MIERCOLES Ť 4 Ť JULIO Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
El socialismo como gestión: una negación del cambio social
Resulta común a pensadores desengañados, cansados de luchar y defender principios éticos, construir alternativas al neoliberalismo desde una propuesta sincrética y pragmática: lo mejor de unos y de otros.
Los unos son los actualmente derrotados por los partidarios del neoliberalismo, aquéllos que han activado políticas desde el poder y que en su ejercicio han realizado obras de infraestructura, ordenamiento territorial, organización administrativa, educación, sanidad, deportes, etcétera.
Es decir, quienes han gestionado el erario estatal con contenidos sociales. Los otros, los eternos críticos, deseados, pero nunca apoyados electoralmente, o bien que han tenido poder mas no han sabido mantenerlo, víctimas de sus contradicciones internas y sus continuas divisiones.
Lo que estos pensadores desengañados pretenden hacer creer es la necesidad de formar un partido político en el que estén presentes las diferentes corrientes de pensamiento articuladas en torno a un fin común: recuperar el control y el mando del poder al neoliberalismo. Es decir, hacer de la toma del poder un fin en sí con tal de viabilizar el proyecto.
Para la toma del poder todo está permitido, incluso anular las diferencias estructurales entre partidos políticos, cuyas tradiciones ideológicas antagónicas no permitirían un acuerdo de principios.
Si algo diferencia a los partidos políticos es, justamente, su concepción del poder político y la condición humana. La lucha contra el capitalismo no es sólo contra el dominio del capital, sino contra las formas culturales y sociales que devienen de un orden político afincado en dichas relaciones de dominio y explotación. La lucha entre la derecha y la izquierda es una lucha política desigual.
La cultura obrera se ha desarrollado en los extramuros del capitalismo. Casas del pueblo, centros de educación popular, ateneos culturales, entre otras realizaciones, tienen como objetivo proyectar una concepción del ser humano y del comportamiento colectivo fundamentado en la solidaridad y el compañerismo frente al individualismo y la avaricia.
Las organizaciones políticas de izquierda no pueden coincidir con las organizaciones de la derecha política. No hay puntos en común, salvo la lucha contra la corrupción, el delito y la violación de los derechos humanos y ciudadanos, principios defendibles desde cualquier posición política, siempre que la ética de la convicción prime sobre la razón de Estado.
Si se elimina de un plumazo toda una cultura política, una tradición de pensamiento, en este caso de izquierda, la explotación, la desigualdad, las diferencias estructurales que separan una concepción del cambio social democrática y socialista, desaparecen.
En su lugar emergen consideraciones técnico-administrativas de gestión estatal e ingeniería política.
La tradición latinoamericana tiene ricos ejemplos desarrollados durante el periodo oligárquico de principios del siglo XX. Julio Godio lo expresa así en su Historia del movimiento obrero latinoamericano:
"La concepción del mundo liberal positivista es consensual en la nueva intelectualidad proveniente de profesiones liberales, que ideologizan las nuevas pautas culturales como marco favorable para la satisfacción de su propias expectativas. Ven en la libertad política y la difusión de las ciencias garantías para su propio progreso. De allí que este fenómeno de dependencia cultural tenga un alto valor instrumental para la articulación entre las capas medias. El poder de convicción de la ideología liberal-positivista será tan poderosa que impregnará a los propios intelectuales socialistas. Esto explica por qué la subordinación inconsciente al modelo liberal caló tan hondo en este grupo de intelectuales (...) Entre el progreso real de las sociedades nacionales que perciben a partir de su situación social y las elaboraciones teóricas bernstenianas ven una correspondencia global. Ellos han producido una ruptura ideológica dominante en la medida que se transforman en portavoces de una nueva clase (...) Pero esa ruptura y esa adhesión al socialismo se opera desde una perspectiva de democratización del mismo liberalismo oligárquico".
Democratizar la dominación neo-oligárquica actual y crear mecanismos para la implantación de un liberalismo progresista de rostro humano desde una tradición política, supuestamente de izquierda, es un esfuerzo estéril. Esfuerzo cuyo resultado visible es la creación de partidos donde la lucha por el poder y la falta de escrúpulos han dilapidado todo un acervo cultural ético. Esfuerzo de siglos por demostrar que la lucha contra el capitalismo no es un problema de gestión administrativa, sino de principios y de condición humana.
Los resultados de dilapidar esta tradición democrática son visibles. Los triunfos de la ultraderecha o de la derecha más ramplona. Berlusconi en Italia, o Aznar en España.
Cuando se ha resuelto crear un partido con estas cualidades, lo mejor de unos y de otros frente al liberalismo, se ha terminado con sus dirigentes en la cárcel, convictos de delitos de corrupción, malversación, vínculos con el narco, blanqueo de dinero y otras pequeñeces.
Pero no importa, algunos intelectuales siguen viendo en Europa su mundo perdido y continúan tomando al Partido Socialista Obrero Español como ejemplo para crear un partido democrático en América Latina. Mejor sería ver en la propia tradición latinoamericana, mucho más rica en experiencias democráticas que la España posfranquista. Pero no importa, el socialismo es hoy para algunos intelectuales y escritores un problema de gestión administrativa, no de principios políticos fundados en la crítica a la explotación.