MARTES Ť 3 Ť JULIO Ť 2001

Valencia: Bienal y diálogos /II y última

TERESA DEL CONDE

La primera Bienal efectuada en Valencia con el tema de la intercomunicación entre las artes fue acompañada esta vez por la cuarta versión de los ''Diálogos iberomericanos''. Varios de los asistentes hemos acudido a éstos con asiduidad y ánimo de discutir las ponencias que allí se presentan. Los organizadores han tenido el buen tino de congregar a pocos ponentes, con intervenciones aproximadas de 40 minutos a las que sigue un debate de más de media hora. Son estas discusiones las que arrojan luces.

En la presente ocasión las palmas se las llevó el uruguayo Hugo Achúcar, quien incursionó por primera vez en estos acontecimientos. De acuerdo con mi criterio (y aunque no pasó diapositivas) su ponencia fue la mejor, la más articulada y clara, la que contuvo mayores referencias al presente e igual a un pasado tanto remoto como próximo. Habló utilizando una metáfora biologicista (él proviene de las letras, cosa que se agradece por la claridad y riqueza de su lenguaje), además de que expuso, con valentía, puntos sobre muchas íes en relación con los ''Estudios culturales'', a la primacía de la visión antropológica sobre otras disciplinas, como la filosofía, la literatura y la historia del arte. Centró su comunicado en la función de la memoria, no sin dejar asentado que aquella también es una construcción.

''No hay una memoria única, hay una memoria negociada... Y la memoria no es sinónimo de verdad''. Nada más cierto, me digo. Su intervención fue polémica debido a que resultó malentendida por uno de los asistentes, procedente de la Universidad Complutense de Madrid que calificó la pieza de Achúcar de ''balbuceo teórico'', añadiendo que las descripciones propuestas constituían ''una ofensa a la inteligencia''.

Se armó la de San Quintín, pero el coordinador de la mesa no intervino, aunque sí los comentaristas, entre quienes me encontraba. Achúcar respondió en forma contundente a su interlocutor, que pertenece a una generación más joven que la por él representada. Tomó la voz asimismo el conocido artista y teórico paraguayo Ticio Escobar, quien objetó el tíulo al que obedeció el simposio: Post-issues- que podría traducirse como los argumentos que pueden avanzarse con posterioridad a los tópicos de la posmodernidad y de la fragmentación discursiva.

Daniella Rosell, única mexicana invitada

La costarricense Virginia Pérez Raton, que tiene influencia en los países de América Central afirmó, con razón, que ''las disertaciones colmadas de agresión son inútiles'', procediendo a introducir a la artista y promotora guatemalteca Rosana Cazali, que presentó diapositivas de las acciones o performances de colegas suyos. En algunos casos se trataba de ''acciones'', como defecar en público, que no merecen ni las diapositivas de 35 mm. No obstante la ponente hizo gala de buena información y de profesionalismo. Lamentó, como muchos, la falta de recursos para el desearrollo creativo de los artistas de su país.

En lo personal me resultó interesante comprobar que lo apuntado en el congreso quedaba ilustrado -en varios de sus aspectos- por lo que podía verse en las instalaciones de la Bienal. Captó mi atención, pero en sentido negativo, la instalación o aglomeración producida por artistas rusos que pudo observarse en Las Atarazanas, hermosa construcción que parece ser medieval ubicada cerca del muelle. En efecto, Russian Madness no es necesariamente un resultado de propuestas pensadas (recordé a Ilya Kavakov, pero nada similar a lo que él propone había allí).

El estadunidense Robert Wilson, autor de la museografía de la muestra Armani que se exhibe en el Guggenheim de Bilbao, parece haber sido el responsable de esta caótica presentación que no tuvo oficio ni beneficio ni respondió al término ''madness'' como éste debe entenderse. Creo que esa ocupación de un edificio histórico fue la más desafortunada de todas las que se ofrecieron. La impresión para el visitante es la de asistir a los restos de un banquete pueblerino, que podría haber tenido lugar ya fuere en Ucrania, que en Uzbekistán, en Agrigento o en Altamira, Tamaulipas.

La única artista mexicana invitada a esta Bienal fue la fotógrafa Daniela Rossell, que vive en Nueva York. Presentó cybachromes de formato grande sobre interiores donde departen mujeres ''ricas y famosas''. Con todo y el sentido crítico patente en sus encuadres, su participación no ofrece el nivel que guarda la de la australiana Tracey Moffat, que aborda la crueldad de las sacrosantas madres, acompañándose con leyendas en extremo pertinentes.

No escapa a nadie que los congresos valencianos (este me pareció el más afortunado de todos) pretenden acercar entre sí a especialistas del Tercer Mundo, siempre bajo la conciencia absoluta de que entre ellos no existe tal categoría tercermundista, pues son muchos los que dan diez y las malas a sus colegas de otros mundos. Además es tiempo de decir que en todo ''Tercer Mundo'', hay varios niveles de mundos, cosa en la que debe reflexionarse a profundidad. Es cierto: unos ponentes prepararon mejor que otros sus intervenciones y me permito destacar aquí la del brasileño Agnaldo Farias ''comentarios sobre algumas obras realizadas à sombra dos espetáculos''.

El historiador, crítico y curador mexicano Cuauhtémoc Medina fue invitado como ponente, pero por razones de trabajo no pudo asistir, cosa que lamentaron los organizadores Fernando Castro y Kevin Powell. También lo lamenté, pues podríamos haber seguido discutiendo sobre los issues que respectivamente nos interesan. El, como yo, consideraría que el video de la ''masturbación'' del sobrevalorado Santiago Sierra, quien ha vivido varios años en México, es pésimo como sucede con sus estrategias para grabar esas escenas, en Cuba.

Como conclusión, puedo, quizá tomar prestado (aunque medio arreglado por mí para la ocasión) un pensamiento de Gianni Vattimo: la desmitificación (de los post-issues, de la pintura, de lo manual, de cualquier otra cosa) puede volverse contra sí misma y acabar por reconocer como mito lo que pretende ser la liquidación del mito.