MARTES Ť 3 Ť JULIO Ť 2001

A UN AÑO DEL CAMBIO

Ť Fue como reunión de familia en donde los convidados no pueden verse ni en pintura

Frío acto en la sede panista para conmemorar el ''aniversario de la victoria ciudadana''

Ť Agrio discurso de Fernández de Cevallos Ť González Torres intentó cobrar facturas Ť Bravo Mena dijo que el triunfo de hace un año inauguró ''la cuarta etapa en la historia de México''

JAIME AVILES

Parecía todo, excepto una fiesta. Era como una de esas reuniones de familia en que los convidados no pueden verse ni en pintura. El presidente Vicente Fox llegó después del agrio discurso de Diego Fernández de Cevallos y tomó asiento a la mesa lejos del barbón legislador. En un salón a medio construir, como su gobierno, el titular del Ejecutivo federal pronunció un discurso a la defensiva, en el que no otorgó relevancia alguna a su partido y que no fue, tal vez por eso, interrumpido por un solo aplauso. Es que había hielo en el aire, a pesar del calor

A su llegada a la sede del Partido Acción Nacional (PAN), en la esquina que forman avenida Coyoacán y José María Rico, en la colonia Del Valle, Fox Quesada no rindió honores a la bandera y, al término del ''1er. Aniversario del Día de la Victoria Ciudadana'' -como le pusieron por nombre al ágape- tampoco se entonó el Himno Nacional ni se escucharon vivas a la gesta del hombre que, en palabras del dirigente nacional panista, Luis Felipe Bravo Mena, inauguró, con su triunfo en las urnas del año pasado, ''la cuarta etapa de la historia de México''. Nada más, pero nada menos.

Para decirlo pronto, Vicente Fox no lucía siquiera como el feliz recién casado en que acababa de convertirse después de su boda civil de las siete de la mañana, con la que sorprendió al país entero. A falta de resultados palpables y plausibles, el Presidente de la República cerró su mensaje con estas palabras: ''No he olvidado ninguno de mis compromisos ni de mis principios. Tengan la certeza de que no les fallaré''.

En los sótanos del poder

Ocho inconfundibles agentes del Estado Mayor Presidencial (EMP) se guarecían de la llovizna bajo el toldo de un paradero de autobuses en el Eje 8, frente al edificio sede del PAN, y vigilaban la valla de rejas metálicas que daba la vuelta a la manzana. El tráfico sobre la avenida Coyoacán era lento ya desde las tres de la tarde, a causa de los camioncitos de control remoto de las empresas televisoras y la multitud de elementos de seguridad que fisgoneaban esa calle y los changarros de las inmediaciones.

Aunque en la explanadita del inmueble blanquiazul habían colocado una pantallota de televisión con altoparlantes, no se veía por ninguna parte a las ''espontáneas'' muchedumbres de seguidores foxistas, que a fin de cuentas nunca comparecieron en el lugar de los hechos y que, tal vez por eso, adelantaron la partida de Fox Quesada cuando a las 18:40 el titular del Ejecutivo federal concluyó su discurso y siguió de largo por donde, hipotéticamente, iba a convivir con una muestra representativa de su electorado.

Pero bajo un cielo que toda la mañana había amenazado con tormenta, los blindados vehículos de la cúpula panista, de los únicos dos gobernadores presentes (Fernando Canales Clariond, de Nuevo León, e Ignacio Loyola, de Querétaro) y de los miembros del gabinete presidencial comenzaron a descender por la rampa que baja al estacionamiento del feo bunker de Acción Nacional, donde los muchachos del EMP, sin importar de quién se tratara, registraban los chasises por debajo, con grandes espejos metálicos, en busca de explosivos.

Así le ocurrió, por ejemplo, a la camioneta de Canales Clariond, quien arribó a las 16:40 a sus monumentales cejas unido, con rostro cetrino y acompañado por una muchacha ataviada toda ella con un alegre vestido rojísimo, como la vieja bandera del comunismo internacional. Todos los demás partícipes del rito panista llegaron del gris más solemne, excepto Jorge González Torres, el dueño, perdón, el presidente del Partido Verde Ecologista defox_diego_665 México (PVEM), que se enfundó en un terno azul, más panista que nadie, y que a su turno subió al podium de los oradores con el discreto propósito de recordarle a los otros miembros de la Alianza por el Cambio que todavía no le han dado una chamba que esté a la altura de sus presuntos merecimientos.

Glorias del chacaleo

Del estacionamiento al salón de sesiones, los asistentes recorrieron un túnel que más bien recordaba el camino que va a la cancha desde los vestidores de un estadio de futbol. Con el polvo inevitable que exhalaban los muros pegado a sus finas ropas, uno por uno, González Torres, Felipe Calderón, Bravo Mena, Jorge Ocejo Moreno (número dos en la estructura nacional del PAN) y todos los demás cumplieron con ese penoso ascenso.

Arriba, en un recinto librado apenas de los afanes de la obra negra, el cuerpo diplomático y los invitados especiales contemplaban las blancas telas que ocultaban las destripadas entrañas del techo, y los anchos colguijos de tela azul adosados a los muros sin recubrimiento del foro que insinuaban, por qué no, un forzado contraste con el yeso sin resanar que de algún modo recordaba los colores del partido anfitrión.

