jueves Ť 5 Ť julio Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
El reino de la alternancia: año I
En el reino del cambio foxista no hay historia. La transición comienza -no culmina- con el capítulo fundador que es la alternancia, piedra angular de esta nueva mitología. Las breves y rituales alusiones a Clouthier, o el recuerdo de las gestas electorales blanquiazules recientes, cumplen con la tarea de ajustar el pasado inmediato con el presente. Y nada más. Vivimos en la pura transición, construyendo un mundo nuevecito, sin deberle nada a la historia.
Ahora, al cumplirse el primer año de la elección del presidente Fox se han recordado puntualmente los hechos del 2 de julio, las promesas de campaña, las encuestas favorables, la popularidad del mandatario, pero en esa lista aparecen pocos logros, a no ser que se cuenten como saldos favorables la disposición de ánimo democrática y cierta simplicidad antisolemne que como quiera refresca el ambiente político.
Pero en las cosas sustantivas hay más continuismo que innovación, más del pasado que dicen se fue que del futuro deseado. El famoso "humanismo" preconizado para contrarrestar los efectos catastróficos de las políticas neoliberales, se convirtió en una reiteración corregida y aumentada de las mismas. La desaceleración esfumó las promesas optimistas y nos devolvió a la cruda realidad de nuestras carencias. En vez del siete por ciento de crecimiento, tendremos que conformarnos con mucho menos por algún tiempo, y eso si bien nos va. El gobierno tiene problemas para pasar el paquete de reformas estratégicas inscritas en su agenda, la reforma fiscal está empantanada y no hay visos de acuerdo en materia eléctrica. El Plan Puebla-Panamá existe en la virtualidad sin recursos propios, cuestionado por muchos de sus presuntos beneficiarios. ƑQué queda, pues, de la oferta original en materia económica?
A los temas sociales ha dedicado el Presidente buena parte de sus energías, pero en los hechos no hay grandes aportaciones. El gobierno quiso justificar la necesidad de aumentar los impuestos en alimentos y medicinas como una estrategia para atender a los más pobres, como si los destinatarios fueran clientes potenciales de un producto comercial.
El Presidente pretendió involucrarse en una solución del conflicto con el EZLN adoptando un curso de acción de apertura al diálogo, pero desde el principio tropezó con la oposición de su propio partido, dejando ver que las relaciones entre el PAN y la Presidencia dejan mucho que desear. En verdad, seguimos inmersos en un mundo construido por y para el presidencialismo, y mientras esas reglas se mantengan, acotadas o disminuidas si se quiere, es difícil imaginar una relación distinta entre el partido "del gobierno", que por definición pide el Presidente, y el partido "en el gobierno", propio de un régimen democrático.
Sabe el gobierno, como lo saben los partidos, que la transición requiere culminar en una verdadera reforma del Estado. Mucho se habló al principio de esta administración de introducir cambios sustantivos a la Constitución, pero no hay indicios claros de que el punto se mantenga como una prioridad del gobierno, aun si se le quita el tono fundacional que tuvo al plantearse.
En fin, a un año del 2 de julio, es obvio que el país requiere de cambios en aspectos sustantivos de la vida social, la economía y el Estado. Si la justicia no funciona como es debido, la democracia puede ser una pesadilla de impunidad y corrupción.
Y más allá de las políticas que puntualmente hacen falta, México tiene que definir con perspectiva histórica su posición en el mundo. En este tema lo peor que podría pasarnos sería creer que nuestro destino es dejarnos llevar por la corriente dominante o, peor, por la "amistad" personal entre diversos mandatarios.
La manera como México debe y puede insertarse en el mundo global no es asunto de economía propio de los empresarios. Ahora que tanto se habla de los pactos, Ƒno es hora de poner sobre la mesa qué país queremos ser?