LUNES Ť 2 Ť JULIO Ť 2001

Hemingway: su amor por Cuba

Sabía que el gran problema de Castro serían los intereses de EU en la isla

JAVIER GONZALEZ RUBIO IRIBARREN

fidelEn la última temporada de su vida, Ernest Hemingway luchaba, sobre todo, consigo mismo: escribir y concluir Muerte en la tarde -que inicialmente iba a ser un artículo de 30 mil palabras para Life y acabó teniendo otras 100 mil- lo dejó exhausto después de realizar, además, dos viajes a España en los que bebió lo que ya no debía, que destrozaron sus nervios y aceleraron su hipertensión.

Si bien estaba decidido a que París era una fiesta se publicara póstumamente, no lograba terminarlo ni amarrar las historias que ahí contaba, tampoco concluía Islas a la deriva, y tomaba una cantidad enorme de medicamentos, desde pastillas para dormir hasta otras que supuestamente lo ayudaban a mantener cierto vigor sexual, aunque los médicos le habían recetado olvidarse del sexo. Y lo peor de todo, una de las enfermedades más atroces: la depresión, que le provocaba sentimientos de culpa, autodevaluación. Y claro, nostalgia, pues su vida se le venía encima, quería más tiempo y ya no lo tenía, entonces era inevitable la mirada al pasado.

Para quitarle la depresión, incluso le aplicaron varias sesiones de electro- choques entre diciembre de 1960 y enero de 1961 y después en marzo y abril. Quién sabe si le fue peor, pero claro está que no le ayudaron en nada.

Entre las cosas que lamentaba Hemingway era pensar que no volvería a Cuba, a su finca Vigía, a reparar El Pilar y navegar de nuevo en él. Se lo decía a Mary, su mujer, en frases lentas, que se interrumpían en pensamientos que cruzaban a nado, con brazadas cortas, cansadas, sin energía, un pequeño trecho de un inmenso mar de recuerdos. Estaba delgado, débil, cansado.

Esa depresión lo había hecho, según sus biógrafos y su propia esposa, víctima de paranoia, de delirios persecutorios. Tan pronto se angustiaba por supuestas carencias de dinero, por no haber pagado tales o cuales impuestos, como temía que agentes de la FBI fueran por él, o porque no estaba en regla el visado de su secretaria y protegida Valerie, con quien había más que flirteado el año anterior, el 60, o bien porque sus opiniones sobre la Revolución cubana no habían gustado nada a un gobierno ya inmerso en la guerra fría y con resabios de macartismo.

Toda paranoia tiene un trasfondo de realidad. Sólo se tiene miedo a cosas, personas o sucesos que mantienen un hilo, aunque sea muy delgado, con la realidad, pues además Hemingway no estaba loco.

Si tenía paranoia sobre los impuestos había una razón: su contador había tenido un error en 1959 que le pudo haber costado a Hemingway casi 50 mil dólares de aquellos; si tenía paranoia por el destino de Valerie, no era en balde, pues su visa -ella era irlandesa- se había vencido y él recordaba esa situación. Y él sabía muy bien lo que había dicho sobre la Revolución cubana.

Cuando los periódicos de Estados Unidos anunciaron que Batista había huido del país con su camarilla, los periodistas acudieron a la casa de Hemingway en Ketchum, Ohio, a pedirle su opinión y él fue bastante claro, según lo relata Michel Reynolds en el quinto tomo de su espléndida biografía del escritor, The final years: ''yo he creído en la necesidad histórica de la Revolución cubana y creo en la profundidad de sus cambios. No deseo discutir en torno a personalidades o los problemas del día a día''. Por la tarde, hizo otra declaración en exclusiva para The New York Times en la que añadía que él estaba ''encantado'' con la marcha de la Revolución.

Reynolds cuenta que Mary le insistió en que sin saber lo que estaba pasando allá realmente en cuanto a la violencia, cambiara su adjetivo, lo que Hemingway hizo a regañadientes y llamó al NYT para pedir que en vez de encantado pusieran la palabra esperanzado. Y él, que a fin de cuentas había vivido dos guerras mundiales y la Guerra Civil Española y algo de experiencia tenía, comentaba en privado que el verdadero problema para Castro iban a ser los enormes intereses económicos de Estados Unidos en la isla.

