JUEVES Ť 5 Ť JULIO Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

Cosechando la tempestad de la violencia

En las últimas semanas los dirigentes de varias organizaciones empresariales han hecho fuertes exigencias a las autoridades federales y locales en torno al combate a las distintas formas de delincuencia que asfixian al país y a la metrópoli. Tienen derecho y razones para hacerlo, pero su posición es muy unilateral: consideran que la violencia es un problema de ladrones, policías, jueces y cárceles, al tiempo que ocultan sus causas económicas, sociales y culturales, en las cuales tienen una enorme responsabilidad.

Los analistas locales y nacionales han mostrado plenamente que la criminalidad se disparó desde que México entró en la larga fase recesiva de la economía, a mediados de los años setenta, y que aún no ha sido superada; constatan igualmente que aumenta más durante los ciclos cortos recesivos.

La pobreza y la miseria que afectan a dos tercios de la población mexicana y que son la base social donde se recluta la fuerza de trabajo para el crimen organizado o la delincuencia ocasional, tienen como determinantes la caída del salario real en cerca de 70 por ciento; la reducción del trabajo necesario en la economía formal por la modernización tecnológica para elevar la competitividad internacional y la ganancia empresarial; la destrucción de la trama productiva interna por la apertura comercial indiscriminada y la competencia desigual con los productores trasnacionales; la inseguridad en el empleo, impuesta por la flexibilización de la relación laboral, y la generalización de la economía informal y asocial como únicas formas alternativas de subsistencia para 40 por ciento de los trabajadores mexicanos.

La inserción subordinada en la globalización ha facilitado la formación de las grandes redes internacionales del narcotráfico, el contrabando de armas y mercancías robadas, la mayor parte de cuyos "productos" se origina o tiene como destino a las grandes potencias económicas mundiales; y los bancos, cada vez más concentrados monopólicamente, son instrumentos de la circulación y legalización de los frutos del crimen organizado. La concentración extrema de la riqueza, mostrada por Forbes cada año, es sin duda una de las causas del aumento de la pobreza.

La reducción del gasto público social y la privatización de los servicios sociales, que elevan su costo, han agravado el deterioro de las condiciones de vida en las colonias populares periféricas y en las áreas centrales deterioradas de las metrópolis, agudizando la exclusión social, descomponiendo a las familias pobres, dejando sin oportunidades educativas y culturales a sus niños y jóvenes, y abriendo el camino a las bandas como forma agresiva de solidaridad de los desheredados. Los monopolizados medios de comunicación (cine, radio, televisión, impresos) difunden la cultura del consumo, exacerbando la ganancia fácil y la violencia en todas sus aristas. En este contexto, los policías y jueces, mal pagados, mal educados y con muchas oportunidades, se corrompen, aliándose con o insertándose en el crimen organizado. El autoritarismo, la impunidad, la prepotencia y los guaruras del poder político y económico mexicano, aún vivos, son el caldo de cultivo para la cultura social de la violencia.

El patrón de acumulación salvaje de capital y la estructura socio-cultural vigentes, y sus contradicciones, son el caldo de cultivo de la violencia que azota a todos los países atrasados del mundo y sus grandes ciudades, y asoma la nariz en los hegemónicos. La nueva recesión que padece la economía mexicana, fruto de esas contradicciones, amenaza con anular, una vez más, los esfuerzos de los gobiernos locales, sobre todo en el Distrito Federal desde 1997, al costo de un tercio de su presupuesto para abatir la delincuencia.

En estas condiciones, el poder económico y sus integrantes son corresponsables de la permanencia de las causas estructurales de la situación de violencia imperante; como lo insinúan algunos de sus miembros conscientes, tienen que asumirla, al menos reduciendo la extrema inequidad en la distribución del ingreso, que obra en su beneficio. Pensamos, sin embargo, que no sería suficiente, ni se camina en ese sentido. "Siembra vientos y cosecharás tempestades", dice el refrán.

Estamos seguros de que el camino no es el propuesto por Fox para resolver la recesión en México: "rezarle a la Virgen de Guadalupe para que haga el milagrito de solucionar la desaceleración en Estados Unidos". Los creyentes mexicanos deberían, al menos, rezar por nuestra economía y nuestros trabajadores, pues los estadunidenses tienen quiénes se preocupen por la suya y por acabar de dominar a la mexicana.