, no podía caminar con agilidad), situación que lo deprimió, nunca abandonó ni su atención al Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) ni el cuidado siempre impecable de su persona ni su preocupación por la Universidad, concomitante con la preocupación por el país.

Moyssén fue miembro de la Academia de las Artes, titular hasta hace relativamente poco de la cátedra de arte moderno en la Facultad de Filosofía y Letras; editor por 15 años de los prestigiados Anales que publica el IIE, del cual fue miembro distinguido hasta su muerte. En realidad, era uno de los decanos del mismo con Clementina Díaz y de Ovando, Elisa Vargaslugo e Ida Rodríguez Prampolini, que por fortuna nos acompañan en estos terrenos de la vida.

El depositario de la máxima veneración académica que el profesor Moyssén deparó fue Justino Fernández. No sólo que introyectó sus enseñanzas, sino que coadyuvó a las mismas y le fue fiel en el afecto hasta el último momento de su vida consciente. Fernández murió el día de la Virgen de Guadalupe de 1972. Extendió ese rasgo de auténtica amicizia al también muy querido Francisco de la Maza y a don Manuel Toussaint, de quien anotó con sabiduría, agilidad y pleno conocimiento de causa su libro sobre arte colonial.

Severo sentido de la crítica

Moyssén entregó a los Anales del IIE estudios, notas bibliográficas, noticias documentales que están entre lo mejor de su producción. Uno de estos estudios, corto, bien ilustrado (aunque las reproducciones no son del todo buenas ni ninguna lo era en esos años). Versa sobre un cuadro de Zurbarán que se encuentra en el acervo del Museo de Cleveland y se titula La casa de Nazareth o los presagios de la Virgen.

Analiza allí la genealogía de ese cuadro y su prospección, sobre todo en la pintura del Virreinato. No se anduvo por las ramas y algunas de las expresiones -tan de él- que allí emitió dan cuenta de su severo sentido crítico que no canceló en momento alguno la admiración por el objeto de su estudio. Hablando de la versión de esa pintura realizada por Rodríguez Carnero a fines del siglo XVII, se queja con cierta comicidad de un rasgo presente en el cuadro del pintor poblano que altera lo que sucede en el original de Cleveland. En éste el niño Jesús se astilla una mano y en la versión de Rodríguez Carnero la sangre brota a chorros, cosa que a Moyssén le disgusta, llevándolo a cuestionar ''ese discutido gusto por bañar en sangre las esculturas de Jesucristo, al que fueron tan adictos con una devoción entre morbosa y nauseabunda los feligreses virreinales''. Nótese que él no culpa a los imagineros barrocos, sino a los feligreses.

Moyssén podía hablar con soltura de arte prehispánico, sin ser especialista, como sí lo fue del arte del Virreinato y del arte del siglo XIX, se aventuró en el XX y llegó a publicar buenos ensayos, entre otros, sobre Diego Rivera y Rufino Tamayo. Recuerdo uno, de original enfoque, acerca del dibujo en la obra del maestro oaxaqueño.

Su última entrega a la UNAM, a la que se debió, a la que tanto amó, con todo y las penalidades que a veces, necesariamente, allí padecemos (o por eso mismo) es continuación de la gran antología de Ida Rodríguez Prampolini sobre la crítica de arte en el siglo XIX.

Moyssén, con la ayuda de una de sus más preclaras discípulas -Julieta Ortiz Gaytán- llevó su investigación a partir del punto donde la dejó Ida, terminándola justo en vísperas de la eclosión del muralismo. Son dos volúmenes, cada uno de unas 700 páginas, prologados por él y con introducción de la mencionada especialista.

Un rasgo más de Moyssén fue su apasionamiento por visitar museos, galerías, colecciones públicas y privadas que en muchos aspectos asesoró. Hasta hace un par de años estuvo muy cerca del arte, del arte de todos los tiempos (ya no del muy reciente) y de todos los países y prestó especial énfasis al estudio de la fotografía.

Es mucho lo que nos lega: en la cátedra, en la escritura, en sus comentarios conversacionales que solían ser agudos.

No puedo olvidar la santa furia que lo acometió cuando escuchó de un arquitecto dudar siquiera un ápice ''de los profundísimos conocimientos que el profesor Manrique poseía sobre los estilos arquitectónicos incomparablemente más profundos'', según manifestó, que los de la persona que lo interpelaba.