Hemingway había vivido 22 años en Cuba, la tercera parte de su vida, y conocía bien a la gente y la situación de la isla. Su admiración por la revolución era profunda, no sólo la reminiscencia nostálgica por lo que él hubiera querido que sucediera en España.

Reynolds relata que a principios de abril de 1959, Hemingway se enteró que Castro iría a Estados Unidos y buscó un encuentro con él para hacerle algunas sugerencias sobre sus declaraciones.

Reynolds cita un fragmento del libro de Uri Paporov -Hemingway en Cuba- en el que se dice que Castro visitaría la ONU, y hay una confusión. Fidel Castro visitó Estados Unidos a partir del 15 de abril de 1959 y ahí permaneció 11 días. La visita de Fidel Castro a la ONU, donde pronunció su memorable discurso que duró casi cuatro horas y media, fue el 26 de septiembre de 1960, más de un año después, cuando Hemingway había dejado Cuba sin saber que no volvería.

Castro no pudo acudir al llamado de Hemingway, pero Reynolds recuerda, siempre según Paporov, que en su lugar envió a Vázquez Candela, editor del periódico Revolución. El encuentro fue amable y cálido, con música de Bach y Ravel de fondo. Hemingway habló basándose en notas que había hecho, habló de periódicos y periodistas y le advirtió en especial sobre Time y el Miami Herald; recomendó que bajo ninguna circunstancia Castro se mostrara enojado o violento y que en todo momento tuviera respuestas claras y directas sobre la influencia del comunismo en Cuba. Y lo más importante: si pudiera prometer que se opondría al comunismo, lograría obtener del gobierno estadunidense prácticamente cualquier cosa.

Después, Hemingway partió a España a seguir el mano a mano que habría entre Antonio Ordóñez y Luisa Miguel Dominguín, y que consideraba fundamental para Muerte en la tarde.

A su regreso a Estados Unidos, en noviembre de 1959, salió de Nueva York rumbo a Cuba y allá fue interrogado por los periodistas sobre la nueva Cuba, y él dijo: "Estoy muy contento de estar aquí de regreso porque yo me considero cubano. No tengo por qué creer ninguna de las informaciones contra Cuba. Simpatizo con el gobierno cubano y con todas nuestras dificultades". Entonces, cuenta Reynolds -con más detalle a como lo había hecho Carlos Baker en su biografía clásica Hemingway: a life story- que Hemingway besó la bandera cubana. Los fotógrafos le pidieron que lo hiciera de nuevo porque no se habían prevenido para ese momento, pero el escritor les contestó: "La besé con todo mi corazón, no como un actor".

El 15 de marzo de 1960 se encontraron por única vez Fidel Castro y Ernest Hemingway en la realización del torneo de pesca Hemingway, en el que el líder cubano ganó tres trofeos.

El ex presidente Truman declaró el 6 de mayo que Castro era un dictador. Un día después el líder cubano formalizó su cooperación con la Unión Soviética.

El 25 de julio de ese año Hemingway salió de La Habana rumbo a Florida sin saber que no volvería, pues dejaba en Finca Vigía, entre otras cosas, los manuscritos de Islas a la deriva (que se publicó en 1970) y de True at first light, editado en 1999 a propósito del centenario de su natalicio.

No ha quedado claro, pero al parecer, Hemingway fue visitado al menos en dos ocasiones por agentes del FBI, lo que hasta su muerte Mary no quiso que se supiera.

El 2 de julio de 1961 Hemingway se levantó muy temprano, lo que hacía siempre antes que Mary, con los nervios destrozados, cansado de sus luchas y de las estancias hospitalarias, y con su temor por el FBI, con su tristeza por haber abandonado Cuba y creyendo que había perdido irremediablemente sus manuscritos, fue a donde su esposa había guardado sus armas, tomó una escopeta de dos cañones, se la metió en la boca y disparó. Fue su tercer intento de suicidio y esa vez nadie llegó a tiempo de evitarlo.

Norberto Fuentes, en Hemingway en Cuba, recuerda que en 1962, Mary Hemingway y Fidel Castro se entrevistaron en Finca Vigía. La viuda donó la casa oficialmente al gobierno revolucionario y posteriormente se convirtió en museo.