Herrerías visto por un psiquiatra
Lumbrera Chico
José Luis Lacalle, psicólogo y psiquiatra aficionado a los toros, a petición de este cronista aceptó dibujar un perfil de la mente de Rafael Herrerías, el conocido empresario de la Monumental Plaza Muerta (antes Plaza México), a quien define como "megalómano, paranoico, taurofóbico, vengador de Manolo Martínez y coprolálico, un transtorno que invierte simbólicamente las funciones del aparato digestivo, creando en el sujeto la ilusión de que defeca por la cavidad bucal y que, en casos graves como éste, responde a traumas de la etapa anal-oral no superados por el paciente.
"Salvo la mejor opinión de mis colegas, Herrerías se comporta como un vengador de Manolo Martínez. Desde que se hizo cargo de la México, su patología se ha desarrollado por una doble vertiente: por una parte, expresa su odio a la fiesta degradándola en todos sus aspectos; por otra, reproduce las actititudes definitorias del mandón (el que quita y pone toreros y ganaderías), concibiéndose a sí mismo como heredero del poder de Martínez y émulo de otros mandones de épocas más antiguas", explica el terapeuta.
"Cada vez que Herrerías tiene que asumir su responsabilidad social como empresario, no oculta su disgusto, proyecta en los medios una imagen por demás desagradable, crea falsos problemas reiterándole a la afición que él es el todopoderoso y que las corridas que la gente anhela son producto de su presunta magnanimidad, lo que refleja una vez más delirio de grandeza y deseo de humillación para autoafirmar su importancia".
En su "campaña promocional", ironiza Lacalle, de la temporada novilleril 2001, Herrerías cumple con todas estas pautas al señalar que no abrirá la plaza si la Asociación de Matadores no rebaja de 4 mil a 2 mil pesos la cuota que cobra por función taurina. Ante la negativa de los coletudos ?porque ese dinero va al fondo de reserva del gremio?, la Asociación Mexicana de Empresas Taurinas, AMET, presidida por Juan Arturo Torreslanda, intenta servir como "mediadora" en este conflicto, porque "en su arrogancia, Herrerías es incapaz de negociar una cuenta en un restaurante". Y concluye: "Lo patético es que todos los actores de la fiesta celebran la tiranía herreriana, creyéndose protegidos por quien más los perjudica".
Al margen de la psiquiatría, lo cierto es que, en el mundo del cuento, se presume con certeza que los nuevos caprichos de Herrerías sacan a relucir una verdad más grande: sus patrocinadores, ligados a Televisa, a veces formal y a veces informalmente, carecen del oro necesario para invertir en la temporada más chica de este verano-otoño, pero antes de reconocerse abandonado, el mandón del callejón "se finge víctima de incomprensión y abandono, para alimentar su ego paranoico". ¿Y mientras qué hacen la Comisión Taurina y el Gobierno del Distrito Federal al respecto? Dejar todo en manos de José Espina, el jefe delegacional panista en Benito Juárez, que es, como todos los que han ocupado ese puesto en los últimos ocho años, el nuevo lacayo del mandón Herrerías.