MIERCOLES Ť 4 Ť JULIO Ť 2001

Alberto Dallal

De acrobacias y héroes

Con amoroso empeño, Anatoli Lokachtchouk y Farahilda Sevilla han realizado el montaje de un espectáculo total en su Satiricón, denominando ''interdisciplinario" a un conjunto de cuadros establecidos con ingenio y una buena dosis de ''liberado" mensaje contemporáneo. Atractiva y extraña concepción escénica llena de limpios movimientos escenográficos. Secuencias provistas de sketches semicoreográficos. Para que surgieran se apoyaron en Petronio, aquel buen observador de la decadencia romana, para quien ''fue el miedo el primero en crear dioses, cuando el rayo descendía desde las alturas".

Las secciones más atractivas y logradas de esta combinación escénica fueron, sin duda, las que, en pleno dominio de ingenio y soltura, establecieron el maestro de acrobacias de circo y la coreógrafa. Faltaron incorporaciones evidentes: un actor que superara las maniobras capulinescas del Trimalción de Gerson Martínez, las indicaciones de un director de escena que orientara la utilización de todos los sectores del escenario, empeñarse aún más con el asesor literario para aprovechar Petronio en el máximo de sus desentumidas posibilidades.

Brillan en el Satiricón las enseñanzas de Lokachtchouk y Sevilla. A veces con algunos estorbos de la música, todo gira alrededor de la elasticidad del cuerpo moreno, el talento y la técnica de Marcela de la Vega (Gitón) y en los malabares de la naturaleza calámbrica de Malcolm Méndez (Encolapio) y Valerio Vázquez (Ascilto). Los cuerpos que en el espacio van construyendo el espacio, significándolo, son siempre bellos. Buen papel desempeña Yadira Salvador en su discreta, silenciosa presencia como esqueleto (el más ''bailarín" de los personajes). Las dificultades de la concepción escenográfica (con inusual y visual sentido del humor simula un charco-lago) se solucionan paulatinamente en la medida en que estos nuevos y talentosos bailarines-cirqueros hacen gala de sus cualidades corporales y de sus jóvenes empeños. Sus cualidades subrayan y aprovechan las exigencias visuales de la danza. La buenísima actuación mímica de Jesús Díaz (Habinas) salva mucho de los escollos que aparecen en la estructura (Ƒo desestructura?) de la obra. Como en buena medida algunos actores nacionales se hallan dotados de la mexicanísima técnica del sketch, Díaz-Keaton entiende y vivifica las instrucciones de los hacedores del espectáculo, por momentos robando cámara brillantemente. La estruendosa voz de Minerva Valenzuela nos deja a la mitad del entusiasmo ante una Cuartila que, dada la miscelánea fársica que se perseguía en el escenario, pudo construir una lucidora walquiria. Pero ante los sudores y los esfuerzos ilimitados que ha costado el espectáculo volvemos los ojos con admiración a los desvelos y trabajos de los jóvenes héroes que desenvuelven los hilos de la ''trama" y los talentos de De la Vega y Díaz.

Resulta regocijante y fresco este intento de acudir a la incorporación de otros ámbitos, voces y ejercicios para enriquecer las artes del espectáculo en México. En una época en que las exigencias del público se han visto acrecentadas por los ofrecimientos de los medios masivos, los espectáculos electrónicos y la estructuración computarizada, Lokachtchouk y Sevilla, consistentes maestros, incorporan a las artes del circo y de la danza noveles personajes; nos entregan frescos artistas que, tras la ruda tarea de la profesionalización, se hacen notar ya en un medio en el que los coreógrafos están fatigados, los productores asustados y los públicos dispuestos a engullirse propuestas inspiradas en cualquier época de la historia de las artes del espectáculo.

Recordemos que Petronio también dijo: ''Los sueños, que con sus fugaces sombras hacen burla del ánimo, no surgen de los dioses ni de los espíritus celestes: cada quien se forja los suyos".