ZIG-ZAG
Mauricio Ortiz
El pájaro solitario
ESTE PAJARO ME está volviendo loco. Será la extraña belleza de su trino incesante, la tranquila y machacona letanía, la insistencia casi idiota en que la vida existe.
CANTA TODOS LOS DIAS y a todas horas. Su canto no es triste ni tampoco alegre, o lo que quiero decir es que acompaña por igual los momentos dulces y los amargos. Compuesto por una sola estrofa de dos versos tetrasílabos, a veces terminada en medio verso más, el canto se levanta por encima del rumor de la calle, por encima del ruido casero, por encima del trino de los otros, numerosos pájaros que llenan la estación, y ya completamente solo se rodea de un absoluto silencio, como si no hubiera nada más en el mundo, ni siquiera el pico que lo entona.
TAMPOCO, POR LO VISTO, un congénere, puesto que nunca obtiene respuesta. No la pide, no la exige, se contenta con llenar el aire por un instante. Hay pájaros así. "Las condiciones del pájaro solitario", escribe San Juan de la Cruz, "son cinco. La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente."
NO SÉ LO QUE PASARA cuando deje de cantar este pájaro, que simplemente se vaya porque pasó la estación, que un muchacho inquieto le atine con una resortera, que una terrible tormenta. "Mira ese hombre solitario", dirá entonces la gente, "está como si trajera un pájaro dentro de la cabeza."