Lunes en la Ciencia, 2 de julio del 2001
La morada de la vida mental Juan Soto Ramírez Lo mental, en un sentido amplio, hace referencia a lo que nos sucede "dentro". ƑDónde dentro?, podría preguntarse cualquiera. Pues dentro en ningún lugar. Es cierto, existen sucesos mentales que tienen la capacidad de ser vistos por el ojo interno, el ojo de la mente, pero hay otros que no. Un sueño, un recuerdo y el recuerdo de un sueño pueden mirarse a través del cerebroscopio, pero el olor a rosas, la textura del terciopelo, la melodía que no se nos ha despegado esta mañana y otras cosas más, no pueden verse de la misma forma, pero de igual manera suponemos que están "ahí dentro". Que son parte de nuestra vida mental: de un dominio interno que se encuentra diferenciado de un dominio externo. Suponemos que lo mental no es material, pero esto no quiere decir que no tenga injerencia sobre lo material y viceversa. Es decir, mente y cerebro, mente y cuerpo, desde una perspectiva compleja no pueden separarse, pero sí diferenciarse; negar que estén relacionados sería una locura. Sin embargo, y es preciso mencionarlo, las discusiones en torno a la mente (creo que la presente no está libre de ello), tarde o temprano dejan ver una suerte de sesgo dualista: mente-cuerpo, material-inmaterial, etcétera, que es necesario superar. Las ideas del cerebroscopio u ojo interno u ojo de la mente (que no son nuevas), nos obligan a reconocer que los fenómenos mentales son causados por procesos neurofisiológicos, pero que sin los estados mentales los procesos neurofisiológicos no podrían activarse porque están relacionados de manera recursiva. El adentro al cual hacemos referencia cuando decimos mental es una descripción que ocurre en un espacio hipotético del cual sólo tiene sentido hablar para el sujeto, digamos, de la predicación. Pero ese espacio hipotético está construido entre todos. La perspectiva homuncular de las actividades cerebrales (como si pequeños hombrecillos habitaran el cerebro realizando ciertas operaciones), ha contribuido con la humanización de este espacio hipotético y, para evitar confusiones molestas, hay que precisar que el concepto hipotético no se utiliza aquí como sinónimo de irreal. A lo mental se le piensa como si estuviera vivo sin ser orgánico y gracias a que se le piensa así, es posible dar informes de los estados mentales, por ejemplo. Pero esos informes se realizan de la misma manera en que se realizan aquellos informes relativos al dolor. Nuestras aproximaciones a la mente y al dolor son narrativas. Meras descripciones o traducciones de lo que se supone que pasa en ese espacio hipotético. Es decir, vemos con lenguaje. El cerebroscopio ve lenguaje visual, igual que el cerebrófono escucha lenguaje auditivo que está y no está ahí dentro. Las alusiones a la interioridad se hacen, en un primer momento, desde la exterioridad. Sin embargo eso que decimos que sucede ahí dentro no sucede del todo. Recuerde a Michel Petrucciani tocando el piano. Si ya lo logró, usted tendrá la certeza de que él no está, en el sentido estricto del mundo físico, en su cabeza ni ha revivido. También estará seguro que el excelente músico no está en su cerebro sino en su mente. La descripción del suceso mental y el suceso mental son dos cosas distintas, pero relacionadas. Conocemos la mente por sus descripciones (que en todo caso refieren a las cualidades de la mente o las actividades mentales), pero gracias a la mente podemos descifrar las descripciones que hacen referencia a ella. Al ocurrir en un espacio hipotético, la vida mental sólo es una descripción. Una imagen, una representación o algún suceso "interno" no demuestran la actividad o justifican la vida mental, sino que son las descripciones de estas cosas las que vivifican lo mental. Nos guste o no, los sucesos que le dan vida a lo mental, no pueden localizarse como el dolor de estómago o el de muelas. Tratar de localizarlos sería como tratar de encontrar al amigo imaginario de su hijo (a) en el closet o en cualquier lugar que elijan para jugar. Mientras usted trabaja o hace la comida, la sociedad (por medio de los amigos imaginarios, que no son otras cosas que meras descripciones), están dando vida a las mentes de sus hijos. A propósito, los niños no hablan con espíritus ni ven a los muertos, sólo construyen su vida mental en voz alta. El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma MetropolitanaųIztapalapa |