miercoles Ť 4 Ť julio Ť 2001
Luis Linares Zapata
La ruta democrática
A un año de su triunfo electoral y a siete meses de haber asumido la titularidad del Ejecutivo federal, el presidente Fox se enfrenta a los primeros juicios fundados sobre el presente y futuro de su gobierno. La falla principal parece encontrarse en la capacidad del émbolo financiero que empuje, con recursos, sus pretensiones de llevar a cabo programas ambiciosos. La sobresaturada dependencia de una economía estadunidense en recesión le produjo, a la fábrica nacional y al erario, un cruento atorón que pegó de lleno en la habilidad para demostrar la publicada eficiencia de los gerentes. Y, por el lado de la convivencia organizada, la ruta democrática del país, después de los considerables logros en su vertiente electoral que posibilitaron la alternancia, no ha encontrado el cauce para seguir adelante conjugando las posturas y los intereses legítimos de los partidos. No se vislumbra, durante este lapso transcurrido, el método, las negociadas maneras de ir incluyendo a esas mayorías, expulsadas del reparto de las oportunidades y el mercado, que es el meollo de toda la cuestión.
Lejos quedaron los iniciales días de euforia, los deseos desmesurados, la popularidad personal que movería a las masas ciudadanas, los acomodos para los nuevos triunfadores y el desasosiego de los derrotados. Los mexicanos vuelven a encontrarse, poco a poco, con sus múltiples limitantes, con las escasas posibilidades de asaltar, de improviso y con mucho esfuerzo, la prosperidad prometida. Se descubren, de nueva cuenta, con su mermada confianza ante el presente y ven, con desaliento y hasta con enojo, lo que les aguarda en los días por venir. La renovación de la esperanza para una vida digna ha quedado atrás, tal y como lo han hecho los escénicos desplantes, las promesas envalentonadas de generosidad y los simplones eslogan lanzados durante la campaña electoral. Hoy, el desempleo creciente sustituye al voluntarismo que pretende asegurar, con el sólo deseo de lograrlo, un medio para la subsistencia al alcance de cualquiera. La economía no va a crecer durante este año, y los dos restantes, para llegar al medio término del mandato, se ven bastante apretados. Simplemente no se tienen las palancas, ni públicas ni privadas, para darle el empujón que el aparato productivo requiere. El ahorro interno y, por tanto, la inversión son insuficientes para generar un crecimiento que produzca las fuentes de sostenimiento que solicitan los y las jefas de familia. El ingreso público no recibirá el incremento indispensable para superar los enormes compromisos de deuda que ya enfrenta por los errores y las trampas del pasado. El pago de intereses derivados de los pagarés del IPAB absorberá cualquier excedente que se obtuviera con la pendiente y nebulosa reforma fiscal, aun si ésta pasara tal y como lo solicita la SHCP y se recaudaran, para el 2002, los 100 mil millones de pesos adicionales. En el fondo de la controversia fiscal se encuentra la desigual pretensión de basar la recaudación en el ingreso del trabajo y dejar casi intocado el del capital. Una pretensión injusta y que presupone la continuidad de la política excluyente que ha prevalecido hasta ahora, y desde hace ya muchos años, de neoliberalismo primitivo e ineficiente. Sobre tal modo de enfocar el desarrollo, el reparto de la riqueza y sobre quienes ha de recargarse el sacrificio impositivo, no puede fincarse ningún pacto político que dé viabilidad a la ruta democrática para que los mexicanos salgan adelante en paz.
No se puede solicitar, a título gracioso y con el pretexto de asegurar la gobernabilidad del Estado, aprobar y apoyar los programas que darían, al PAN y a la administración de Fox, los medios y recursos para su consolidación como opción de poder. Hay necesidad de buscar, antes de ello, las bases que permitan el pretendido pacto social para encauzar, con legitimidad, el camino de la nación. Por un lado, se precisa el acuerdo que asegure la inclusión creciente de los, hasta ahora, excluidos del desarrollo; y, por el otro, todo aquello que facilite la participación plural en la definición y conducción de los asuntos públicos. Es decir, los consensos básicos para la justicia y la democracia. Sin ello, es imposible pedirle a las distintas fuerzas políticas que renuncien, pospongan o maticen sus particulares posturas en pos de un buen gobierno panista o foxista o lo que resulte de la improbable fusión de ambas facciones. Habrá que hacer recular a Fox de su pretensión para hacer un gobierno de, por y para empresarios. Y, a continuación, empeñarse en dotar a su gobierno de la capacidad de movilizar toda la energía social y política que, hasta ahora, no ha logrado amasar y menos conseguirá si insiste en privilegiar la mercadología de medios achicadora de los partidos. Del PAN, aunque persista en su receloso deslinde del gobierno. Aunque finja, sin reconsiderar su pasado salinista, continuar intocable en su identidad y modos de operar al margen de los compromisos con los demás actores, resentido con el Presidente y alejado de los avatares que aquejan a los desamparados y que lo ha llevado, entre otros tropiezos, a nuclearse alrededor de figuras como Fernández de Cevallos. Del PRD, por su lentitud para definir, con dificultades no exentas de tirones y quiebres entre sus fracciones, el bagaje ideológico y programático que lo formalicen como una agrupación de izquierda moderna y participe, de pleno derecho, en el gobierno de aquí y ahora. Y, por fin, de un PRI que leerá con sumo cuidado la lección que ya emana de las elecciones intermedias de Zacatecas, Durango y Chihuahua. De esas luchas parciales donde el priísmo de base pudo, sin caciques que lo apadrinen, recursos oficiales que derrochar y alejado de sus cuadros dirigentes que en el centro se reparten la conducción de la venidera asamblea, recuperar posiciones y darle tremenda tunda al PAN en su norteño reducto.