Tenía aquel espacio, quiérase o no, el velado aspecto de la nave mayor de un templo de arquitectura posmoderna, una iglesia a medio levantar en la que no habían colocado aún las sagradas imágenes de la liturgia. Y en el vestíbulo de esa católica pero incompleta decoración, los periodistas formaban panales de abejas en busca de rica miel, zumbando ansiosos, cámaras y micrófonos en ristre, en torno de posibles declarantes.

Una pregunta cercaba a todos los políticos y funcionarios atrapados por aquel enjambre: Ƒqué opina de la boda del presidente Vicente Fox Quesada? Y una misma respuesta llegaba en metódica y decepcionante recompensa: es cosa de ellos. El sorpresivo enlace del mandatario con su vocera, por ejemplo, le sirvió de espléndido salvoconducto al gobernador de Querétaro, Ignacio Loyola, a quien por la comprensible emoción despertada entre los periodistas por el acontecimiento sentimental del momento, nadie le pidió un comentario sobre su no menos sorpresiva ley contra las ''malas'' palabras y las señas ''obscenas''.

Cuando a Diego Fernández de Cevallos le tocó pasar el filtro y se escabulló al poco, más escurridizo que sus colegas, una reportera le dijo a otra, sonriendo con visible satisfacción: ''Opinó que la boda de Fox y Martita no le compete al PAN ni a él. Es un asunto de marido y mujer. Está bien, Ƒno?''

Cuarta etapa de la historia

Para evitarle a Fox la monserga de escuchar a su correligionario Fernández de Cevallos, el acto fue dividido en dos etapas. En la primera, dio la bienvenida Jorge Ocejo Moreno. Después, González Torres contó a los presentes la hazaña que su empresa, perdón, su partido, está llevando a cabo contra unos depredadores de la naturaleza en Baja California. Antes de volver a su asiento recordó su apoyo a la candidatura presidencial de Fox Quesada y lo mal que por tan patriótico servicio le han pagado.

Luego habló Felipe Calderón Hinojosa. Exaltó la historia del Partido Acción Nacional, la simiente de sus líderes, el heroísmo de sus mártires, la conmovedora anécdota de ''una joven mujer del estado de México, una madre soltera con cuatro hijos, que donó su máquina de coser, que era todo su patrimonio, para apoyar una campaña electoral que cualquier analista político diría que estaba perdida''. Al recordar ''la lección del 2 de julio'', dijo textualmente: ''Ese día nacería un nuevo país, aunque es cierto que no muchos países nacen en un día''.

Fernández de Cevallos, que sigue teniendo un manejo admirable de la escritura oral, abrió su perorata con este párrafo improvisado: ''Al hacer mía, una a una, las sentidas palabras de Felipe Calderón, yo quiero decirles que sí, claro está, es la lucha de miles de hombres y mujeres y el triunfo de todo un pueblo lo que hoy celebramos. Y el triunfo de los que se opusieron a ese triunfo'', espetó, en clara alusión a los defensores del programa priísta que nada perdieron con esa pérdida, según el gordo que todo lo anotaba en su libreta a mi lado, sin tomarse nada en serio.

Lo que sucede, lo que pasa, lo que acontece...

En un momento de alta inspiración, Diego Fernández arengó, luego de postular que vivimos un cambio ''tan trascendente'' en todos los aspectos del país: ''Lo que sucede, lo que pasa, lo que acontece...'', y en busca de sinónimos, el gordo a mi lado añadió por lo bajo: ''lo que acaece, lo que ocurre, lo que se verifica...'', y por su culpa no escuché el final de la idea. Pero ya continuaba Fernández de Cevallos con esta advertencia: ''Si fuimos intransigentes con el gobierno desde la oposición, hoy con más deber tenemos que serlo''. Y para rematar, con dedicatoria a González Torres, dijo: ''Que nadie venga a cobrar unas cuentas que son fruto del esfuerzo del pueblo de México''.

Después del intermedio, y tras la rápida y nada apoteósica llegada de Fox Quesada, que venía seguido de un Santiago Creel Miranda empequeñecido por la estatura del recién casado, habló Luis Felipe Bravo Mena. Su discurso fue más que ambicioso porque, sin mencionar a nadie por su nombre, comparó a Vicente Fox con Miguel Hidalgo y Costilla, Benito Juárez, Porfirio Díaz, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y todos los presidentes del priato, al postular que la victoria foxista ''inaugura la cuarta etapa de la historia de México''.

Las tres anteriores, según esto, habrían sido: ''La que abre la guerra de Independencia; la que consolida al Estado nacional durante la segunda mitad del siglo XIX, y la de 1910 y la Revolución Mexicana y el resto del siglo XX, que tuvo un aspecto luminoso en la búsqueda de la justicia social, y un aspecto oscuro en la corrupción y la traición de los ideales revolucionarios''.

La victoria del foxismo, redondeó Bravo Mena, ''hizo posible que la nación ganara confianza en sí misma'', pues, añadió sin rubor, ''el cambio se ha producido contundentemente en la estructura política de la Federación''. Pese a la desmesurada magnitud de este concepto, nadie saltó de su asiento para aplaudirlo.

Por último, habló Fox. Pero esa es otra crónica.